Opinión

Un disparate inexplicable

La pedanía villenense de La Encina.

La pedanía villenense de La Encina. / INFORMACIÓN

Villena fue sesgada por las vías del tren con una precisión quirúrgica: su crecimiento fue hipotecado desde 1858 a cambio de gozar con una estación en el centro urbano de la población. Puerta de Castilla y de Andalucía desde tiempo inmemorial, la pedanía villenense de La Encina se convirtió en uno de los enlaces ferroviarios imprescindibles de la mitad sur peninsular.

Paso obligado en las rutas de Murcia a Valencia y Cataluña, y de Madrid a Alicante, era de justicia que la nueva estación de Alta Velocidad de la población se ubicara, dejándose guiar por el sentido común, soterrada en el mismo lugar donde se haya la primitiva, en el corazón de la urbe, junto al paseo y el teatro que llevan el nombre de Chapí.

Pero sin ninguna explicación, alguien decidió levantarla en el Gurugú, a siete kilómetros de la ciudad. Y no sólo eso. Desde hace 11 años que se han hecho eternos, el lugar permanece inaccesible desde la autovía de Alicante-Madrid, de la que dista apenas un kilómetro. Hasta allí se llega por caminos rurales inundables, que sólo los conocedores son capaces de atravesar por las noches. Sus veinte curvas, aparte de dar miedo, revelan hasta dónde puede llegar el abandono por parte de la clase política de alto rango: unos se han pasado la pelota a otros, y esta infraestructura esencial continúa pendiente de ejecución. La mole enorme, hoy surrealista decorado vacío, costó 14 millones.

Suscribo palabra por palabra la tribuna que publicó en estas páginas el alcalde de la ciudad, Fulgencio Cerdán, reclamando una solución inmediata. Añado que Villena merece el Puerto Seco siquiera por compensar todos los desmanes que se han cometido contra ella: endosarle un Centro Penitenciario y una macroplanta de residuos y negarle un Hospital siendo capital comarcal no fueron asuntos menores.