Opinión

Entre la mentira compulsiva y el fraude en las universidades

Una imagen de la Universidad de Salamanca.

Una imagen de la Universidad de Salamanca. / Shutterstock

A principios del mes de marzo conocimos la noticia de que el rector de la Universidad de Salamanca durante los últimos seis años, Ricardo Rivero, presentaba por sorpresa su dimisión. Aunque podía optar a la reelección, este catedrático de Derecho Administrativo renunciaba para dar paso a un nuevo proceso electoral de una de las instituciones de educación superior más antigua de nuestro país. La semana pasada se presentó el único candidato que se presenta, el catedrático de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial, Juan Manuel Corchado. Hasta aquí nada excepcional: un rector declina continuar en su mandato y un único candidato se presenta a unas elecciones democráticas de su institución. Con todo, pronto ha saltado la alarma; si Rivero se ha dado a conocer en los últimos tiempos por defender su universidad frente a las críticas de grupos de extrema derecha que denunciaban, entre otros, el homenaje a Miguel de Unamuno como doctor honoris causa, quien fue rector del mismo centro, el ahora candidato ha tenido diversas acusaciones por falsificar su currículum.

Según parece, el candidato ha hinchado su trayectoria con diversos estudios discutibles por otros expertos en su disciplina y con un centenar de citaciones sobre sí mismo, llegando a acumular más de 200 veces de auto referencias en un resumen de dos páginas de una conferencia en Chennai (India). Todo ello para incrementar sus indicadores a través del motor de búsqueda de Google Académico, de manera que aparece como uno de los expertos en inteligencia artificial con mayor impacto en el mundo. La lista de multiplicaciones artificiales que elevan su posición es larga y continua. Si son ciertas estas acusaciones, ¿por qué motivo las genera un investigador, ahora candidato, que podría presentarse libremente y sin tener que recurrir a estas técnicas de dudosa honestidad? ¿En qué momento se inició esta carrera meteórica a base de referencias a sí mismo que sólo buscan el avance en las tablas clasificatorias internacionales? ¿Era consciente el acusado de que esta situación llegaría a saberse más pronto que nunca? Desconocemos si la presión ejercida por estas revelaciones acabará con su carrera al Rectorado de la Universidad de Salamanca. Nos encontramos en una situación en la cual, de momento, no hay indicios de delito que puedan acarrear una pena judicial; en todo caso, estamos delante de un caso, el de las elecciones de una institución, donde se espera de un candidato un comportamiento ejemplar y una honestidad contrastable en las personas que ocupan un cargo de responsabilidad, como apuntaba en algunos medios el médico Jordi Camí, referente en ética científica en nuestro país.

Es obvio que la historia de la humanidad está llena de personas que mienten y construyen una falsa realidad alrededor de su personalidad. El psiquiatra norteamericano Charles Ford ha profundizado en la figura del mentiroso compulsivo como aquella persona que siente una necesidad irrefrenable de mentir de manera constante, incluso cuando no hay una razón aparente para hacerlo, sin considerar las consecuencias de sus acciones. Así, se proyecta una falsa realidad que acaba rompiendo la confianza en su entorno. Si esta personalidad incrementa la acción de su trastorno puede llevarlo a cometer fraude, en tanto que sus engaños acaben produciendo ganancias personales de manera ilícita, a través de falsificación de documentos, manipulación de información o cualquier actividad penada por la ley. En el primer caso, quien siente esta tendencia a la mentira, no suele tener un motivo más allá de satisfacer una necesidad interna de elevación de su consideración social; por el contrario, en el segundo, la derivación hacia el delito representa una implicación deliberada y una intención específica. Dos realidades diferentes que pueden conllevar una correlación si no se sabe limitar la acción de la primera.

Frente a una situación como la vivida en la Universidad de Salamanca, los límites entre algunos de los casos apuntados son difíciles de marcar. Una situación complicada que tantas veces se crea cuando las personas que nos quieren representar y someterse a un refrendo popular cruzan los límites de la veracidad y caen en el recurso continuado de ofrecer propuestas que saben que no se van a poder realizar en instituciones públicas de cualquier índole: un incremento de los sueldos, una estabilización directa del personal interino, unos concursos de promoción interna que han sido desestimados en otros centros, entre otros. Exijamos a quienes nos quieren representar un grado de honestidad y de realidad, sin tener que recurrir a falsas promesas que nacen viciadas frente a la imposibilidad de su ejecución. Del mismo modo, pidamos que integren el máximo de sensibilidades posibles, que no renieguen del pasado para ofrecer futuros inciertos de ficción que generen falsas expectativas. La credibilidad de ellos mismos está en juego y, en consecuencia, de las instituciones que quieren representar.