Opinión | La plaza y el palacio

¡Resucitó!

¡RESUCITÓ!

¡RESUCITÓ! / Manuel Alcaraz Ramos

No es fácil cumplir con la festividad de hoy. Los Mesías no abundan y si uno se los encuentra es bastante probable que lo mejor sea salir corriendo. Pero he aquí que, entre nosotros, pueblo elegido para tantas cosas, Ángel Franco ha resucitado. Es cierto que para que una resurrección compute en el Libro Guinnes, en compañía del Belén más grande del mundo, ha de acreditarse el previo fenecimiento absoluto del interfecto. Y, gracias a Dios, Ángel persona no muestra signos de pérdida de pulso. Y gracias a la redundante ineptitud de oleadas diversas de opositores internos, Ángel espíritu ha seguido habitando el frío mausoleo de la calle Pintor Gisbert. Ángel Franco, en fin, se ha ganado nuestra admiración demostrando que es incapaz de morir políticamente: siempre habrá un coro angelical en el sanedrín del PSPV que olvidará sus pecados y perdonará sus virtudes. Por eso Ángel ha podido permanecer unos años en un terreno ambiguo. Como el famoso gato de Schrödinger, goza de doble personalidad y puede estar, a la vez, vivo y muerto. Nada más cómodo que estar sin ser. Alimenta así la incertidumbre de su partido en Alicante. Pero eso no importa mucho. Todo el mundo sabe que esta plaza fue dada por perdida hace decenas de años por el socialismo valenciano. Y casi mejor que así sea. El PSPV alicantino, en fin, es un partido cuántico: cada observador altera sus entretelas, y cada candidato o candidata a la alcaldía está condenado a vagar infinitamente por las cañerías de este acelerador de partículas que es nuestro especial franquismo, especialmente protegido por su peculiar ley de desmemoria histórica.

No es tema para frivolizar. Siendo hoy Pascua de Resurrección cabe la pregunta sobre dónde estuvo el Señor en el periodo que media entre su muerte y su gloriosa resurrección. No estoy al tanto de los más recientes descubrimientos teológicos, pero me parece que se acercó al Seno de Abraham, extraño y, seguramente, aburrido lugar en el que reposaban las almas de aquellas buenas gentes del Antiguo Testamento que no podían alcanzar el Cielo hasta que Jesús no ejerciera de Redentor de la humanidad con su sacrificio. Es difícil de creer, pero cosas más raras se están viendo, y, en definitiva, en algún sitio tenían que estar Abel, Isaac, Judith, Esther, Noé, Matusalén, Melquisedec, Sansón y todos esos. Pues bien, sostengo que el PSPV también dispone de su propio Seno de Abraham que, posiblemente, esté situado en Gandía o alrededores, aunque disponga de subsedes para mayor comodidad de los líderes con tendencia a la eternidad, en nombre de una paz interna que siempre se aplaza hasta la siguiente paz interna. Ahí ha estado Ángel Franco. Esperando la redención de penas por su trabajo. El ascenso de Ximo Puig a los techos de París le ha permitido ir au recherche du temps perdu, que cuarenta años no es nada, qué febril la mirada, etc. Para algunos la resurrección sólo se produce en el fértil camposanto de la derrota. Y de eso son felicísimos patriarcas, portentosos patronos, avezados profetas. Ya sé que la Ejecutiva es muy chupi porque están todos los que son. De hecho he notado al pueblo valenciano conmovido, feliz, compenetrado con su programa político. Ese que no se ha aprobado. Ni falta que hace. En el limbo no es preciso y el cielo puede esperar. Y el infierno, para los dirigentes del PSPV, no suele existir.

Estoy seguro de que Diana Morant, llamada a ser tanto la única posible, como la mejor secretaria general del PSPV, leyó, como hice yo y varios miles de personas más, la entrevista que el diario INFORMACIÓN practicó a Ángel Franco hace unos días y que fue el inicio de su regreso a este planeta de los simios. A mí la entrevista me pareció simpática. Y es que, tras tantos años de ensueños y duermevelas, Ángel, como especie humana, me cae bien. Lo digo en serio: la entrevista era una suma teológica de lugares comunes, de tópicos y de avisos para gentes avisadas desde antiguo. Pero llega la última pregunta y en la respuesta Ángel Franco muestra indudable nostalgia por los viejos tiempos y defiende ¡el Plan Rabassa!, convencido, al parecer, de que su erección hubiera contribuido decisivamente a superar el problema de vivienda que nos aqueja. De esta opinión no creo que participe ni Enrique Ortiz. (Supongo que Diana Morant sabe quién es Enrique Ortiz y sus variopintas circunstancias. Si no lo sabe mejor que no se lo pregunte a Ángel Franco).

La cosa podría ser una anécdota, una reacción fosilizada a las muchas añoranzas que alguien entregado a la cosa pública sin esperar cargo alguno a cambio, debe conservar en el inconsciente. Lo malo es que si la persona destinada a ser imagen y voz de la Ejecutiva del PSPV en la segunda ciudad de la Comunidad Valenciana piensa esto, el Seno de Abraham se nos va a quedar pequeño. Después de tantos años, late en su sangre radical el recuerdo -¡tan bonito!- de que lo mejor es sentarse a esperar a que el otro pierda, porque los míos nunca van a ganar por méritos propios. Mientras, distraigámonos con visitas a los palcos que te da la vida, que ¿qué más da la categoría en que milite el equipo si soy amigo del dueño y puedo mediar aquí y allá en las pequeñas minucias que hacen que esta sea una ciudad grande y de alegría contagiosa? Llegados a este punto debería complacerme que no hayan hecho a Franco Secretario de Urbanismo. Le han nombrado jefe del área de Movilización. Eso está bien: el medio es el mensaje. Aleluya al capataz. Todos por igual, valientes.