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Mamá España

Un hostal de San Vicente aloja desde hace dos años a inmigrantes llegados en pateras - Su propietaria acoge también a quienes precisen confinarse por el covid después de que no se encontrara en Alicante quien lo hiciera

Un hostal de San Vicente aloja desde hace dos años a inmigrantes llegados en pateras

Un hostal de San Vicente aloja desde hace dos años a inmigrantes llegados en pateras

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Un hostal de San Vicente aloja desde hace dos años a inmigrantes llegados en pateras Mercedes Gallego

Lo vio en el periódico y no lo se lo pensó dos veces. En pleno pico de la tercera ola, la Generalitat no encontraba dónde confinar a los inmigrantes llegados en patera que por contacto con algún positivo tuvieran que guardar cuarentena. Y allá fue ella a ofrecerse cuando ningún establecimiento de la capital, ni siquiera en esos momentos de inactividad turística, estuvo por la labor.

Veinte habitaciones tiene bloqueadas desde entonces Mar Llopis para este menester en su hostal, situado en el corazón de San Vicente, donde en mayo hará dos años que viene alojando a los inmigrantes que a través del proyecto de ayuda humanitaria de Cruz Roja le deriva el Ministerio de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones. Alrededor de un centenar han pasado desde entonces por esta acogedora hostería de amplios espacios comunes y habitaciones sencillas con olor a limpio.

Una experiencia nueva para esta mujer en su dilatada trayectoria al frente de Casa Antonio, el hostal decano de esta población del entorno metropolitano de Alicante que sus padres pusieron en marcha allá por los años 60, en lo que era su enorme casa, para dar alojamiento a los trabajadores de la cementera.

Con tres habitaciones se estrenó. Hoy, después de varias ampliaciones, cuenta con 27 de las que parte están ocupadas en estos momentos por ocho malienses y un camerunés quienes, además del continente y el color de piel, tienen que común el modo en que llegaron a nuestro país: jugándose la vida en una patera. A Canaria hace unos meses los primeros y a la costa de Granada hace cuatro años el segundo, Cristian, a quien Mar trata como a un hijo. «No mezcles rayas y cuadros», le aconseja entre risas cómplices antes de mandarle a que se cambie de ropa para salir «vestido como Dios manda» en las fotos que ilustran este reportaje.

«Mamá España» la llaman cariñosamente todos. Con un pronunciado acento francés unos y en un perfecto español este camerunés que en los dos años que lleva en San Vicente, y con el apoyo de su «madre española» y de la Cruz Roja, es un vivo ejemplo de que, con ayuda, la salida es posible. Tanto que a punto está de incorporarse a la plantilla del hostal, compuesta en la actualidad por 16 personas. Eso además de ser voluntario de Cruz Roja.

Pero para llegar hasta esta aventura empresarial que a Mar le ha hecho ver la vida desde otro prisma, como ella confiesa, la hija única de Antonio y Dolores tuvo que pasar su propia travesía del desierto. Igual que lo hicieron para arribar a nuestro país los chicos a los que desde hace dos años viene proporcionando mucho más que un cama y un plato de comida caliente. Les brinda un hogar cuando tan lejos está el suyo.

El cierre de la cementera y la construcción de la villa universitaria, que diezmaron la clientela de la que se nutría este establecimiento, hizo que el negocio viviera sus horas más bajas ya estrenado este siglo. Aún así, no fue hasta la segunda intentona de Cruz Roja, en mayo del 19, que Mar aceptó adentrarse en un terreno que desconocía: el de la ayuda humanitaria, los servicios sociales, la cocina de emergencia... «La primera vez que me lo ofrecieron no lo entendía y por eso dije que no», relata Mar ante la mirada atenta de Cristian, que escucha de su boca cómo antes de vivir en el mismo centro de San Vicente, los inmigrantes en su misma situación ocupaban un hotel en las inmediaciones de la Euipo que quedaba lejos de todo. «Por eso se valoró Casa Antonio, porque por su ubicación facilita la integración. «Eso además de que ofrezco un ambiente familiar para unos jóvenes (solo aloja a chicos mayores de 18 años) que vienen con muchas carencias». En cubrirlas trabaja Mar como también lo hacen los voluntarios de Cruz Roja, que se desplazan hasta el hostal para impartir una formación integral que va desde el idioma hasta las costumbres o la comida española. «Son buenos chicos, nunca he tenido ningún problema con ellos. Solo son algo desordenados y al principio reticentes con la comida porque quieren la de su país y no se fían de que la carne no sea cerdo ya que la mayoría son musulmanes».

