Docenas de camiones llegan repletos de basura a la planta de Proambiente a diario, sobre todo en horario nocturno. El acceso principal, en el que se ubica la única báscula de un recinto que ocupa 250 hectáreas, se realiza por la carretera de la pequeña pedanía de Los Vives y está en la provincia de Alicante, a más de cinco kilómetros de cualquier núcleo de población de cien habitantes.

Muchos de esos camiones son los que todos los ciudadanos ven recoger la basura en sus calles a diario, pero otros son de gran tonelaje y transportan los residuos desde recintos que están a medio camino, como es el caso del principal cliente de Fenoll en la comarca por volumen de tratamiento: el municipio de Torrevieja.

Una vez realizado el pasaje los camiones vierten, en el caso de Proambiente, en una nave a cubierto de unos 20.000 metros cuadrados. Esa instalación semicubierta logra el extraño efecto de que cualquier visitante que nada sepa de esta industria no logre ver la basura por ninguna parte. En el caso del vertedero de Fenoll la bienvenida la da el perfil de los dromedarios y camellos que aloja en su zoo.

Un potente tractor con pala va disponiendo durante toda la jornada de esas montañas de basura apiladas en la nave para distribuirla en cintas que la traslada a otra nave de casi 60.000 metros cuadrados en la que distinta maquinaria realiza una selección del metal con imanes, de latas, cartones, plásticos y cualquier otro tipo de elemento de valor.

A ese proceso mecánico se le suma el de un grupo importante de operarios que sobre esa misma cinta trían entre los residuos para extraer todo lo que sí hay de valor en la basura, que es mucho. Y es en ese punto, cuando ya no queda nada sacar -el residuo orgánico puro y duro-, se pone en marcha la tecnología de la que se vanagloria Proambiente y que, asegura, le ha permitido reducir al mínimo lo que llega a los vasos de vertido, lo que comúnmente todos identificamos con la imagen de la basura al aire libre rodeada de gaviotas.

Cementeras

Dos grandes molinos "deshidratan" y "trocean" los residuos dándoles un calibre mínimo. Ese compuesto no llega al vertedero. Se vende a las cementeras para que ahorren en combustible fósil. Para que alcance el poder calórico suficiente y que sea rentable la empresa le añade más materia orgánica en un proceso químico que no desvela.

Con esa basura que resta también se produce compost destinado a la agricultura. Por último, lo que no se puede aprovechar de todo el proceso -entre un 15 y un 20% del total de lo que entra, según la mercantil- se conduce al vertedero y se entierra. De los vasos ya clausurados se extrae además mediante pozos el metano que genera la materia en descomposición y se convierte en energía que vende a grandes empresas del sector.

Pero de estos vasos no sólo emana ese gas. También "supura" y se canaliza de la tierra un residuo muy peligroso, los lixiviados -el resultado líquido de la descomposición- que se almacenan en una balsa a cubierto entre gruesas paredes de hormigón.