Amor cortés

En Céfiro y Nube, del alicantino Juan Ramón Torregrosa, hallamos tanto la nitidez de un espejo como la bruma de un espejismo amoroso

Juan Ramón Torregrosa.

Juan Ramón Torregrosa. / porCarlosFerrer

Carlos Ferrer

Céfiro y Nube, Apolo y Dafne. El verano, un pueblo costero, el tránsito a la inminente adolescencia, una timidez, el colegio, el invierno navideño, la semana santa, finales de la década de los sesenta. Estructurada en tres partes que se dividen en diversos capítulos breves, brevedad que le confiere una agradecida agilidad a la narración, espoleada por el conflicto del deseo insatisfecho del joven protagonista «con sus ojos de mochuelo», Céfiro y Nube nos cuenta de la mano de su autor, el poeta y profesor alicantino Juan Ramón Torregrosa, la historia de un tierno amor cortés sin paulatinas turbulencias ni vibrantes hedonismos.

En esta novela corta, las frases son el camino hacia la espuma sonora de la sensación, la evocación a cargo del narrador omnisciente, las secretas galerías del alma machadiana, y con ellas Torregrosa traza certezas e incertidumbres que no entran en pugna mediante una prosa que es como el eco, en cada página regresa para permanecer en el lector, carente de piruetas idiomáticas, de un ritmo discursivo monocorde, de expresiones triviales, de estereotipos, de un lirismo ingenuo. Hallamos en la novela tanto la nitidez de un espejo como la bruma de un espejismo amoroso y una complicidad con la soledad de nuestro destino. Sobria y pulcra, la atmósfera generada es óptima para la evolución del conflicto que gradúa la tensión narrativa.

Atmósfera

Y es que Torregrosa no narra la infancia perdida, sino su atmósfera y sigue lo que Fernando Pessoa afirmó: «Encuentro un significado más profundo en el aroma del sándalo, en unas viejas latas que yacen en el montón de inmundicias, en una caja de cerillas caída en la cuneta, en dos papeles sucios que un día ventoso ruedan y se persiguen calle abajo, que en las lágrimas humanas». Su trama se centra en un corte en el tiempo correspondiente a una ruptura de la rutina por medio del deseo amoroso, un fragmento de vida que pertenece a unos momentos decisivos, una acumulación de instantes en los que el personaje puede cambiar su vida, una adherencia realista quintaesenciada en la exultación de una incertidumbre amorosa sin ergotismos, que desvela la intimidad del protagonista, los empecinados latidos de un inexperto corazón desbocado.

Juan Ramón Torregrosa  Céfiro y Nube   Editorial Frutos del Tiempo   128 páginas / 10 euros

Juan Ramón Torregrosa Céfiro y Nube Editorial Frutos del Tiempo 128 páginas / 10 euros

En Céfiro y Nube, estamos ante una existencia calma, que se nutre de los acontecimientos que permiten degustar la monótona existencia sacudida por ese desafío sentimental, una discreta serenidad sin caer en la deriva, una melancólica resignación, un elogio a la cotidianeidad, un retrato de algunas tradiciones (San Juan, las vaquillas, la feria con su noria y sus coches de choque), de comportamiento propios de una época (festear), de canciones rescatadas (Lili Marleen, Marionetas en la cuerda de Sandie Shaw, Michelle) y de series televisivas que marcaron un momento (Bonanza, Viaje al fondo del mar), el de los guateques y las butacas del gallinero en el cine. «Todo era pasado, recuerdo. Y el presente un discurrir sonámbulo», porque el recuerdo de Nube obnubila al protagonista, estudiante de Bachillerato Elemental en el colegio en Oleza, hasta el punto de que le impide darse cuenta del significativo cambio «en algo íntimo, turbador y profundo» que está generando en su interior «una tristeza, un desasosiego no del todo desagradable». Apenas cumplidos los catorce años, Céfiro, desvalido frente a las fuerzas interiores, se percata de que es el prisionero de Nube, de que «la tenía grabada a fuego en sus pensamientos. Día y noche pensaba en ella». También de que a su historia de amor cortés solo le podía corresponder un final.

Este es un libro sereno y grávido, de enjundiosa prosa meliflua, de precisas pinceladas y brillante descriptiva, con un lírico aliento insuflado en la palabra que logra que no haya distancia entre el sentimiento expuesto y el centro de su imaginación. Toda una carta de presentación del Torregrosa narrador a la espera de que se publique su nueva novela, El viaje de los salmones.