La deshumanización es uno de los rasgos que quizá mejor explican el sinsentido de una guerra. Pero también, el efecto contrario, el de poner un nombre, un rostro y una historia a quienes sufren las consecuencias de lo que ocurre, es también una forma de mostrar que las personas están por encima de las fatales decisiones que pueda tener un gobernante. La empatía y el afecto no entienden de fronteras, territorios o invasiones, sino que son el impulso para ofrecer todo cuanto esté al alcance por tratar de ayudar a los demás en la medida de lo posible.

Natalia Malivanova, ciudadana rusa vecina de Torrevieja, no se lo pensó cuando contactó con ella Viktoriia Maksymova, ucraniana, a través de Instagram. Se habían visto en alguna ocasión, puesto que, sin ser ellas familia directa, una tía de la una lleva más de 40 años casada con un tío de la otra, pero no tenían un vínculo intenso. Hasta ahora. La intención de Viktoriia al contactar con Natalia era saber si vivía cerca de Almoradí, donde una amiga suya había buscado refugio con unos familiares, huyendo de Jarkov, la segunda ciudad más importante de Ucrania, duramente castigada por los bombardeos estas semanas. Sin embargo, Natalia les ofreció quedarse en su casa, a ella y a su hijo Tymofii, de seis años.

Viktoriia y Tymofii están viviendo desde el lunes 7 de marzo con Natalia y su hijo en Torrevieja. "Me da igual ucranianos que rusos", señala la anfitriona. "Si es una persona buena, yo la voy a ayudar", recalca. Explica que "rusos y ucranianos somos hermanos" y que, además, ella misma tiene antepasados de Ucrania, y también de Polonia, como ejemplo del mestizaje que tienen muchas personas en estas regiones, y que hace aún más inexplicable lo que está ocurriendo. Aunque, de todos modos, no hay explicación alguna posible. "Estamos flipando" con lo que está pasando, resume.

Natalia no solamente está ofreciendo alojamiento, manutención y ropa a Viktoriia y a Tymofii, sino ayudándolos en todo lo que le es posible. El hijo de la anfitriona, de 23 años, la acompaña a informarse de los trámites necesarios para conseguir el permiso de residencia y poder trabajar; también están ya viendo las posibilidades de empleo, en campos como el de la estética, en el que Viktoriia tiene formación y en el que trabaja Natalia. Una amiga psicóloga también se ha ofrecido a prestar apoyo gratuito.

"Ayudar, sin esperar a nada, eso es lo más importante", sentencia Natalia. "Entiendo que acoger en mi casa a una amiga es como una gota en medio del mar, pero dado que puedo hacerlo, lo hago". Viktoriia y su hijo se van a quedar por tiempo indefinido, todo el que haga falta, pero Natalia recuerda que la asistencia a refugiados va más allá: "Hay que pensar en de qué van a comer, dónde van a trabajar". Por eso se muestra contenta con las facilidades que ha anunciado el Gobierno para conseguir los permisos de residencia, pero también apela a la colaboración de "las personas que pueden ayudar con un trabajo".

Un largo periplo

Con la ayuda de Natalia como traductora, Viktoriia cuenta que decidió dejar su casa en Jarkov después de que una bomba cayera junto a su edificio. "Teníamos mucho miedo", señala. Consiguieron llegar en tren hasta Leópolis [Lviv en ucraniano, Lvov en ruso], en el oeste de Ucrania, desde donde un conocido los llevó hasta la frontera con Polonia. Ya en territorio polaco, llegaron hasta Cracovia, donde Viktoriia tuvo la ayuda solidaria de una mujer que había acudido a la estación de tren de la ciudad para prestar ayuda a los refugiados ucranianos. Los alojó en su casa, les dio algo de ropa y les compró los billetes para viajar hasta Madrid en avión, desde donde finalmente han llegado a Torrevieja con la ayuda de unos conocidos.

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Natalia, rusa residente en Torrevieja, acoge en su casa a Viktoria y su niño de seis años, ucranianos que han huido de las bombas Áxel Álvarez

A la pregunta de si le gustaría volver pronto a Ucrania, Viktoriia responde, con un gesto de clara desazón, que "no sé si voy a tener mi casa. La guerra no ha terminado, hay bombardeos por todos sitios". Natalia insiste en lo inexplicable que resulta la barbarie de esta guerra. "Espero que todo salga bien, pero no entiendo nada". Y apela a que las partes hablen, pensando sobre todo en las víctimas que está dejando esta situación, y en que, por encima de todo, "hay personas buenas en Rusia y en Ucrania, y somos como hermanos de toda la vida. Quiero que nos unamos y que ayudemos a sobrevivir a nuestros hermanos de Ucrania; apoyar, ayudar, amar, abrir corazones", sentencia.

Y también recuerda que los rusos, en general, "no somos igual que Putin", sino que "tenemos un corazón bueno y un alma limpia", y por eso "ayudamos en todo lo posible". Comenta que, tras la invasión de Ucrania, ha sentido en momentos puntuales algún rechazo por ser rusa, o ha tenido que escuchar algún comentario fuera de lugar. "Me he sentido fatal, pero pienso que eso depende de cada persona. Ni rusos, ni ucranianos, ni de otra nacionalidad; hay personas buenas y malas", insiste.