Jennifer Egan: No me interesa la nostalgia, es limitante para el escritor»

Jennifer Egan

Jennifer Egan

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

La literatura a veces es tan injusta y arbitraria como la vida. Sólo eso explica que, sobre todo en España, haya escritores reconocidos por la crítica y seguidos por los lectores mientras otros, cuyo talento es igual o superior, pasen todavía desapercibidos en nuestro país. A ese adverbio temporal cuyo sinónimo más usado es aún me aferro para confiar en que el nombre de Jennifer Egan (Chicago, 1962) sea dentro de poco tan importante aquí como los de Paul Auster, Jonathan Safran Foer o Jonathan Franzen. Ella, con la que tuve la suerte de conversar hace poco en su casa de Brooklyn (Nueva York), está a la altura de todos ellos. Viene tiempo demostrándolo. En 2011 ganó el Pulitzer por El tiempo es un canalla, una fantasía narrativa sobre la industria musical que la editorial Salamandra acaba de recuperar en España porque la autora estadounidense ha escrito una secuela que, en realidad, no lo es: La casa de caramelo, una magistral novela en la que Egan cuenta, jugando con el tiempo pasado, el presente y el futuro, una adictiva historia sobre las derivas e implicaciones del mundo digital, la tecnología y las redes.

Echemos la vista atrás hasta los 90, la época en la que trabajó para la condesa de Romanones. ¿Cómo ha cambiado su vida, en lo personal y en lo literario, desde entonces?

No tengo mucha confianza en mí misma, soy bastante insegura. En mi cabeza siempre escucho una voz muy negativa. Si tengo un mantra es: probablemente no pueda hacerlo, pero lo voy a intentar. Supongo que ahora es más fácil tener esa fe, porque he escrito varios libros, pero, si vuelvo a esos años, en los que aún no había publicado, me pregunto qué creía que estaba haciendo. Si fuera uno de mis hijos, le diría: ¿qué piensas hacer si no funciona?

¿Cómo fueron sus comienzos?

Empecé muy mal. Mientras estudiaba en Inglaterra con una beca escribí una novela terrible. Regresé, me instalé en Nueva York y pensé que a la gente le gustaría mi novela y, entonces, todo fluiría. Pero la novela era realmente mala y a la gente no le gustó. Me pregunto qué me hizo seguir adelante...

¿Y qué cree que fue?

No lo sé.... Está claro que la confianza no. No sabía lo improbable que era que algún día tuviera éxito y creo que lo que hizo que siguiera adelante fue sentir que estaba progresando, que sabía lo que estaba haciendo y por qué lo hacía.

En su trabajo, ¿cómo se relacionan la literatura y el periodismo?

Para mí, están muy entrelazados. Hace apenas un mes, publiqué un artículo en The New Yorker en el que estuve trabajando el año pasado. Es una pieza larga. Trata de las personas sin hogar en Nueva York. Mi mundo cambió mientras trabajaba en ese artículo. He pasado los últimos meses con personas con enfermedades mentales graves, con adicciones... Al escuchar todas esas increíbles historias, lo que les sucedió a esas personas, realmente tuve la sensación de estar respirando una especie de oxígeno puro que despertaba cada célula de mi cuerpo. Fue una experiencia tan interesante y atractiva, tan alejada de mi mundo y, sin embargo, conectada a él… Porque todos estamos más conectados de lo que creemos. Ese trabajo ha sido una parte tan importante de mi vida durante el último año que hubo momentos en los que pensé que tal vez era eso, y no la ficción, lo que realmente quería hacer.

¿De verdad se planteó eso?

Sí, pero se me pasó. Tengo claro que escribiré ficción hasta que ya no pueda hacerlo al nivel que quiero.

¿Y cree que hay algo inherente a su voz, sin importar el género?

No soy quién para decirlo. Debo encontrar una voz distinta para cada libro, porque mis libros son muy diferentes entre sí. Y ese es el gran desafío. Si no tienes la voz, no tienes nada. Pero, una vez que la tengo, no me resulta difícil hacerlo.

¿Cómo es su proceso de escritura? ¿Es diferente para cada libro?

No, es el mismo para todos. Escribo a mano los primeros borradores. Y no tengo ni idea de qué va a pasar; de hecho, no necesito saberlo. Normalmente, escribo entre cinco y siete páginas diarias. Las leo al día siguiente sólo para volver a entrar, sigo adelante y no miro hacia atrás, así que olvido personajes, nombres... Luego hay un período de agonía, transcribo, veo lo que la historia me dice, creo un esquema de revisión... Y tengo un grupo de escritura que es de gran ayuda. Eso sí, la no ficción, como el periodismo, la escribo en el ordenador.

¿Piensa en el lector?

Me preocupa mucho el lector, saber cómo llegar a él y entretenerlo.

Entretenimiento, esa es la palabra clave en la literatura, ¿no cree?

Sí, el entretenimiento lo es todo. Entretener es lo único que me importa. Se supone que debe ser divertido. Si leer un libro se convierte en una tarea ardua, hemos terminado. Un libro debería ser adictivo.

Hablando de libros adictivos, La casa de caramelo, su última novela, plantea, de algún modo, la desaparición de la vida privada. Me pregunto cómo hemos llegado ahí...

