La gran epopeya del ultracapitalismo
Anti-folk del alicantino Adrián Bernal construye las contradicciones propias de nuestro sistema de vida gracias a la invención de un sujeto poético
Manuel Valero Gómez
Siguiendo el contrafactum y la base textual de la Divina comedia, intertextualidad que sobrevuela todo el discurso desde una pretendida radicalidad contemporánea, Adrián Bernal persigue (re)escribir la gran epopeya del ultracapitalismo. Dividido en diez cantos, y con sucesivas digresiones que van desde la prosa poética al versolibrismo, Anti-folk (La garúa, Barcelona, 2021) construye las contradicciones propias de nuestro sistema de vida gracias a la invención de un sujeto poético asido al trance rimbaudiano del poeta-vidente. Walking around, transeúnte a través de un presente desdoblado en el infierno y sus diferentes círculos dantistas, resulta sencillo que el lector se sienta interpelado y convocado a este escenario hecho de vísceras y hierro, cajeros automáticos, ascensores y bocas de metro. «Porque este poema no habla de la ciudad / —la ciudad caerá—, / este poema habla de la guerra», advierte el autor al final del «Canto octavo».
Adrián Bernal, alicantino con temprana vocación barcelonesa, tiene una sólida trayectoria poética que se inicia con Veintinueve días de abril y marzo (DisparaLaPalabra, 2012), Todas las ciudades del fuego (Difácil, Valladolid, 2015) y Estaciones de invierno (Libros en su tinta, Barcelona, 2016). Y quisiéramos destacar especialmente Todas las ciudades del fuego, que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos en su decimotercera edición, porque presagia muchas cuestiones de Anti-folk, como puedan ser la ambivalencia de géneros o un culturalismo de aliento pop. Además, sus textos poéticos han aparecido en diferentes antologías, como Brossa de foc. Poesía crítica en la Barcelona del diseño (Descontrol, 2019), y revistas literarias (Poscultura, Orsini Mag, Palabra Voyeur, La Galla Ciencia, El Salto, Nayagua o El coloquio de los perros).
Sin embargo, el libro que nos ocupa significa la entrega más arriesgada de este poeta de verbo fácil y dislocada sintaxis. Mediante un tono conversacional, y del mismo modo (bellamente contradictorio, podría decirse) universal, Anti-folk hilvana una estructura unitaria basada en una marea tejida gracias a la salmodia y la letanía. Si bien hemos definido la alegoría como camino a la hora de aproximar el espacio público al privado, la voz poética instaurada en estas páginas se pierde entre la muchedumbre y dispara directamente al corazón de la producción ideológica de nuestra individualidad histórica. Cítese, por ejemplo, un simple endecasílabo que condensa, con una brillantez inusitada, buena parte del leitmotiv que el libro sostiene: es todo lo que sé de la violencia.
Frente a su lógica y su ataraxia, la experiencia de la gran urbe solo puede ser éxtasis y exilio, literalidad sin metáforas, donde el espesor ideológico aflora mediante los escaparates, la velocidad del metropolitano y el consumo: «Quisieran huir de la ciudad del dolor, / pero ellos son la ciudad y el dolor. Han comprendido que es esta su herencia / y atónitos estudian los surcos de sus manos, maravillados como la sibila que escucha / el oráculo en la espiga de centeno, / como el gaviero extraviado que avista / en los remotos límites del hambre / playas cubiertas de nieve y de niebla». Será, como señala Bernal en otro verso certero, que «los demonios han hablado siempre su propio lenguaje». El problema reside, evidentemente, en que nosotros somos ese demonio y empleamos ese lenguaje. Allí donde nuestro inconsciente ideológico nos produce «libremente» en la historicidad de la vida cotidiana: el infierno en el infierno.
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