Opinión

Qué larga se hará la agonía

El candidato del PNV a lehendakari, Imanol Pradales (i) y el presidente del PNV, Andoni Ortuzar (d), tras finalizar la jornada electoral de elecciones autonómicas del País Vasco y resultar ganador su partido, en Sabin Etxea, a 21 de abril de 2024, en Bilb

El candidato del PNV a lehendakari, Imanol Pradales (i) y el presidente del PNV, Andoni Ortuzar (d), tras finalizar la jornada electoral de elecciones autonómicas del País Vasco y resultar ganador su partido, en Sabin Etxea, a 21 de abril de 2024, en Bilb / H.Bilbao - Europa Press

El domingo pasado se celebraron elecciones regionales vascas y, créanme, no hay nada que me produzca mayor piorrea intelectual que el análisis de las mismas. El resultado de las elecciones está ahí y cualquiera de ustedes puede comprobarlo en los medios de comunicación y artículos de opinión publicados. Quizá cabría señalar -quizá- que decenas de años de adoctrinamiento unidireccional, incluido el secular y enfermizo odio a España, empiezan a dar sus frutos. Tras un consentido lavado de cerebro a varias generaciones de jóvenes, una lobotomía ideológica infame y siniestra, ¿qué otra cosa podía pasar?, pregunta retórica que formulo tanto a la derecha como a esa otrora izquierda española que hubo, hoy convertida en juguete roto para disfrute exclusivo de un niño caprichoso que se nos acaba de enfadar. También cabe resaltar que tanto Sánchez como el PNV, igual que muchos medios de comunicación, intelectuales pastueños, artistas acomodados, maestros de universidades sin prestigio y una variopinta suerte de arrebatacapas, se han pasado, al menos los últimos cinco años, blanqueando a los herederos políticos de ETA como si nada hubiera ocurrido con los 850 asesinatos, los miles de heridos, las decenas de miles de damnificados y los centenares de miles de exiliados forzosos por la barbarie terrorista y el cómplice silencio de tantos y tantas. «Blanquear», un verbo transitivo que se ha puesto de moda para justificar todo lo que no podemos soportar si nos miráramos al espejo; aunque tengo para mí que «blanquear» hunde sus raíces en el pasaje evangélico donde Jesús habla de los sepulcros blanqueados: «¡Hay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, más por dentro llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicia»! (Mateo, 23:27).

Tras un consentido lavado de cerebro a varias generaciones de jóvenes, una lobotomía ideológica infame y siniestra, ¿qué otra cosa podía pasar?

Pero hete aquí que mientras a nadie se le ocurriría blanquear los crímenes del nazismo, por ejemplo, todavía se sigue usando un eficaz detergente para intentar suavizar las manchas que dejó y sigue dejando el comunismo a su paso. Y en Vascongadas ha ocurrido algo parecido, no en estas elecciones, al fin y al cabo, un desolador epítome largamente anunciado, sino desde que la democracia se hizo carne y ETA siguió asesinando, secuestrando, torturando, aterrorizando y chantajeando, envuelta en su mesiánica bandera del comunismo independentista. Pero no se equivoquen, detrás de las cortinas que todo lo veían, tras la puerta desde la que se podía escuchar hasta el más mínimo susurro, en las esquinas y callejones de pueblos y ciudades vascas, hubo todo un ejército de políticos arrastrando un lucrativo carro que recogía las nueces caídas del árbol agitado por ETA. Hoy, para su propio asombro, ante la posibilidad de verse frente al abismo que le devuelve la mirada de un poder que tarde o temprano perderá, intenta desesperadamente hacer inventario del blanqueamiento y se da cuenta de que las cuentas ya no salen. De la miope, pero interesada, euforia nacionalista que prefería mirar a hacia otro lado, se pasará a un sordo enfrentamiento difícil de administrar. Qué se puede esperar de una sociedad que ha crecido bajo las lecciones del odio a España y el silencio de los crímenes de ETA y sus autores.

Es curioso, por placebo, el ejercicio de autocomplacencia de gran parte de la clase política, mediática y mediopensionista española, cuando intenta convencernos de que fue la democracia quien venció a ETA. No, no es del todo así, y ahí tienen el resultado. ETA dejó de asesinar porque estaba al borde del colapso y porque le traía más rédito político no solo en Vascongadas, sino en el resto de España y en Europa. Pero su legado, lejos de haberse achicharrado en el retrete de la historia por brutal, asesino y totalitario, está hoy más vivo que nunca porque nunca se quiso realizar un juicio a su historia, una condena sin fisuras a sus años de terror (Pacto de Estella, reunión en Perpiñán entre Carod-Rovira y ETA), y un cordón sanitario -como gustan decir los progres- que sí se le hizo a la derecha (Pacto del Tinell). Ahora, como recompensa, dejamos que muchos de ellos y ellas, sus alumnos y sus herederos voluntarios, se unan alegres a la gran familia democrática. Y sin arrepentirse ni pedir perdón.

Qué se puede esperar de una sociedad que ha crecido bajo las lecciones del odio a España y el silencio de los crímenes de ETA y sus autores

No me extraña que entre las pesadillas nocturnas de todo ese inmoral mundo, ese infierno de descomposición ética, sumado a las presiones políticas de los separatistas catalanes, los ultras de la extrema izquierda y el neocomunismo deconstruido -tan próximo a dictadores como Putin- en los que se apoya el bizarro equilibrismo de Sánchez, a nuestro amado líder le haya entrado terror noctívago y se haya tapado bajo las sábanas de Moncloa a ver si así el dinosaurio se va de la habitación. Ahora resulta veraz que Sánchez dijera no dormir tranquilo acostándose con la extrema izquierda o pactando con Bildu. Pero el dinosaurio ha venido para okupar la cama mucho tiempo y no se irá tan fácilmente. De ahí que, salvando el carácter táctico del victimismo populista en el que se ha envuelto don Pedro con su insólita maniobra -inverosímil en una democracia desarrollada y en Europa, véanse las reacciones de la prensa internacional-, cause vergüenza como ciudadanos españoles que el presidente del Gobierno abdique de sus responsabilidades escondiéndose en el cuarto de los juguetes abrazado al osito de peluche que le quiere robar la derecha.

Mientras la contratación de autobuses se realiza con la rapidez propia de las repúblicas bananeras para trasladar a los acólitos a la nueva Plaza de Oriente donde Sánchez se hará carne entre vítores y llantos de emoción, el «blanqueamiento» de todo lo que no iba a ser y luego fue, del separatismo golpista y del terrorismo, incluso la pretendida lucha contra la corrupción (hasta Ábalos se ha puesto a sus órdenes), se ha consumado. Es tentador pensar que Sánchez se vaya para volver, pero lo haría sin acabar los deberes prometidos a quienes ahora lo sostienen, y unas elecciones generales pueden apartarlo del poder, algo que no le gustará a los «blanqueados». ¿Dónde va a quedar entonces el PSOE? Qué larga se hará la agonía. A más ver.