Opinión

Alfredo Marhuenda Fluixá - Referente de cooperación fraterna de Cáritas Diocesana de Orihuela - Alicante

Elogio de la Caridad

Un punto de distribución de alimentos de Cáritas en Alicante, en imagen de archivo.

Un punto de distribución de alimentos de Cáritas en Alicante, en imagen de archivo. / Pilar Cortés

Hace unas semanas la Coordinadora Valenciana de ONGD presentó un estudio llamado “más allá de la noticia” en el que se analiza el tratamiento de la información sobre cooperación de los medios de comunicación de nuestro ámbito autonómico. Este informe, identifica las claves para adoptar un enfoque de derechos humanos en los discursos y cobertura mediática de los grandes retos globales, la cooperación y las ONGD. Dejando a un lado las conclusiones del mismo, el estudio equipara continuamente a la caridad con el asistencialismo, lo que no deja de ser un estereotipo en el que caen los autores a pesar de que alertan del peligro de que este tipo de interpretaciones conceptuales acaben arraigando en la sociedad.

La palabra femenina caridad proviene del latín Caritas, que significa amor. Claro que amor es una de las palabras más utilizadas en el lenguaje y está cargado de múltiples significados. Sirva para aproximarnos que etimológicamente comparte raíz con caricia, lo que, en cierto modo, ilustra la primera acepción de la palabra en el diccionario de la RAE: “actitud solidaria con el sufrimiento ajeno”. No en vano, el Papa Francisco se refirió a la organización Cáritas como la caricia de la Iglesia a su pueblo y, efectivamente, esta institución presta un servicio de acogida, acompañamiento y alivio ante el sufrimiento de muchas personas en situaciones de gran vulnerabilidad tanto en nuestro entorno cercano como en muchos lugares del mundo donde actúa con principios de cooperación fraterna. Entre estos principios, basados en la doctrina social de la Iglesia, destaco uno que en su formulación sencilla encierra mucha significación: la búsqueda del desarrollo integral de cada persona, y de toda la persona.

Pero volvamos a la palabra caridad para, a diferencia de los autores del mencionado estudio, diferenciarla de asistencialismo. La caridad, el amor al prójimo, más aún, el amor preferencial por las personas más empobrecidas, ha conmovido y movido a mucha gente a lo largo de la historia a entregar su vida por la dignidad de estas personas y, por tanto, a promocionar los derechos humanos. Y a hacerlo frente a sociedades y poderes insensibles, cuando no causantes de estas situaciones de marginación y desigualdad. La actitud solidaria con el sufrimiento ajeno implica la cercanía, la compañía, el alivio momentáneo de la necesidad y el dolor. Pero también conlleva el acompañamiento y la promoción de personas y comunidades para que logren poner en juego sus capacidades y consigan así la deseada autonomía y un desarrollo integral. Y esta misma caridad conduce a la acción transformadora de situaciones injustas, a anunciar que una sociedad más fraterna es posible y deseable y a denunciar las causas del empobrecimiento y la opresión. Nada más lejos del asistencialismo.

Es también la caridad una virtud teologal para los cristianos. La primera carta de Juan utiliza el término para definir contundentemente a Dios: Dios es amor. Consideraciones teológicas aparte, merece la pena reivindicar la caridad como una virtud radical y necesaria. Ojalá confiáramos más en la fuerza transformadora del amor fraterno.