«Alicante siempre ha luchado para sentirse y ser más puerto y menos castillo». Me encuentro en una tertulia clásica y agradable de inicio de curso con un amigo cuando esta frase cobra vida.

Estamos en el bar «La terracita», en la peatonal plaza de Luis Foglietti, mirando directamente al monasterio de la Santa Faz. La sentencia de mi amigo, que luce una barba blanca ancestral y atesora una sabiduría sutil proporcionada por cientos de libros leídos sobre la Terreta y su historia, me hace reflexionar.

¿Qué relación ha tenido nuestra urbe del Benacantil con el poder a través de los siglos?, ¿Qué idea seminal nos quiere transmitir mi colega-oráculo cuando nos indica la vocación marinera de Alicante y su voluntad de dejar de ser sobre todo un enclave militar?.

Trataré de explicar este intrigante y esencial aforismo inicial. Repasaré para lograr este propósito las principales centurias de nuestro pasado, tratando de rastrear nuestra relación con la autoridad, con la política y lo político.

El puerto significaba el comercio, era la vía privilegiada de conexión de la ciudad con el mundo. El intercambio de mercancías daba vida y sentido a Alicante, le proporcionada un ser-en-el-mundo diáfano, un sentido de comunidad y destino.

No obstante, aunque la ciudad se quería fundamentalmente puerto, las dinámicas de la historia y las inercias del poder no siempre respaldaron esta orientación alicantina.

Situémonos en la edad media, en los siglos XIII, XIV y XV. La urbe del Benacantil fue reconquistada a los musulmanes por Alfonso X el sabio (en aquel momento aún infante) en torno a 1248. Eran otros tiempos, otras urgencias acuciaban a las gentes, había otras prioridades.

Lo primero era defender y consolidar el territorio, protegerse e imperar. Este estado de cosas determinó que Alicante fuera, al menos hasta la segunda mitad del siglo XV, sobre todo castillo.

No había lugar para la paz, tan necesaria para el comercio. El puerto era percibido por el poder básicamente como un activo militar.

Sin embargo, el tiempo jugó a favor nuestro. Veamos por qué afirmo esto.

En 1296 nuestras comarcas fueron incorporadas por Jaime II al Reino de Valencia y por lo tanto a la Corona de Aragón. Castilla, contumaz, no aceptó perder el dominio de la Terreta y guerreó para recuperar Alicante.

Tras numerosas querellas medievales y laberínticas, que sería farragoso relatar aquí, en 1366 nuestra ciudad quedó claramente enmarcada por centurias en el Reino de Valencia.

En el siglo XV las disputas Castilla-Aragón se redujeron. Una entente hispánica se iba consolidando con el matrimonio de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, en 1469.

Alicante, tierra de frontera que tanto había padecido la falta de concordia ibérica, respiró aliviada. Ganada la paz, podrá ser más puerto y menos castillo.

A partir de 1430-1440 aproximadamente, el tráfico en la dársena de la villa se ve enormemente incrementado. La ciudad, feliz, prospera...el poder le ha dejado ser más ella misma.

Este mismo poder, concretamente encarnado en la figura de Fernando el católico, reconoce su empuje y le otorga a Alicante el título de ciudad en 1490. Es este el comienzo de un nuevo tiempo en el que los alicantinos se sentirán más libres y podrán explorar su vocación cosmopolita, abierta y comercial, aquella a la que siempre aspiraron.

Las autoridades nos han dejado respirar y el alicantino va para adelante, se lanza sobre el futuro.

Observemos la situación con un poco más de detenimiento. ¿Qué relación tiene Alicante con la política en los siglos XV, XVI y XVII?. Quedó la ciudad finalmente inserida en el Reino de Valencia, como dijimos.

Fue sin embargo desde siempre su relación con la capital del Reino, con el cap-i-casal, con Valencia, estructuralmente incómoda. El centralismo de la mega urbe-capital era muy acusado. La Terreta quedaba muy lejos y nunca se sintió demasiado bien representada en las instituciones del Reino.

Un Alicante más liberal y comercial nunca estuvo a gusto dentro de un entramado foral valenciano que era más partidario del proteccionismo económico, de la manufactura propia y de la estructural gremial.