Yo tengo vida privada, y creo que todo el mundo la tiene. Por mucho que la gente la muestre, todavía tienen vida privada. Somos criaturas inherentemente privadas. No soy muy activa en redes y nunca muestro nada privado en ellas, no tengo ningún interés. Estoy de acuerdo en que La casa de caramelo trata de eso, pero no entiendo el deseo de revelarlo todo de esa manera, es una especie de locura. Mi generación lo ve como una gran pérdida de tiempo. Y entiendo que la gente obtiene recompensas, porque nadie lo haría si no las hubiera, más allá del factor adicción, que es muy real.

Y aterrador.

Es muy insidioso y realmente no es bueno. Crea una falsa sensación de deseo y satisfacción que te destruye. Pero, volviendo a la pregunta sobre la vida privada, sí ha desaparecido en cierto sentido y es en el que respecta a los datos. Hay entidades que lo saben todo sobre nosotros y procesan esa información. Y es sorprendente de qué pocas cosas logramos defendernos con todos esos datos. Si lo sabemos todo, ¿por qué nos pillan constantemente por sorpresa como cultura? La elección de Trump: nadie pensó que sucedería, ni siquiera él. La pandemia pareció surgir de la nada. El 11-S: la información estaba ahí, pero si no se pudo interpretar a tiempo para poder actuar, entonces es irrelevante. Toda esa información son sólo unos y ceros flotando en el éter.

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La tecnología está muy presente en la novela. Es curioso cómo la visión utópica a la que casi siempre responde la innovación se pierde cuando llega a los consumidores.

Estoy de acuerdo, hay una visión utópica. Desde luego, Bix [protagonista del libro, creador de un dispositivo tecnológico que permite acceder a nuestros recuerdos y compartirlos] la tenía cuando empezó.

Pero, al final, de algún modo se da cuenta de que se equivocó…

Sí, realmente no le gusta la realidad que ha creado. Pero eso también está pasando en Silicon Valley. La gente que ha creado esos productos adictivos no permite que sus hijos los usen. Es como si un fabricante de cigarrillos no dejara fumar a sus hijos. Es muy cínico. En esa visión utópica hay un convencimiento de que es algo que mejorará la vida de las personas, conectará a la gente... ChatGPT es la primera innovación en la que el miedo y las advertencias se anteponen a la visión utópica, y eso es algo muy interesante. No puedo entender por qué existe, porque todos pensamos que es una idea terrible. Es fascinante y creo que es un cambio: hemos llegado a tal sensación de cautela respecto a la tecnología que es la primera vez que la cautela se antepone a lo demás.

Hablemos ahora de la memoria, que, en mi opinión, es un personaje invisible del libro. ¿Qué opina de ella como herramienta literaria y, también, en nuestra vida? ¿Cómo cree que funciona?

Es una pregunta interesante. Todo lo que tenemos es memoria. Me interesa la memoria porque me interesa la conciencia, y la conciencia es lo que filtra la experiencia y los datos en bruto que nos rodean. La conciencia es como un dispositivo para contar historias, convierte los datos en una narración. Cuando observamos la memoria lo que realmente vemos es el impulso humano de contar historias. Y las historias son útiles porque aportan significado a los acontecimientos en bruto. Lo que desde luego no me interesa es la nostalgia. La nostalgia es una fuerza poderosa, una especie de propaganda en la que todos estamos involucrados a nivel personal, pero para el escritor es muy limitante dejarse llevar por la nostalgia.

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La herramienta que Bix inventa le permite a usted escribir mirando al pasado y también desde el futuro. Eso me lleva a preguntarle sobre su relación literaria con el tiempo.

Es interesante pensar en el tiempo. Yo diría que toda obra de ficción trata sobre el tiempo. El paso del tiempo es fundamental, aunque sea un día o un segundo, es lo que permite que suceda la ficción, y es algo específico de ella, es lo que la distingue de otras disciplinas artísticas. Y el espacio también es crucial, durante la pandemia me di cuenta de lo importante que es en nuestra relación con el mundo que nos rodea.

Porque contiene historias.

Sí, yo saco mis historias de espacios físicos, esa es mi fuente de inspiración, y tengo muy buena memoria espacial. Podría dibujar mapas de cada lugar en el que he vivido. De hecho, lo he estado haciendo y escribiendo muchos recuerdos.

Pero usted nunca escribe de forma autobiográfica, ¿no?

Todavía no. Siento que es un proyecto que debo reservar para cuando ya no pueda hacer otras cosas. De hecho, tengo cientos de páginas de recuerdos porque quiero escribirlos mientras pueda. Dar testimonio de tu propia vida es un gran servicio para todos los que te sucederán, porque, si tienes buena memoria, estás recuperando un momento que será olvidado, que finalmente desaparecerá de la memoria viva.

Recuerdo una conversación muy emocionante con Anne Tyler en la que me dijo que su mayor temor era perder la memoria, porque su madre murió de alzhéimer.

En los dos lados de mi familia hay casos de demencia, y es algo que me preocupa mucho. Es una de las razones por las que estoy intentando hacer ahora las cosas difíciles, porque simplemente no doy por sentado que podré hacerlas dentro de diez o quince años. La memoria es una herramienta crucial y da miedo pensar en perderla.