Cultivar espirulina a nivel industrial en una planta que sería capaz de abastecer la totalidad del consumo de este alga en España, que supone unas cinco toneladas anuales. Este es el proyecto del catedrático de Ingeniería Química de la Universidad de Alicante (UA) Antonio Marcilla junto con una empresa del sector alimentario a la que se podría unir otra de fertilizantes.

La espirulina es un alga cuya composición a base de proteínas, carbohidratos y lípidos unida a las características de su sabor la hacen apta para el consumo humano y además es un producto saludable. Estas circunstancias han provocado que su consumo en fresco vaya en aumento, además de ser utilizada en comprimidos nutricionales, para cosmética e incluso para biocombustibles. Fue precisamente en este último ámbito en el que el equipo de Marcilla empezó a investigar hace años dando como resultado un fotobiorreactor patentado en 2013 en cuyo desarrollo se involucró Repsol. Al bajar el precio del petróleo el uso de espirulina para biocombustible sufrió un parón, explica Marcilla, pero la tecnología desarrollada para aquellas investigaciones «la hemos adaptado ahora para poder desarrollar lo que sería una planta de producción a nivel industrial».

La idea es construir esta planta en el Parque Científico para lo que la empresa interesada ya está buscando financiación y Marcilla asegura ser «optimista». Incluso barajan constituir una Empresa de Base Tecnológica (EBT). De momento el equipo trabaja en una planta piloto donde ha realizado las pruebas para poder llevar a cabo un cultivo de crecimiento óptimo antes de dar el salto a la próxima instalación.

La espirulina es un alga delicada y sensible por lo que su cultivo es muy estacional. Con la tecnología desarrollada por Marcilla y su equipo se rompería con esta estacionalidad y aumentaría exponencialmente su producción.

«La planta normal que crece de forma espontánea produce un par de cosechas al año al estar muy condicionada por la luz del sol y la temperatura. En invernadero puede tardar en cosecharse entre 7 y 15 días, pero cuando investigamos para desarrollar biocombustible logramos reducir ese tiempo a 3-4 días», indica el catedrático. La forma de cultivo es la siembra hasta que se duplica la concentración, momento en el que se cosecha la mitad y la otra mitad de deja para volver a añadirle nutrientes para que genera nuevas plantas, señala Marcilla.

Este proceso incorporando el fotobiorreactor es el que realizan actualmente en la planta piloto, pero antes se ha seguido el método de «prueba-error» unido al cálculo de los costes. En el laboratorio los investigadores dispusieron primero la siembra en un pequeño recipiente, tras duplicarse las pasaron a otro de cinco litros de capacidad, y de ahí las trasladaron a unos grandes de 20 litros con un tubo luminiscente dentro imitando la luz solar y manteniendo una temperatura cálida. El proceso funcionó pero los 40 vatios necesarios día y noche en cada tubo disparaban los costes. Por este motivo decidieron que en el futuro este último paso se debía realizar en tanques al aire libre y sustituir la luz artificial por luz solar.

Marcilla calcula que necesitarán entre 200 y 300 metros cúbicos de agua dulce en la planta, que ocuparía entre 3.000 y 4.000 metros cuadrados porque las balsas no pueden ser muy profundas. «Cuanto menos profundas mejor porque si la luz del sol no penetra en la planta ésta no realiza la fotosíntesis, así que la forma óptima de cultivarlas es reproducir una especie de río, no tanques profundos», matizó.

Antes de comenzar a cultivar estas algas, los investigadores seleccionaron de forma minuciosa las cepas que se iban a plantar en función de su sabor y de su velocidad de crecimiento.

Para llevar a cabo este proyecto la empresa interesada ha aportado una parte del dinero y la Universidad de Alicante la otra a través de una convocatoria de investigación. En total ronda los 60.000 euros.