Opinión

La caja negra de Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EP

El concepto “caja negra” es susceptible de aplicarse a dos realidades. La primera es esa arca, de material superresistente, que registra las circunstancias del vuelo de un avión, de tal manera que, en caso de accidente o avería, si se recupera, permite reconstruir las circunstancias de la travesía pera esclarecer sucesos inexplicados y, en su caso, permitir futuros cambios. La segunda es más abstracta, proviene de la teoría de sistemas: sería un estado o situación en el que no podemos saber lo que acontece entre las causas y los resultados; en la psicología serviría para describir lo no-conocido entre estímulo y respuesta. Definitivamente, en mitad de tantas teorías cruzadas y de hipótesis contradictorias sobre los días perdidos de Pedro Sánchez, diré que fue su voluntad encerrarse en una caja negra. Vayamos por partes.

Sea lo primero aclarar que, en realidad, nunca estuvo desaparecido, como Rajoy la tarde en que perdió una moción de censura o Agatha Christie cuando pilló una amnesia adorablemente oscura. Pero eso es una cosa y otra pedir que se sepa, exactamente, sin posibilidad de equivocación, comprender para qué lo hizo y lo que hizo su imaginación en esas jornadas que ya pasarán a los libros de Historia de la hispanidad. Esperar eso es como intentar responder a la pregunta más inquietante de todas: ¿por qué no fabrican los aviones del material con el que fabrican sus cajas negras? Intuimos que no es posible. Sabemos que debe haber alguna causa poderosa. Pero ignoramos cual. En esa situación, exactamente, se encuentra en este momento la cuestión.

Veamos: la caja negra aeronáutica es esencialmente útil en caso de desastre. Y aquí no ha habido desastre. Para lo que estamos acostumbrados, la casi-dimisión de un Presidente de Gobierno democrático incrementa la inestabilidad, pero no es una catástrofe ni siquiera comparable a las que suelen acontecer últimamente. El sistema se recupera antes que la tierra arrasada por volcán, bombardeo o incendio. Lo que pasa es que el aviso de Sánchez, quizá impertinente, nos removió el ánimo por encontrar nuevas noticias, dado que vivimos aterradoras épocas en que el aburrimiento es la mayor de las penurias. O sea, que debe aplicarse al asunto la segunda clase de caja. Eso creo yo: Sánchez, voluntariamente, se introdujo en una de esas mágicas arcas inverosímiles, conceptuales. Lo dijo, pero no se le hizo mucho caso, metidos en la harina de lo cotidiano.

O sea: Sánchez se ensimismó para que el soberano –incluidos feroces independentistas catalanes, echadores de cartas de Génova y la caterva de jueces y periodistas irritados y enardecidos con la vida que les ha sido dado vivir- no acertara a seguir su peculiar itinerario entre unas causas durísimas de pena y agravio y una consecuencia que acabó por ser, simplificando, un “Virgencita, que me quede como estoy”. A la mayoría ha proporcionado estímulo, vigor y, sobre todo, alivio. Pero esa jaculatoria merece una reformulación más moderna: Sánchez se ha reseteado y ya sabemos que eso, a veces, requiere de esfuerzos y horas considerables. El reseteo era imprescindible porque Pedro Sánchez había perdido la contraseña. Así que ha tenido que cambiarla. Antes fue “Resistencia”, ahora va a ser “Regeneración”. Las pongo con mayúscula porque una vez me explicaron que así son más resistentes a la penetración de Putin –horrible imagen que también sugiero adoptar sub especie metafórica-. Hubiera sido mejor que incluyera números, pero se ve que ya no le daba tiempo. Hay que suponer que el sistema también le preguntaba si aceptaba cookies.

