Opinión

El desorden del día

El presidente de Argentina, Javier Milei, interviene durante el acto ‘Viva 24’ de VOX, en el Palacio de Vistalegre

El presidente de Argentina, Javier Milei, interviene durante el acto ‘Viva 24’ de VOX, en el Palacio de Vistalegre / A. Pérez Meca - Europa Press

Empieza la campaña de las Elecciones Europeas. Hasta hace poco no nos interesaban, como no fuera, si acaso, para castigar a quien gobernaba. Ahora, lo que antes imaginábamos lejano nos parece insoportablemente próximo y nos alarma lo que se nos viene encima. Ahora, precisamente, es cuando tenemos la sensación, ampliamente compartida, de que el mundo, nuestro pequeño mundo de mitos y civilización, de filósofos y futbolistas, anda especialmente desordenado. Como un libro en el que las líneas se mueven, la democracia de los europeos se vuelve ilegible o, al menos, cuesta esfuerzos importantes seguir el hilo de su narración, ni siquiera poniendo de música de fondo la Novena de Beethoven: la exaltación de la alegría tiene sus límites.

La cuestión es cómo estabilizar el texto, como ajustar lo posible el significado de la política, como poner en el centro de los debates la democracia como apriorismo innegociable. El ser de Europa es eso: la democracia como tradición, como conjunto de valores, como forma de organización. El no-ser de Europa es la negación de la democracia. No todas las democracias son iguales, pero todas deben reconocerse si se sientan en torno a cualquier mesa. Es como un grupo de personas que si se ponen a hablar y se comprenden, incluso si son capaces de mentirse unos a otros, es que están usando el mismo idioma. Por eso lo más peligroso, ahora, es que abundan las fórmulas de vaciado de democracia en nombre de la permanencia de su carcasa jurídica. Siguiendo antiguas lecciones de fascismos, no faltan quienes confunden un Estado legal, que habla con normas, con un Estado de Derecho, plenamente sometido a una legitimidad que integra la práctica de los Derechos y que hace derivar su propia legitimidad de ser la voluntad del soberano popular.

No es cosa de vivir en estado de alarma permanente, aunque haya quien parece desear la llegada de camisas pardas, o negras, o azules, para lanzarse heroicamente a la trinchera y recuperar las estéticas perdidas. Mala cosa. En las barricadas suelen perder los buenos. El “¡no pasarán!” es de gloriosa estirpe. Pero pasaron. No olvidemos ninguna de las dos cosas. Por lo tanto en estas Elecciones en las que la ultraderecha antidemocrática se lanza de coz y coz, la modulación de los mensajes, la aplicación de la inteligencia frente al sentimentalismo primario, es lo que conviene practicar. Pues sólo así se podrá convencer a muchos de que activar su voto sirve para eso, para rescatar Europa de la selva emotiva de los patriotas de la rabia y la nostalgia. Ese, también, es el camino practicable para separar el radicalismo ultra del conservadurismo clásico, por más que, muchas veces, ese conservadurismo –el PP sin ir más lejos- parece encantado de que le obliguen a mostrar su lado más oscuro -aquí el del franquismo que integró pero no desintegró-.

Estas derechas juegan a la provocación. Así Milei, con gesto inaudito. Hubo un tiempo en que Argentina ambicionaba, sobre todo, ser Europa; un paseo por Buenos Aires lo muestra a la perfección. Una y otra vez sus militares, sus millonarios y sus populistas lo impidieron. Pero es nuevo que Milei, que tiene ese aspecto despampanante de malevo de tango, se venga por aquí a insultar. Y no es que insulte al Presidente del Gobierno y a su familia, es que insulta a los mecanismos de institucionalidad que rigen la convivencia civilizada entre Estados: ¿qué confianza puede haber con un país cuyo Presidente acude a la capital de otro para sumarse a una campaña electoral usando sólo del improperio y la amenaza? Pero esa fue la parte de fachada, el esperpento, la astracanada. A mí me molesta mucho, pero mientras no saque la motosierra no me espanta. Hubo, sin embargo, algo que me asustó más. La foto: Milei alineado con parte de lo más granado del empresariado español.

Antes he hablado del desorden que nos asiste. Ahora hablaré de literatura. Si no le conoce, le recomiendo encarecidamente la lectura de Éric Vuillard, un autor francés que ha hecho un arte de la composición de breves obras que, cuando las acabas, no sabes si has leído una novela saturada de hechos históricos –“reales”- o te ha contado esos mismos hechos con un estilo desenvuelto y contenido. Y eso lo ha aplicado a las postrimerías de Bufalo Bill, a la toma de la Bastilla, a algún episodio de la I Guerra Mundial… Mi favorita es aquella en que se cuenta la reunión de los principales capitanes de empresa alemanes, en 1933, con representantes nazis para aclarar la ayuda de aquellos a estos. Alguien me dirá: ¡qué barbaridad!, ¿no creerás que Garamendi y los suyos hacen esas cosas? Por supuesto que no. Aunque también es cierto que entonces se hubiera dicho lo mismo de los Krupp o de los que controlaban Siemen o Telefunken. Pero, en serio, ni se me pasa por la cabeza que Milei pueda manipular a estos señores, todos vestidos de camisa blanca y traje muy oscuro -¿se pusieron de acuerdo en el uniforme?-, aunque también es verdad que tienen intereses en Argentina que bien merecen una misa con Dios o con el Diablo. Para este hombre, recordémoslo, el Papa es un demonio.

Pero esa no es la cuestión. La cuestión es: ¿pese a las más bien tibias muestras –tras el insulto- de lealtad a España, ignoraban estos preclaros patriotas que iban a ser usados para la foto, para alguna foto? Y dado el carácter y circunstancias del viaje para una foto electoral de Vox… A ver si es que son ricos pero tardos y torpes, por no decir más. Esta es la cosa: mientras algunos se entretienen con las provocaciones y contraprovocaciones de eso llamado “guerra cultural”, y aquí y allá se parten la cara con las identidades ofendidas o debaten sobre el simbolismo de las canciones de Eurovisión, otros se hacen fotos después de reunirse reservadamente. Ellos no cantan si se disfrazan. En Alemania las grandes empresas han manifestado públicamente su oposición al partido de la extrema derecha. No sé si aquí podría hacerse. Seguramente no porque hasta el PP se enfadaría; y parte del clero, que a lo mejor piensa lo mismo que Milei del Papa. Pero lo cierto es que muchos prebostes del capital deben sentir un pálpito de alegría al escuchar cosas que dice Milei. Quizá no les gusten las formas, que son mayores y oscuros para encontrar gracia en los payasos; pero es un alivio ideológico oír hablar de privatizaciones, rebajas de impuestos y limitación de derechos laborales. No es que quieran todo de golpe, que lo mismo no interesa, pero basta con domesticar a quien pueda protestar. Que siempre puede haber tiempo para escalar las demandas y presiones. Y además no se habla mucho de ellos en las campañas. Ellos son buenos. Tanto, que siempre hay algún Milei dispuesto a consagrarlos en el altar de las verdades irrefutables.

El libro de Vuillard se llama “El orden del día”. Su último párrafo comienza diciendo: “Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y de pavor”.