Opinión

La obligación de informar y el derecho a opinar

Pedro Sánchez en El Intermedio.

Pedro Sánchez en El Intermedio.

Mientras se celebran elecciones autonómicas en Cataluña donde todos los partidos quieren ganar demasiado, pero sin ofender demasiado para no perjudicar la autoestima de los futuros pactos, el presidente del Gobierno, doctor Sánchez, ha puesto de actualidad examinar a los medios de comunicación con el objeto de meterlos en cintura, de enderezarlos para evitar que la “fachosfera” mediática enfangue el lecho donde descansa protegida -gracias a él- nuestra virginal democracia. Parece, pues, razonable realizar un selectivo examen forense con el fin de comprobar si, efectivamente, el poder político debería legislar punitivamente sobre el periodismo en general y sobre los periodistas en particular, particularmente los que le son más incómodos. Porque periodistas siempre habrá -aunque vayan menguando- a menos que la Inteligencia Artificial (IA por sus siglas en español) se erija como el nuevo Pulitzer de corta y pega reemplazando así a tanto “cortapega” que ahora pulula por las redacciones, emisoras y platós. Es harto curioso comprobar que “perro sí come carne de perro” -en contra del consuetudinario principio- a tenor de cómo los periodistas “abajofirmantes” de siempre, la crema canónica de la profesión, se han lanzado contra aquellos y aquellas que también se consideran periodistas, aunque no figuren en el cuadro de honor del sindicato vertical ortodoxo. Hoy se les señala como los depravados de la profesión y por eso merecen ser purgados, de ahí que ya estén repartiéndose en medios de comunicación, televisiones y plumillas adoctrinados, las antorchas para encender la pira donde arderán los esbirros de esas terminales mediáticas de la derecha contra las que nos advierte el mesías Sánchez.

Sin ir más lejos, y para que no haya dudas del clima de concordia, entendimiento y modos democráticos, don Pedro daba una entrevista en la Moncloa de la SER para denunciar que todo lo malo que hemos visto, que estamos viendo y que veremos, proviene de una “internacional ultraderechista cuyas terminales en España son el PP y Vox”. Debo haberme perdido, pero ¿el populismo no era algo así como dar soluciones simples a problemas complejos, según la progresía más sesuda? Pues eso. De ahí que su eximio -por complejo- portavoz a tiempo total, el académico de la lengua Óscar Puente, para desmantelar la crispación, desterrar los insultos y crear un clima de diálogo, se vaya de la lengua diciendo en público que el presidente Javier Milei, que fue elegido democráticamente por los argentinos, tomaba “sustancias” (no dijo drogas, sino sustancias, por eso es académico de la lengua, por su inteligencia; por eso lo trajo Sánchez a la tribuna del Congreso para para dar la réplica a la fallida investidura de Feijoo). Se creaba así una nueva crisis diplomática exterior, esas que tanto le gustan al presidente en tiempos de zozobra interior (Marruecos, Argelia, Israel…), esta vez con Argentina. Es muy probable que los insultos los profiriera Puente mientras estaba retenido una hora en un tren de cercanías de Renfe, con las puertas cerradas y sin ventilación, dado que como ministro de Transportes viaja siempre en transporte público. Es el mismo Óscar que, refiriéndose al novio de Isabel Díaz Ayuso, le llamó “testaferro con derecho a roce”, lo que no tiene nada de machista. ¿O quizá sí?, me atrevería a preguntarle a este ultrafeminismo que administra tan sutilmente sus airadas protestas de sus clamorosos silencios según de dónde vengan las agresiones. Pero, en fin, es Óscar Puente, uno de los nuestros. Y perro no come carne de perro.

Dejando a un lado que Óscar Puente, con ese lenguaje propio de los querubines académicos, dijera que Sánchez es “el puto amo” (imaginen la expresión en lenguaje de género si hubiera sido una mujer), resulta que también presumió de que sus asesores, con el dinero de todos, le recopilaran cada uno de los insultos que contra él y según él se han vertido en los medios de comunicación (podría haberlos dedicado a glosar los que él ha proferido, por ejemplo). Lo cierto es que, en este clima de profunda crispación, el Gobierno Sánchez y su socia Yolanda, aupado por los avalistas parlamentarios de su gestión, tienen en el punto de mira a los periodistas molestos, a los medios hostiles, a la red mediática donde se esconden. Y no deja de ser curioso que un presidente que se ausentó cinco días de sus obligaciones por medio de una almibarada y cursi carta en una red social (no en el Parlamento, ni en el Gobierno, ni en sus terminales mediáticas amigas, ni tan siquiera en su partido), arremeta -amenazante- ahora contra los medios insumisos que se ocultan en la “fachosfera”. Pero, al igual que con la independencia judicial y el control político de los jueces que pretende Sánchez, tampoco con la libertad de prensa, con la libertad de información y de opinión, va a poder esta deriva autocrática en la que nos ha sumido. No, no es necesaria ninguna ley que regule la libertad de información, el derecho a informar de forma libre e independiente. Para lo demás, ya están los jueces, también libres e independientes, y la propia Constitución. ¿No le es suficiente a don Pedro?

Ya es curioso que con las verdades de Tezanos al frente del CIS y con esa RTVE desde donde solo se escuchan y ven loas a Sánchez y palos a la oposición, nuestro inquilino de La Moncloa esté hondamente preocupado por la internacional mediática ultraderechista que nos amenaza. Debería darse una vuelta, y no de tuerca (con permiso de Henry James y Benjamin Britten), por Rusia, China, Venezuela, Cuba, Irán o Nicaragua, para solicitar plaza de becario -“repórter Tribulete”- en uno de los muchos medios de comunicación libres e independientes que hay allí y criticar sus regímenes políticos o a sus líderes. El periodismo y los periodistas, los medios, tienen la obligación de informar (es su principal razón de ser, su esencia, para eso nacieron) y, como cualquier otro ciudadano, el derecho a opinar. Otra cosa es que el periodismo actual, los periodistas, confundan tantas veces la información con la opinión. Pero esa ya es otra historia, Kipling. A más ver.