El lector creerá que todo esto es una broma. Se equivoca: pocos artículos he escrito más en serio. Y con estos trucos de veterano articulista sólo trato de decir que hemos de ir acostumbrándonos a perpetrar análisis sobre bases que no son las habituales, incluidas las cadenas invisibles de causas y efectos que oprimen a los gobernantes y que no poseen la transparencia que antiguamente se intentó imponer a cada gesto político. El caso, sin embargo, es que cuando se revela, se comprueba que el secreto no encerraba misterio en demasía y que era el mismo gesto el que alteraba la vida de la tribu, porque algo hay que hacer para procurar el cambio. Sobre esto hay un precioso librito de Bobbio sobre el Estado y los secretos que aconsejo.

No voy a encumbrar a Sánchez, pero diría que su proverbial aguante proviene de entender mejor estas nuevas circunstancias. Muchos de los que le critican desearían tener su capacidad para ser un pararrayos del que sale políticamente indemne, aunque humanamente entristecido. Quizá por ello analistas, estudiosos, afamados politólogos, quisquillosos madrileños profesionales, periodistas togados y jueces de pluma en puñeta, anden tratando de comprender, sin ser capaces de alejarse de la herida que sienten inferida en el corazón, en el cerebro y hasta en el hígado. Y abundan en extrañas conjeturas de por sí indemostrables. La ambigüedad de las “Jornadas de Sánchez” nos obliga a acostumbrarnos a aceptar que hay situaciones cuyo trayecto de causa a consecuencia es “indecidible”. Cosas de la complejidad del mundo. Amén.

Pero, mientras tanto, una buena masa de ciudadanos y, desde luego los de izquierdas y los amilanados por ásperas expectativas, tienen esos sentimientos bonancibles que arriba indiqué. No hay que sentirse ni reconciliados con el mundo ni felices para sabernos aliviados ante los fantasmas que hubieran bajado de la meseta a las colonias autonómicas si Sánchez, lleno de coherencia estoica, hubiera dimitido. Ya sabemos que nos gusta vivir en una montaña rusa. Pero hay cosas peores: Feijóo en Falcon con Abascal de piloto, por ejemplo. ¿Se puede mantener una democracia sobre esa premisa? No lo sabemos. Esa es la cuestión. Estamos en las Puertas de Thannhäuser o algo así, con el ánimo encogido de ver cosas que nunca imaginamos. Por eso el Presidente es hábil al poner a su sistema cibernético esencial “Regeneración”, que es palabra de tanta enjundia como ambigüedad, como hace poco Juan Ramón Gil ha recordado en juicioso artículo, en el que rememora que su origen político más estimable, en la triste España de fin de siglo XIX, se debe a Joaquín Costa, que desde su proclama “¡despensa y escuela!” acabó por lanzar la idea del “cirujano de hierro”. La cosa es más complicada, pero nos advierte sobre ciertos riesgos.

Lo importante ahora es entender que algunos casos de corrupción han aflorado y que otros se presienten o se airean como si fuera seguro que han de existir. Pero no estamos en un ciclo alto de corrupción de masas. La regeneración no debe orientarse principalmente a esa situación. La corrupción, ahora, es otra cosa que no navega tanto en la oscuridad sino en la hiperventilación, en el exceso de luz que reclaman jueces y policías patrióticos contra leyes, periodistas patéticos que han de lucirse ante sus patrocinadores y, lo que es peor, líderes varios, Presidentes de Comunidad y ministros, dados a pasear sus fechorías verbales como si fueran Laureadas de San Fernando. Es el emponzoñamiento global de la conversación política y el bloqueo institucional lo que está aterrando a la ciudadanía. Esa es la regeneración que hay que abordar. La buena noticia es que este ajetreo ha fijado la atención en ello. La mala es que es muy difícil de hacer, y forzosamente lento. Requiere tanta prudencia como paciencia. Y una cosa es que el Presidente saliera de la caja negra con la renovada contraseña y otra que también tuviera una programación. Pero tendrá que tenerla. Si no, nos estaremos confundiendo sin parar. Las cosas no siempre son lo que parecen. Al fin y al cabo, como es sabido, las cajas negras están pintadas de naranja.