Así monta sus transportes el crimen organizado

Droga en la AP7: las leyes de la narcovía

Solo un 10% del tráfico de drogas en el mundo es atrapado por las fuerzas de seguridad

Cargamento de marihuana interceptado por los Mossos en julio de 2020.

Cargamento de marihuana interceptado por los Mossos en julio de 2020. / CMDE

Juan José Fernández

Joven, alocado, delincuente en ciernes curtido en una barriada, amante de los cochazos y el riesgo; o maduro, solitario, formado al volante de un camión en las carreteras del este de Europa. Uno, a toda velocidad por la autovía; el otro, tratando de no llamar la atención. Ambos en pos de 20.000 euros por una buena carga. A diario conductores que responden a este retrato robot son los más peligrosos usuarios de la AP7, peones del negocio de la droga en una de las más transitadas narcovías del planeta.

Con el volante en sus manos son el epicentro del boom del narcotráfico europeo, llevando al norte hachís africano, cocaína americana y marihuana del creciente verde español, o trayendo pastillas para las fiestas del sur. Juegan a una ruleta criminal: pasar como otro más de los 45.000 vehículos que cruzan a diario por La Jonquera sin que les intercepte la carga una patrulla policial o una banda de narcos rivales.

Un cálculo extendido entre los expertos sostiene que solo un 10% del tráfico de drogas en el mundo es atrapado por las fuerzas de seguridad. El sargento de los Mossos d’Esquadra D., implicado en la lucha contra el crimen organizado, lo llama “la cifra gris”. No hay estadísticas precisas en algo tan clandestino, pero para el intendente que manda la División de Investigación Criminal de los Mossos, Joan Carles Granja, estamos en picos sin precedente en la demanda y producción, “y es evidente que toda esa droga no se consume en Cataluña. La mayor parte va hacia Europa, y su salida es la AP7”.

Reglas simples

Los narcos eligen la AP7 no solo por la lógica de la Geografía. En sus tramos catalanes la autovía ofrece una densa trama urbana en sus orillas, con rincones -confirman los mossos- donde asentar guarderías de marihuana, y vías de servicio y calles por las que perderse en caso de persecución.

Y esa huida forma parte de dos reglas básicas. La primera es ir atento a lo que diga el coche lanzadera. En ruta, cinco kilómetros por delante, otros peones avisan si hay un control. Van en la lanzadera, los ojos del convoy, ya sea este de vehículos de alta gama a toda velocidad -que los policías llaman go-fast- como de camiones de otras mercancías, entre la que esconden la droga.

La segunda regla es no parar; aunque lo ordene la policía, aunque se interponga un narco rival; no detenerse si se puede correr más o escapar.

En ruta no hay descanso. A los chóferes se les marca dónde repostar, a ser posible en una gasolinera desierta, desviándose unos kilómetros de la autopista si es preciso, para evitar miradas policiales o emboscadas del vuelco -robo- de droga.

Noche y espías

La noche es el escenario preferido. Los controles se ven más de lejos, hay menos tráfico… “y es que muchas veces llevan la carga a la vista”, explica el sargento D. Un fardo de 30 kilos, del tamaño de una maleta grande, es difícil de ocultar en un coche. De día, en marcha, pueden ser visibles desde otro coche los bultos, acaso tapados con una manta.

Este descaro contrasta con receloso incremento del uso de balizas en la narcovía. Han sido incautados sofisticados aparatos de señal rastreable con el móvil que los suministradores ocultan en la masa del hachís para, cuando llegue a destino, saber dónde paró e ir a robárselo al cliente; pero también se usan collares GPS de mascotas que se venden por 60 euros en internet.

En la ruta convive la chapuza con la alta tecnología. Algunos coches lanzadera no encriptan sus mensajes, avisan con móviles de usar y tirar y tarjetas SIM pilladas con datos falsos. La comunicación encriptada, en la ruta catalana “ha quedado para los directivos de las bandas”, explica J., sargento de los Mossos que participó en la operación policial internacional que acabó con Encrochat. Era el cifrado más potente hasta 2020. Usaban SIM holandesas, y móviles sin GPS, cámara o Whatsapp. Costaba 2.000 euros cada aparato tuneado.

