Opinión

La carta

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, durante un pleno del Congreso.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, durante un pleno del Congreso. / JOSÉ LUIS ROCA

Allá va mi carta cálida, paloma forjada al fuego, con las dos alas plegadas y la dirección en medio.

Miguel Hernández

España creó en 2023 más empleos que Alemania y Francia juntas.

(Noticia de prensa, 25 de abril, 2024)

Pensaba dedicar este artículo al 1 de mayo. Ya saben: la fiesta de la clase trabajadora. Incluso consideraba la idea de solicitar a los sindicatos, fuerzas de izquierda y gente progresista en general, que requirieran a ayuntamientos y otras instituciones emplazar la bandera roja en sus balcones y fachadas y que de tal color iluminaran monumentos, castillos, fuentes y otros referentes ciudadanos, como se ha hecho costumbre en otras conmemoraciones y días de especial aprecio. Que pienso que a nadie debe molestar esta evocación a quienes inauguraron el ciclo de reivindicaciones del que tanto se han beneficiado centenares de millones de personas. Queda dicho, pero queda dicho en mitad de una pavorosa algarabía que, mal que bien, tiene bastante que ver con esto, y es motivada por el periodo de reflexión que se ha autoimpuesto el Presidente del Gobierno por los ataques brutales a su compañera sentimental y de luchas; una parte más del hostigamiento de una derecha asilvestrada que sólo concibe su existencia para obtener una pieza mayor en su constante cacería.

El presidente lo ha comunicado por carta a la ciudadanía. A mí estas cosas no me gustan. Me refiero a los gestos en los que un líder conecta directamente con el sujeto de la soberanía popular sin mediar las instituciones. Me parece que la sobreabundancia de estas formas es parte de lo que está deteriorando la democracia. Pero, dado el contexto y las circunstancias concretas, me parece que se justifica. Denota un grado de sinceridad apreciable, compatible con algún tipo de cálculo político. Pero es que, de antemano, proclamaré que me encanta el cálculo político. De hecho la pregunta del día es: «¿qué piensas de la carta?». Pero en realidad unos y otros no reclaman pensamientos. Lo que quieren decir es: «¿qué sensaciones te provoca la carta?». Y no será la primera vez que afirmo que estoy más que harto del vacuo elogio de los sentimientos como grandes timoneles de la política, de la confusión entre su inevitabilidad, su utilidad propagandística y su capacidad para arrasar un pensamiento racional, ilustrado.

Lo cierto es que la carta y la suspensión de ejercicio de la agenda –que en sí no supone nada- se produce en un marco de acoso rufianesco y esperpéntico. Nadie negará que la polarización a todos contamina y que el que esté libre de culpa debe tirar la primera piedra. Pero es que unos lanzan chinas y otros se han especializado en apedrear a cañonazos de la noche a la mañana, temerosos de que sus derechas les sobrepasen en esta artera disciplina deportiva. Con Sánchez, que merecería algún tipo de respeto institucional suplementario por su alta responsabilidad constitucional, se verifica lo que Christian Salmon escribió en su La ceremonia caníbal: «el político se presenta cada vez menos como una figura de autoridad, alguien a quien obedecer, y más como algo que consumir; menos como una instancia productora de normas que como un producto de la subcultura de masas, un artefacto a imagen de cualquier personaje de una serie o un programa televisivo». En la carta se diría que Pedro Sánchez ensaya una rebelión contra ese papel que, además, contamina a sus seres queridos. Pretender que lo haga exquisitamente, sin romper ninguna porcelana ideológica es vana pretensión. Una cosa es que se le requiera que no abandone sus responsabilidades presidenciales y otra que profese de cartujo.

Manuel Cruz, glosando la cita anterior, hablaba de los estragos de la «conmoción emotiva» y de la necesidad de articular reflexiones que impidan que quien no se someta a ello acabe por caer en el olvido. Sánchez, pues, se rebela contra la desmemoria de su propia función. No así, por ejemplo, Feijóo, que ha jugado al juego del más miserable de los discursos, menospreciando a las mujeres, eliminando de la ecuación hasta la presunción de inocencia y alineándose con una asociación nítidamente extremista. Quizá Sánchez no ande fino reclamando de esta manera un debate ya ineludible, pero Feijóo y los suyos sólo saben sumar insulto al insulto.

¿Qué va a pasar? No lo sé ni lo sabe nadie. Eso pone muy nerviosos a algunos profesionales de la vida perdularia, histéricamente escondida en el noble oficio del periodismo, así como a voceros diversos de variopintas élites madrileñas. Y a las derechas que son incapaces de reorganizar su guion, sin más argumento que la derogación del ‘sanchismo’, ni más ambición que dar vueltas por la capital sin encontrar a sus numerosos ex –por ejemplo Zaplana, Casado, Villarejo o Bárcenas-. No sé lo que va a pasar. Espero que el Presidente del Gobierno tenga un plan en la cabeza y que sea verdad aquello de lo que le acusa neciamente la derecha: de hacer política e ir desbloqueando las herencias envenenadas. Pronto sabremos si la carta era un texto lírico o un texto épico. Sabremos si es una despedida o una herramienta para seguir avanzando. No me gustan algunas cosas. Queda dicho. Pero que en momentos así nadie espere de mí ni equidistancias ni pretensiones de rutinarias terceras vías. Espero una reacción tan formidable que el Presidente pueda responderse afirmativamente a la pregunta sobre si merece la pena seguir entendiendo que, pese a todo, como dice el filósofo Esquirol, la política a veces es cosa de un palmo, de avanzar un palmo. Con la gente querida. Y espero que el Poder Judicial sea más judicial y menos poder y preserve la independencia del Poder Ejecutivo.

Mientras, leo que el Vicepresidente valenciano asiste al acto de una Fundación de Voxen la que alguien pide luchar «sin guantes», como se ha hecho «desde Atapuerca». Ese es el tono. Ya reivindicó José Antonio Primo de Rivera la «dialéctica de los puños y las pistolas». No hemos llegado ahí. Pero el mismo Vicepresidente propone, a la vez, la realización de encierros taurinos infantiles. Y es que todo este debate sobre el futuro de la presidencia del Gobierno sigue viciado por la falta de entendimiento entre quienes creemos en los mecanismos constitucionales de investidura y quienes confían esencialmente en la embestidura como única fuente de legitimación.