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La Cuarta Vía

El nacionalismo británico y el riesgo de la guerra de precios

La Costa Blanca se enfrenta, pese al avance de la vacunación, a un verano al ralentí, pero sacrificar la calidad por la presión de otros destinos sería pan para hoy y hambre para mañana

Una turista caminacon sus maletaspor el paseo de la playade Levante de Benidorm. | DAVID REVENGA

Que la falta de turistas no nos nuble el sentido común. La decisión -no menos sangrante por esperada- del Reino Unido de mantener en ámbar a España en el semáforo que regula las restricciones a la movilidad de los británicos a la hora de regresar de las vacaciones (diez días de cuarentena y dos PCR) ha vuelto a retrasar el inicio de la recuperación del sector turístico en la Costa Blanca. Ese que solo por la falta de británicos deja de ingresar 50 millones de euros a la semana este junio y sesenta en julio. Visitantes cuya falta no puede ser compensada por los españoles, alemanes, belgas, holandeses o rusos. Y eso que estos últimos, aunque no se lo crean, siguen viniendo todas las semanas a la provincia, poco a poco, al igual que las compañías aéreas británicas, mantienen su apuesta por el aeropuerto de Alicante-Elche porque -también es difícil de creer- los británicos, pese a todo, siguen considerando la provincia su propia casa. Así lo demuestran los más de cien vuelos programados en el aeropuerto este mismo fin de semana. Todo con la esperanza de volver pronto a la normalidad. ¿Hasta cuándo aguantarán? Nadie lo puede saber, porque para que un vuelo sea rentable, éste debe operar al 70% de ocupación, y sin los estibadores de Liverpool o los operarios industriales de Manchester llenando sus asientos, no hay compañía aérea que lo resista.

El papelón que le tocó hacer en Benidorm hace una semana al embajador británico en España, el exquisito en sus formas Hugh Elliot, fue tremendo. Sin muchas razones de peso que argumentar, porque los datos de vacunación en Gran Bretaña son extraordinarios y la incidencia del virus en la Costa Blanca sigue siendo la mejor de Europa, el diplomático se refugió en el abanico de cepas que «sacuden» el Reino Unido para que nos olvidemos de sus compatriotas casi hasta el otoño. Eso sí, los ingleses pasean por sus calles con la mascarilla en el bolsillo. Una realidad que se empeña en constatar el ritmo de reservas de los hoteles. Elliot vino con los deberes hechos, pero no convenció a casi nadie.

Ya es un clamor en toda Europa que en el exceso de celo de Boris Johnson hay mucho más de nacionalismo turístico/económico que de prevención del covid. Vamos, que las libras se queden en Cornualles y en los pubs de la city, donde hasta se han llegado a subvencionar las pintas de cerveza. ¿Brexit, Noexit?, o un palabro inglés que empieza ya, desgraciadamente, a ser popular entre todos los agentes que trabajan el mercado británico: «Staycation». En castellano: «pasar las vacaciones en el país de origen en lugar de en el extranjero, y que incluyen excursiones a las atracciones locales».

Cristalino. De eso se empieza hablar ya hasta en el propio Reino Unido por lo que, nos guste más o nos guste menos, a los rentables turistas británicos los podemos ver este verano a cuentagotas. Un nuevo palo para la tesorería de las empresas, que siguen en su mayoría esperando recibir algún penique (perdón por adaptarlo a la moneda británica), de los diferentes planes que viene anunciado la Administración, pero que siguen sin estar acompañados de euros tangibles. Que si el decreto tiene una letra pequeña traidora, que si los fondos «Next Generation» necesitan tal o cual mecanismo legal que no se activa, que si este negocio sí, pero aquel no… Casi quince meses desde que la pandemia nos estallara en las narices y se llevara a los turistas, el drama sigue instalado en el sector. Y cuando me refiero al sector no solo hay que pensar en los hoteles. Ni mucho menos, por ejemplo, a las tiendas de recuerdos.

Está claro que Boris Johnson, cepas aparte, ha decidido que julio y agosto sean lo más provechoso posible para la economía local de Gran Bretaña, casi obligando a los clientes locales a consumir donde a él le conviene. ¿Error táctico? ¿Sostenible? Nadie lo sabe, pero, de momento, a las empresas cuyo negocio consiste en mover a millones de británicos, también británicas, ya no les queda ni siquiera Portugal, también en ámbar (antes, y por poco tiempo, en verde) tras la última revisión del semáforo que regula las restricciones que deben soportar los turistas británicos al volver a casa desde países en «riesgo». Olvídense pues de que el Gobierno británico regionalice a medio plazo las restricciones frente al virus y la Costa Blanca entre en la lista verde, aunque nuestra incidencia covid sea menor que la de Londres, y de Europa, y en julio solo queden por vacunar a los alicantinos y alicantinas menores de 40 años.

¿Esperanza? Hasta en el Reino Unido nos quieren echar una mano interesada. Turoperadores y compañías aéreas han sumado sus fuerzas y presionan a Johnson para que amplíe la lista de estados en verde ante el riesgo de quiebra en el negocio de los viajes de Gran Bretaña. Los directivos de las mayores compañías se han unido a la principal asociación de agencias, ABTA, para pedir al primer ministro británico una urgente ampliación de la lista de destinos en verde en el semáforo del Ministerio de Transportes. ABTA, Easyjet, TUI, Jet2, Airlines UK y el grupo que gestiona el aeropuerto de Manchester -en Gran Bretaña estas instalaciones son privadas- enviaron hace una semana una carta a Johnson advirtiéndole de que si no añade nuevos destinos a la lista verde habrá graves consecuencias para su industria. Respuesta: mil millones de libras en ayudas pero Europa sigue en ámbar.

Por lo tanto, la temporada alta que arranca el próximo 1 de julio y que, esperemos, este año acabe lo más tarde posible, o al menos tenga una segunda parte en otoño -si la quinta ola del covid nos respeta- va a ser extraña y con la esperanza puesta en que los españoles nos movamos por España. Que los alicantinos suban a Asturias, Navarra, Castilla-La Mancha, Castilla y León o el País Vasco, y nuestros compatriotas bajen hacia el Mediterráneo, pero al nuestro. Porque, tampoco lo olviden, en casi la misma situación están Baleares y Canarias, con miles de plazas hoteleras y apartamentos sin llenar, o la Costa del Sol. Y claro, sus empresarios no se van a quedar quietos por muchos hoteles que tengan en las paradisiacas playas del Caribe.

Habrá, ya la hay, guerra de precios porque, para colmo, la economía doméstica, la de usted y la mía, no está para muchos trotes después de meses de parálisis económica, por mucho que desde el Gobierno se empeñen en hacernos creer que nuestras huchas están llenas por el ahorro inducido por las restricciones del covid. Habrá ahorrado quien haya podido, pero que se lo pregunten a aquellas familias que están en ERTE, pero sus gastos fijos no se han reducido, o directamente en el paro. Familias para las que no poder disfrutar de vacaciones es el último de sus problemas hoy en día.

Eso sí, ni la guerra de precios y las ofertas que no se va a poder controlar, y la falta de clientes debe hacernos bajar la guardia de la calidad, o caer en la tentación de cobrar a los despistados veinte euros por un plato de arroz con magro y verdura, por aquello de que la terraza está en los lugares más «guiris» de las ciudades turísticas de la provincia. Se puede vivir con el restaurante o el hotel al 75%, pero sin atracar al cliente, sea británico, alemán, belga, francés, ruso o de Ponferrada.

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