Convertir la Vega Baja en un desagüe es "un planteamiento fuera de lugar y de la realidad"

Antonio Gil Olcina, coautor de un libro sobre inundaciones en la Vega Baja, espera que se imponga la "sensatez" y aboga por un conocimiento del espacio, porque para lograr una solución adecuada resulta indispensable conocerlo en su integridad

Vista aérea de San Fulgencio en la DANA de 2019

Vista aérea de San Fulgencio en la DANA de 2019 / ÁXEL ÁLVAREZ

Loreto Mármol

Loreto Mármol

Dos años de intenso trabajo han dado lugar al libro "Concausas y tipos de inundaciones en la Vega Baja del Segura", que se presenta este jueves, de Antonio Gil Olcina y Gregorio Canales Martínez, que a través de seis capítulos -unas 500 páginas- analizan, desde el año 1577 a 2019, este problema que no da tregua a la comarca ni tranquilidad sobre un riesgo latente pronto a transformarse en peligro.

Porque para lograr una solución adecuada, resulta indispensable conocerlo en su integridad, tratando de mostrar que estos episodios no responden a un solo patrón ni tienen por único protagonista ni causante al Segura. En suma, "hemos pretendido contribuir a un mejor conocimiento de las inundaciones, un problema complejo, múltiple y diverso", explica Gil Olcina, que añade que "es la única forma de evitar propuestas erróneas o parciales".

Antonio Gil Olcina, coautor de "Concausas y tipos de inundaciones en la Vega Baja del Segura"

Antonio Gil Olcina, coautor de "Concausas y tipos de inundaciones en la Vega Baja del Segura" / HÉCTOR FUENTES

En este sentido, el catedrático de la Universidad de Alicante manifiesta que el corredor verde que pretende convertir a la Vega Baja en un desagüe es "un planteamiento fuera de lugar y de la realidad", por lo que espera que finalmente haya "sensatez". Por ello, insiste en que "es necesario que se tenga un profundo conocimiento del espacio, que es un llano inundable intensamente humanizado".

Así, "Es patente la necesidad de un plan de conjunto, global, armónico, coherente y cohesionado de prevención, minoración y protección de inundaciones", insiste Gil Olcina, ya que "ejecutado el importante Plan de Defensa de Avenidas del Segura (1987), el calamitoso enlagunamiento de septiembre de 2019 ha evidenciado dos hechos de la mayor trascendencia: la persistencia del riesgo de graves anegaciones".

Además del Segura y su sistema afluente, deben tenerse en cuenta otras concausas: meteorológicas, hidrológicas, morfológicas y humanas. En los días 12 y 13 de septiembre de 2019 la precipitación en puntos de la Vega Baja alcanzó más de 500 milímetros, cuando la anual se sitúa en 300, que devolvieron temporalmente este espacio, "la llanura fantástica", a su antigua condición. "Se abrieron las cataratas del cielo sobre el llano, a lo que se añaden descuidos humanos y un mantenimiento del cauce mejorable", describe Gil Olcina.

Por ello, continúa, las pérdidas de capacidad de dispersión y detracción de las llenas, derivadas del abandono de los riegos de turbias y de los secanos, han de ser compensadas mediante las oportunas correcciones hidráulicas, al igual que deben ser restaurados álveos de ramblas, barrancos y ramblizos, reducidos al mínimo u ocupados por entero, y rectificadas las estructuras lineales inadecuadas.

Los estrechamientos del cauce fluvial están por solventar, así como limpiar las bardomeras que reducen la luz de los ojos, hasta casi cegarlos, en los puentes sobre el Segura. Todo ello "como culminación de la larga retahíla de imprevisiones, omisiones perjudiciales y decisiones erróneas", sentencia.

El libro supone una radiografía de la Vega Baja, sus cauces, azarbes y derramadores, incluyendo descripciones de localidades como San Fulgencio, la "Venecia huertana", o los topónimos de las Dayas, que significa laguna.

En palabras de Gil Olcina, es el resultado del saber empírico y el conocimiento teórico: "No es que haya un estudio en la Vega Baja tan bien documentado, sino que tampoco en España". En este sentido, destaca que se han consultado 21 archivos, mérito que atribuye a Canales Martínez. Así, concluye que con este libro "hay un antes y un después en el conocimiento del Bajo Segura".

Riadas e inundaciones históricas

En el libro se han detectado una treintena de graves inundaciones que históricamente han asolado la Vega Baja, identificado tres tipos y poniendo ejemplos prototípicos de cada uno de ellos en un territorio en el que las campanas y las caracolas sonaron durante siglos como lúgubre aviso de las riadas, y las prolongadas rogativa pro serenitate para que la atmósfera se aclarase. Incluso, el huertano conocía el olor de las aguas de avenida. "El lobo devoraría la oveja", predijo San Vicente Ferrer (1411).

Así, las inundaciones alóctonas, más conocidas como riadas, de singular importancia histórica, han sido originadas por el Segura y su red hidrográfica. El terrorífico río-rambla, el Guadalentín, que habitualmente no pasa de arroyo, en ocasiones ha convertido en mares las Vega Media y Baja del Segura. Aquí se enmarca la Riada de Santa Teresa (1879), la más célebre de España, y la conocida por Bendita (21-24 de abril de 1946), la mayor de las primaverales de que hay noticia, con sumersión de la totalidad de la Vega Baja, que estuvo desaguando hasta el verano.

Las autóctonas, como la de septiembre de 2019, resultan de la combinación de la planicie casi horizontal con colosales diluvios que en el transcurso de unas pocas horas exceden la precipitación anual media.

La concentración de una lluvia tan copiosa e intensa en las ramblas, barrancos y ramblizos, en particular los de la sierra de Callosa, produce raudales que descienden arrebatada y violentamente.

La mayoría de las peores inundaciones integrales -San Calixto (1651), San Patricio (1672) y San Rafael (1948)- han tenido marcado acento fluvial.

En cualquiera de ellas pueden producirse retenciones de agua por causas naturales y errores humanos. La llegada al Mediterráneo de las avenidas del Segura y de los caudales vertidos al mismo por los azarbes se ha visto dificultada por los meandros de Guardamar, redimidos finalmente en el último tercio del siglo XX.

Los trabajos en la desembocadura no siempre han resultado positivos, así como un mantenimiento deficiente del cauce y las vías de comunicación lineales inadecuadas que represan las aguas y estorban su drenaje.