Cristian y otro de los inmigrantes en la sala del hostal habilitada como aula para impartir clases. | RAFA ARJONES

Hoy en el menú del día hay estofado de cordero para todos los clientes (no solo hay inmigrantes, también los hay derivados de Servicios Sociales del Ayuntamiento de San Vicente y particulares), «pero a los que practican el ramadán se lo servimos cuando rompen el ayuno y pueden comer», relata mientras desde la cocina un aroma a guiso casero lo inunda todo. «E intentamos comprar carne halal pensando en ellos», puntualiza.

De profundos sentimientos religiosos, cuando en la primera ola de la pandemia el covid obligó a vivir a todos juntos de puertas para adentro, Mar no dudó, lo tuvo claro: «no se podía hacer otra cosa que hacernos la vida más bonita. En eso me empleé, les ponía dictados, les daba la formación que podía... si tienes que trabajar, es mejor hacerlo alegre», apostilla.

Una positividad que transmite con el verde de su mirada y sin la que no entiende la vida pese a haber encajado algún revés durísimo. Dice que no sabe hacer las cosas sin pasión. Y sin un enorme corazón, añado. Tanto es así que también durante la pandemia tiró de sus amigas costaleras para vestir a todo el que llegaba al hostal con lo puesto. «Yo creo que sus maridos se tuvieron que quedar sin fondo de armario», cuenta mientras ríe con ganas.

Con este bagaje huelga decir lo que opina de quienes criminalizan la inmigración. «Todo el dinero que se invierta en esto es una inversión», asevera con conocimiento de causa. Pregunto por el rechazo. «Por parte del resto de los clientes del hostal, ninguno. El negocio no se ha resentido. Al revés. Yo no he tenido que recurrir ni a los ERTEs. En el pueblo el miedo es al contagio, no a los inmigrantes, que hay quien los confunde con universitarios de lo guapos y bien vestidos que van». Mucha de la ropa que usan proviene de donaciones de Amancio Ortega.

Feliz ahora con un trabajo que le amargó la juventud («no podía salir con mis amigas porque tenía que estar aquí», se lamenta) y que le robó momentos como madre, tiene una espinita y una satisfacción. La espina, que el alcalde de San Vicente no haya mencionado expresamente al hostal en los agradecimientos por su labor durante lo duro de la pandemia «cuando aquí hemos estado para todo y han traído hasta a gente que vivía en los cajeros», apunta. El gozo, que gracias a la vertiente social de esta labor su hijo está entendiendo el trabajo de su madre, que no le gustaba por los momentos que le privó de estar con ella cuando era pequeño. Y luego está su nieta, pero esos son palabras mayores.

Mar LLopis posa en la recepción de su hostal junto a un grupo de inmigrantes allí alojados. rafa arjones

Ayuda integral: Desde el alojamiento hasta la formación

Apoyo a todos los niveles. El proyecto de ayuda humanitaria de Cruz Roja para inmigrantes proporciona una ayuda integral que abarca desde el alojamiento, la manutención y la cobertura de las necesidades más básicas hasta la dotación de unas herramientas sociales. Una formación que incluye el aprendizaje del idioma, la formación y la orientación profesional por parte de voluntarios de esta institución con el objeto de lograr la integración social de estas personas, en su mayoría jóvenes, que se acogen de forma voluntaria al programa. Como norma general, la estancia suele ser de seis meses bien en pisos, casas, centros de acogida, albergues u hostales, según la disponibilidad. Son beneficiarios de estos recursos los emigrantes en situación de vulnerabilidad llegados en pateras a cualquier costa del país y que hayan sido autorizados por la subdirección general de Programas de Atención Humanitaria del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.

Cristian, el camerunés que vino para quedarse 

Cuatro años tardó en llegar hasta Marruecos desde su Camerún natal, de donde partió en busca de una vida mejor siendo un niño. Más de 3.500 kilómetros tras los que le quedaba un viaje incierto en la patera que le condujo hasta la costa de Granada. Dieciséis años tenía entonces y hace dos, con dieciocho y de la mano de Cruz Roja, que llegó al hostal de Mar Llopis en San Vicente donde, con una sonrisa de oreja a oreja, confiesa que le encantaría quedarse.

MercedesgallegoM.G.

«Cristian es la prueba de que estos chavales tienen salida», afirma con orgullo Mar, a quien Cristian llama cariñosamente «mamá España». La única que le queda en realidad desde que hace unos días falleciera la suya, con solo 52 años, allá en su país, donde viven sus tres hermanas. Tras haber hecho cursillos en hostelería y de camarero y ayudante de cocina, Mar considera que está lo suficientemente preparado como para integrarlo en la plantilla del hostal. Y él, encantado. Aunque lo que de verdad le gusta es la paella. «Comería todos los días», confiesa entre risas. Y además es voluntario de Cruz Roja. 

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