Opinión | EL PALIQUE

Cambio de hora

El cambio de hora tiene adeptos y detractores

El cambio de hora tiene adeptos y detractores / INFORMACIÓN

Va ya uno leyendo informaciones sobre el cambio de hora. Será el domingo de resurrección. Volverán los días largos y la luz se enseñoreará y se hará dueña de nuestras tardes de primavera. Habrá un debate, claro, no sabe uno si a destiempo, sobre el tiempo y la hora, los relojes, el gasto o ahorro de energía, Europa y las costumbres.

Hay partidarios del horario de invierno y partidarios del horario de verano igual que hay partidarios del Real Madrid y del Atlético de Madrid. Uno milita desde el principio en la luz, sin descartar lo atractivo que pueda tener el lado oscuro. La luz hasta las ocho y pico. La luz hasta las nueve. La luz, sí, persistente y cansina, lacerante y radical de julio, hasta casi las diez. Días larguísimos en vidas cortas, días de calor, baños, propósitos y verano.

Las chanclas se espabilan ya en muchas zonas de España y en este instante hay un dependiente de comercio, al que deliciosamente antaño se le denominaba ‘factor’, que está colocando en estantes y escaparates, baldas y maniquíes, bañadores vistosos que aún no conocen mar ni han probado su resistencia a la sal, a la vida y a las manchas de paella mixta. Este artículo está escrito en horario de invierno pero por él se va colando ya el de verano, que hace las columnas periodísticas más ligeras y breves, más aliviadas de la política fiera, la belicosidad y los asuntos sesudos.

Como si no fuera sesudo reflexionar sobre el tiempo. O jugar con él, sabiendo que siempre gana la partida. Cambiar la hora es parte de ese jugueteo. Atrasar o adelantar los relojes: un embeleco que nos torna diosecillos. Ganamos o perdemos una hora en incierta madrugada, que nos pilla durmiendo o suplicando una última ronda. Una ronda de minutos o de whisky cola, una ronda de oportunidades, una ronda de amistad. O una hora más de sueño.

Para mayor comodidad, los smartphones cambian ellos solitos la hora. Su contribución a nuestra pereza nunca será ponderada a tiempo. Somos el tiempo que nos queda pero los hay que siempre lo viven en modo invierno.