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El lento avance hacia la visibilidad de la mujer rural

Pese a su histórico trabajo activo en las tareas agrícolas, buena parte de las vecinas de pueblos pequeños siguen al margen de la gestión de sus explotaciones aunque la evolución es positiva

Consuelo Gisbert, vecina de Benilloba dedicada a tareas agrícolas, un sector donde la visibilidad de la mujer es aún limitada. | JUANI RUZ

La labor de las mujeres en el medio rural ha quedado históricamente relegada a un segundo plano. Trabajaban igual en las labores agrícolas y cargaban además con el peso de llevar la casa, pero públicamente su función no pasaba la de «ayudar» en el campo. Por mucho que recogieran almendra o aceituna, apilaran leña o acondicionaran el huerto, su cometido era el de quedarse en la sombra, estando ahí pero quedando totalmente al margen de cualquier decisión.

La modernización de la sociedad se ha hecho extensiva a las zonas rurales y en las generaciones más jóvenes apenas hay diferencias entre las circunstancias de las mujeres que viven allí y las de entornos más urbanos. Sin embargo, para las de mediana edad y mayores todavía el hecho de visibilizarse es un esfuerzo añadido. Y no porque el entorno sea hostil, sino porque la presión social puede hacer que cueste más el momento de dar el paso: una vez que se hace, la reacción es por lo general mucho más de extrañeza que en contra.

Esto lleva a que aquellas mujeres rurales que deciden tener una participación más activa en el trabajo y la gestión de sus explotaciones se sientan como «rara avis» por verse solas en un entorno muy masculinizado. Lo corrobora la gerente de la cooperativa agraria de La Torre de les Maçanes, Matilde Torregrosa, al señalar que son muy pocas las mujeres visibles. Explica que hay un gran contraste entre la teoría que figura en la estadística de socios y la realidad: «Nominalmente hay muchas cooperativistas, porque ellas son las dueñas de la tierra», pero después casi siempre «quien viene a la cooperativa y lo decide todo es el hombre». «Ellas van al campo, siempre lo han hecho, pero se quedan en un segundo plano» de puertas afuera.

Torregrosa comenta que en las dos últimas décadas tan solo ha habido una mujer en el Consejo Rector de la Cooperativa de La Torre. Asegura que nunca se ha sentido menospreciada por ser mujer, «más bien al contrario», pero admite que no deja de sorprenderse a veces por lo masculinizado que sigue el sector primario. Lamenta al respecto que la mayor implicación femenina «no se percibe como una inquietud», o si acaso ocurre así sea «porque se ve como algo moderno», pero no por lo que realmente implica de avances en igualdad. Como ejemplo ilustrativo pone que en la última campaña de la oliva ha habido una trabajadora eventual en la almazara «y a mí me ha parecido lo más grande, excepcional», mientras la mayoría lo han recibido con indiferencia.

Labores «poco femeninas»

Consuelo Gisbert, vecina de Benilloba, ha ido bastante a contracorriente en este tema. Ella ha llevado las riendas del trabajo agrario familiar siendo su marido el propietario de las tierras, compaginándolo con la casa y antes también con el empleo en una fábrica. «Él estaba en una fábrica a turnos, y yo no podía quedarme en casa habiendo cosas por hacer en el campo». Así lo sigue haciendo, siendo de las pocas de su generación que se encargan de todas las gestiones. Cuenta que «cuando voy a reuniones de la cooperativa está todo lleno de hombres, me siento un poco apartada» e incluso se siente cohibida para intervenir, aunque eso no le quita de mantenerse al corriente de todo.

A Gisbert le resulta extraño que a otras mujeres de su generación [ella tiene 54 años] mantengan la visión de que «la mujer tiene que estar en casa y sea el hombre el que salga a trabajar», o que ocuparse del bancal sea «poco femenino». «Hay quien ha asociado mi disposición a mi carácter», bromea. Cree que el hecho de vivir en un pueblo pequeño influye bastante para que los avances en igualdad vayan «más lentos», en buena medida porque en entornos así aún pesa bastante el «qué dirán», y cuesta hacer desaparecer esa barrera. Además, explica, «a algunos les gusta meterse en la vida de los demás, dónde van y vienen, y qué hacen o dejan de hacer».

En este sentido, destaca que en las generaciones más jóvenes todo esto ha cambiado. «Aunque vivan en un pueblo hay conexión con el resto del mundo, y eso ayuda mucho a abrirse». Entre otros aspectos, a «asumir que la mujer salga a trabajar o lleve el negocio familiar, o simplemente a ver de otra forma el que las chicas salgan» y se relacionen con otras personas. Todo va más «poco a poco» que en una gran ciudad, insiste, pero al final nada impide que ejemplos como el suyo tiendan a dejar de ser vistos con la misma excepcionalidad de antaño.

Un vídeo para reivindicar la historia del trabajo femenino en los pueblos

Reivindicar la historia y la relevancia del trabajo femenino en los pueblos es el objetivo del vídeo «Mujeres, cámara y acción», una iniciativa puesta en marcha con motivo del 8 de Marzo por la Mancomunitat de l’Alcoià i El Comtat y la Mancomunitat del Xarpolar. La pieza se ha realizado a partir de otros vídeos de corta duración remitidos por mujeres, en los que ellas mismas explican una fotografía antigua en la que aparecen realizando algún tipo de actividad. La idea, tal y como explican desde la Mancomunitat de l’Alcoià y El Comtat, es recordar «el pilar fundamental» que ha supuesto el trabajo de la mujer en los pueblos, «que ha sido muy importante históricamente pero ha quedado en un segundo plano», y «reconocer» ese papel en el pasado y el presente de entornos rurales como el de estas comarcas. El proyecto se acompaña de un manifiesto. La Mancomunitat del Xarpolar ha organizado pases del vídeo y una exposición en Alcoleja, Beniarrés, Fageca, l’Alqueria d’Asnar y l’Orxa a lo largo de este mes.

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