Picaresca

A menudo no es cuestión de tecnología, sino de picardía. Un porcentaje de la droga viaja en la AP7 en furgones de empresas convencionales de mensajería a las que el remitente no ha dicho qué está enviando.

Pero es arriesgado intentar colar así palés de marihuana o bolsas de cocaína. Puede ocurrir, como recientemente en la conurbación de Gavá y Viladecans, que salte la liebre de un envío raro. Era muy llamativo gastarse 800 euros en mandar un armario de Ikea que cuesta mucho menos que el transporte.

Los grandes envíos de hachís y marihuana no son fáciles de esconder. Fardos de hachís de un cargamento de 1,5 toneladas aprehendido por los Mossos en Barcelona, en diciembre 2006

Los grandes envíos de hachís y marihuana no son fáciles de esconder. Fardos de hachís de un cargamento de 1,5 toneladas aprehendido por los Mossos en Barcelona, en diciembre 2006 / CMDE

Si elige colocarle la carga a otro, el narco intentará que una aprehensión en la AP7 no termine llevando hasta él. También es reciente una operación de los Mossos en un polígono industrial del sur de Barcelona. Intentaban colarle a la mensajería dos palés de droga como si fueran mercancía de otra empresa. De hecho, cuando llegó el mensajero a recoger se encontró los palés a la puerta de esa empresa… que no tenía nada que ver.

Deprisa, deprisa

Si el disimulo es la regla básica en el envío de droga camuflada en camiones, la velocidad es el común denominador de los go-fast que recorren la AP-7.

La incautación de diez kilos de cocaína en Sant Celoni el 23 de julio, último gran golpe de los Mossos, fue posible en un control de documentación de Tráfico. Los últimos seis envíos de droga “han caído por la velocidad”, apunta D. Hace unos días su equipo seguía a unos butroneros en Barcelona cuando les pasó un Audi A5 como una bala. Le cogieron la matrícula… y era robado. Blanco y en botella. En el trasiego de drogas por la AP7, “el coche o es alquilado, o robado, o le han doblado la matrícula”, explica el sargento.

La velocidad es indicador clave para sospechar. “La mayoría de las últimas incautaciones han tenido como origen un exceso de velocidad detectado por el radar, o un accidente...”, confirma el intendente Granja. Y no habla de pequeños saltos sobre el límite de 120: cruzan Catalunya estos transportes a 160, 180 e incluso 200 kilómetros por hora aprovechando que ya no hay peajes.

El chófer

“Velocidad y delincuencia van de la mano”, reflexiona Granja. Y cree que influyen películas como esas francesas que a menudo recrean excursiones go-fast de chicos de barriada, películas de persecuciones y cochazos en las que, a menudo, el adrenalínico perfil del protagonista casa con el del chófer de estos envíos: joven, sin trabajo estable, residente en una banlieu de Lille, Marsella o París, de origen magrebí y habla francesa, que ha robado un Porsche Cayenne o alquilado un BMW y que tiene la audacia e inconsciencia suficientes para el oficio.

Control nocturno antidroga de los Mossos en Barcelona.

Control nocturno antidroga de los Mossos en Barcelona. / LAURA GUERRERO

Es una audacia similar a la de los pilotos de gomas que cruzan el Estrecho de Gibraltar con el hachís, si bien la consideración que los capos tienen por unos y otros es diferente: escasean los timoneles de lancha neumática con cuatro motores en popa, y abundan los muchachos de suburbio en Francia, Bélgica y Holanda dispuestos a correr una lucrativa aventura por España.

Todos buscan dinero. Dependiendo de la carga, 20.000 euros por trayecto no es nada en comparación con el valor del cargamento. El kilo de hachís se coloca a 3.000 euros en Francia o Alemania y en algo más de 30.000 el kilo de coca.

Si pierde la mercancía, al chófer le espera castigo. El más común: hacer otros trayectos gratis hasta pagar lo perdido. La cotización de la droga contrasta con la infraestima de las personas. A Joan Carles Granja no deja de llamarle la atención: “Estos individuos no son nada para la organización. Como el inmigrante a bordo de una patera cuando ya ha pagado el viaje: para el traficante esa persona ya no tiene el más mínimo valor”.