Aportemos un dato interesante al respecto: la ciudad de Alicante nunca tuvo una estructura gremial fuerte y autóctona, su agremiados dependieron de Valencia o Murcia.

Las relaciones de nuestra urbe con el poder central del rey y la corte fueron en general mejores. ¿Cuál era el motivo? De nuevo la clave la encontramos en el puerto.

Desde bien antiguo fue para la Corona vital el comercio que llegaba desde Alicante. Madrid, capital clara de la monarquía hispánica desde el siglo XVI, se abastecía de mercancías provenientes de todo el mundo a través de la rada alicantina.

Aunque enclavada políticamente en la Corona de Aragón, era Castilla la que potenciaba y daba sentido a la vida alicantina, tan centrada en el intercambio de mercaderías como venimos diciendo.

Mientras que Alicante competía con Valencia, su relación con Madrid y poder de la monarquía era más complementaria, las sinergias se establecían de forma más natural, debido a la función económica que jugaba nuestra villa portuaria.

No todo fue positivo, no obstante. La salida de mercancías hacia Madrid casi siempre duplicó en volumen los productos que llegaban a la Terreta. Éramos un puerto claramente de paso, cuya función redistribuidora nos venía marcada desde fuera.

Este Alicante portuario y comercial vivió su momento de máximo apogeo en el XVIII y vio recompensado su crecimiento en población y riqueza con la concesión por parte del gobierno de una provincia y una diputación propias a principios del siglo XIX, más concretamente en 1821-22 (¡este año cumple la Dipu 200 años!).

De nuevo era el poder central el que permitía a Alicante ganar un interesante nivel de autogobierno frente a Valencia. Esta conexión Madrid-Alicante se vio reforzada con la aparición en 1858 del primer ferrocaril entre la capital de España y la costa.

Alicante fue la elegida y la urbe y nuestro puerto se beneficiaron de los efectos positivos del camino de hierro.

Por contra, se dependía de Madrid demasiado y para todo, aunque la Diputación iba generando una red de carreteras y unos modestos servicios propios, positivos para la Terreta.

El siglo XX fue confuso en sus inicios, la economía creció hasta 1936 y luego vino la guerra civil. La política económica autárquica, impuesta por el primer franquismo hasta 1959, debilitó enormemente el pulso vital de Alicante. La ciudad, que había vivido por siglos por y para el exterior, sufrió al verse obligada por el poder a encerrarse sobre sí misma.

Con el plan de estabilización de 1959 las autoridades abrieron la economía de nuevo y se alineraon así con la histórica esencia comercial alicantina. La ciudad volvió a abrazarse con el exterior.

Sin embargo, un puerto en decadencia desde aproximadamente 1973, fue cediendo protagonismo al turismo y a la construcción como fuentes principales de riqueza.

De nuevo Alicante basaba su futuro en la conexión con Europa y el mundo, pero cambiaba ahora las bases de su economía.

Con la llegada de la democracia a partir de los años 1970, el poder y su orientación cambiaron por enésima vez. El Estado se volvió más abierto y moderno y el espacio político valenciano renació con el nuevo nombre de Comunidad Valenciana.

Las relaciones con la ciudad de Valencia volvieron a ser importantes. Aunque persiste cierta rivalidad, considero que en el marco autonómico nuestras dos principales ciudades tienen una muy buena oportunidad para, en un contexto nuevo, aprender a generar sinergias beneficiosas para todos.

Los esfuerzos por vertebrar mejor el espacio Comunidad Valenciana han de ser complementados por una redefinición de la clásica relación Madrid-Alicante. Hemos de ser más revindicativos con un poder central que, tal vez ahora más que antes, no nos tiene suficientemente en cuenta.

Concluyamos. Creo que se puede afirmar que Alicante siempre ha visto al poder con recelo y ha querido ser sobre todo comercio, libertad y prosperidad. Esta ha sido la orientación básica de una urbe liberal y cosmopolita y opino que esto se debe mantener.

No obstante, Alicante debe en este siglo XXI comprender mejor el poder y saber jugar un rol más importante en Madrid y en Valencia para ser capaz de servir con más eficacia a una sociedad alicantina que, desde los siglos medievales, ha sabido valerse por sí misma y generar riqueza. ¿Aceptamos el reto?