Si algo no falla en las comidas y cenas de estas fiestas navideñas es el pescado, marisco y todos sus derivados en forma de canapés o aperitivos. Y si hay algo perenne y que, por desgracia, no va a cambiar nunca, es la alergia que tengo a todo lo que sale del mar. A mis 26 años recién cumplidos y siendo nieta de gallego, todavía no sé cómo sabe una gamba o una merluza.

Con estos antecedentes, ya intuirán ustedes la dificultad que entraña cocinar un menú libre de los codiciados productos que nos ofrecen los mares. Sin olvidar el peligro que nos acecha a los alérgicos el cocinar con utensilios que no fueron lavados correctamente o reutilizar aceites que tuvieron contacto con este preciado manjar. Lo que supone tener que llevar siempre a mano un boli de adrenalina (que se puede pinchar encima de la ropa) porque hasta los vapores y humos de las exquisiteces marítimas a la plancha, me pueden provocar que haya que salir corriendo al hospital y tener el trasero preparado para que te inyecten el corticoide.

Todo buen restaurante que se precie incluye en sus cartas y menús especiales navideños pescado y marisco. Así, siempre tengo que ir con la «cantinela» de las alergias y pedir, si es posible, el cambio de aperitivos.

En casa, con dilatada experiencia en todos los menesteres antes narrados, el cuidado es extremo. Ni mariscos ni pescados a la plancha, solo al horno o cocidos. Una vez sentados en la mesa, sé que mis familiares sortean el sentarse a mi lado cuando de una mariscada se trata. Evidentemente a más tocan. ¡Algo bueno tendrán que tener estas alergias!

Y mi pregunta es siempre la misma: ¿A qué sabrá el pescado? ¿Algún día podré probarlo? Una curiosidad innata en mí. No les niego que cuando nadie me ve, sucumbo en la tentación de probar aunque sea una «miajita». Les confieso que no lo hago porque conozco el resultado final. El postre será hospitalario y en mis posaderas.

Desde aquí mi pequeño homenaje a mi madre, abuela y tías que idean cada año menús y platos distintos y elaborados sin una pizca de pescado, marisco, moluscos o crustáceos. ¡Todo un reto!

Afortunadamente todo tipo de alergias e intolerancias están calando muy hondamente en el sector de la restauración, especificando en la carta los componentes y alérgenos de cada plato, identificándolos con símbolos. Por lo que cada vez es menos habitual escuchar: ¿No te gusta el marisco? ¡Qué rara eres! Entonces mi paciencia aumentaba hasta límites insospechados para contestar: No, no puedo comer nada que salga del mar. ¡Vamos avanzando!

Por último, imagínense, en las reuniones de amigos (cuando nos podíamos juntar más de seis), aparte de esta alérgica, se encontraba una amiga celiaca e intolerante a los azucares (dextrosa, sacarosa, lactosa,...). Elaborar el menú puede ser digno de una película de Berlanga.