El legado de Juan Gil-Albert: cincuenta años de Fuentes de la constancia

Juan Gil-Albert fue un esteta, un hombre de sabia inteligencia, que convirtió su obra en un ejercicio de lucidez y de reflexión. Tanto su prosa como su poesía son hoy referentes de una prosa esmerada, meticulosa, que no obedece a las prisas ni a conclusiones precipitadas

cincuenta años de Fuentes de la constancia

cincuenta años de Fuentes de la constancia / porPEDROGARCÍACUETO

Pedro García Cueto

Por ello, es de agradecer que Manuel Valero haya coordinado el libro Juan Gil-Albert al borde de un agua inesperada (Cincuenta años de Fuentes de la constancia), que surge de las ponencias que se celebraron en Alicante el año pasado en la sede del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, Casa Bardín, entre los días 2 y 4 de marzo de 2022. Las ponencias de José Carlos Rovira, gran especialista en su obra, Jaime Siles, Manuel Valero, María Paz Moreno, otra de las investigadoras que mejor conoce su obra, María Teresa Navarrete, Raúl Molina Gil, Miguel Ángel García, Félix Martín Gijón y David Ferrez Gutiérrez, son recogidas en este libro.

Desde las palabras iniciales de Catalina Iliescu Gheorghiu, vicerrectora de Cultura, Deporte y Extensión Universitaria de la Universidad de Alicante, cuando dice que: «Cualquier momento es bueno para la exégesis o el homenaje a un escritor fundamental, pero medio siglo de la edición de Fuentes de la constancia, la antología que preparó José Carlos Rovira sobre la poesía de Juan Gil-Albert, es un tiempo redondo y suficiente para haber interiorizado el pensamiento gilabertiano en su faceta narrativa, evocadora, reflexiva y crítica, con sus referentes grecolatinos y sus comienzos surrealistas y vanguardistas que el horror de la guerra y el vacío del exilio tornaron del realismo».

Y es precisamente ese esfuerzo por crear una obra en prosa sólida donde trató desde el mundo de la Guerra Civil en Drama Patrio al mundo de la homosexualidad en Heraclés o la tragedia de los zares en El retrato oval, a una obra poética que marca su momento culmen con el bellísimo libro Las Ilusiones.

Un escritor que volvió a España desde su exilio americano en México y Argentina en 1947 y que fue labrando una obra meticulosa, sin posibilidad de publicar, hasta los años setenta, cuando fue reivindicado por Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines y José Carlos Rovira entre otros. Este último nos cuenta el germen de la edición de Fuentes de la constancia, la antología que recogía la obra poética de Juan Gil-Albert. Luego, en 1983, gracias a Gustavo Domínguez, el director editorial de Cátedra, pudo preparar la edición de Fuentes de la constancia. La antología que preparó el escritor alcoyano apareció en Ocnos en 1972.

Como resulta imposible para una reseña citar cada una de las ponencias o fragmentos de la misma, señalo algo que me llama la atención, cuando José Carlos Rovira considera que Fuentes de la constancia «era un autorretrato literario en el que aparecían elementos fragmentarios también de autobiografía, pero dispersos y discontinuos».

Y le dice a José Carlos Rovira que es el Mediterráneo el motivo de poemas como «Alicante», porque el poeta alcoyano tenía una mirada honda sobre un paisaje que va más allá del mundo del Levante, una visión que trasciende el paisaje valenciano para llegar a Grecia y su amor por todo lo griego.

Desde la mirada del gran poeta valenciano Jaime Siles, gran amigo de Juan, donde nos cuenta cómo le recibía en su casa, cuando se topaba con un retrato que parecía el del bailarín Nijinski, pero era el propio Gil-Albert, ya que de joven ya tenía ese rostro cuidado y sensible que le caracterizó siempre. Y la nomenclatura de poeta-isla, porque no podemos clasificar al gran alcoyano en ninguna época determinada, ni en el 27 ni en el 36. Su obra diverge de toda clasificación, se desvela como un universo único e inimitable. Y destaco que Jaime Siles lo considere un poeta que inducía a la esperanza a los jóvenes, por su compromiso ético con el mundo.

Manuel Valero, tan apasionado gilabertiano por sus libros sobre él, destaca la amistad entre el profesor José Carlos Rovira y Juan. Destaca la continuidad en una amistad que se forjó entre ambos, separados por años, pero entrelazados por su pasión por la poesía. Ponencia muy interesante la de Manuel Valero que engrosa sus trabajos tan meticulosos sobre la obra de Juan.

Y María Paz Moreno que estudió la obra de Gil-Albert en El culturalismo en la poesía de Juan Gil-Albert, publicado por el Instituto Alicantino de Cultura Gil-Albert y que coordinó la edición de la Poesía completa del poeta y prosista alicantino, nos habla de la repercusión de Fuentes de la constancia y de su efecto en el hispanismo norteamericano. Subraya que los estudios de Juan Gil-Albert fueron casi inexistentes en Estados Unidos, donde la estudiosa y profesora trabaja desde hace bastantes años. Cita a Andrew Debicki, donde recalca que no le pareció realmente interesante la figura y la obra del poeta. Interesante ponencia, porque alumbra el desconocimiento de un poeta que no ha tenido la repercusión de un Federico García Lorca o Miguel Hernández, que ha quedado ensombrecido por un repentino éxito desde los años setenta en España por algunos poetas y el reconocido homenaje en el Círculo de Bellas Artes que promovió Alfonso Guerra. Este desconocimiento no excluye la savia que ilumina al poeta, lúcido y hondo siempre, con muchas obras que desvelan un rico mundo interior y que no deben ser dejadas de lado.

Raúl Molina Gil acentúa el silencio de la obra del gran poeta alcoyano y dice algo que debe ser tenido en cuenta: «En resumidas cuentas, Gil-Albert emerge en los años 70 y es imparable. Primero, por la calidad de sus escritos y por su importancia entre los afamados y entronizados nombres de escritores de posguerra».

Señala también su clara influencia en los novísimos, porque no es Juan Gil-Albert escritor de fácil lenguaje, sino de palabras esmeradas, conseguidas con el trazo iluminado del escultor que cincela su obra, que pinta su cuadro, un poeta y prosista de estilo fino, que no casa con la rapidez o con el lenguaje fácil y popular que rodea nuestra literatura actual.

Y la recuperación de su obra, como también señalan las otras ponencias, viene de un esfuerzo de estudiosos como Manuel Valero, Pedro J. de la Peña (fallecido recientemente), que fue su amigo y que fue uno de los primeros que escribió un libro en la Institución Alfonso el Magnánimo dedicado a su vida y obra, María Paz Moreno, José Carlos Rovira, Jaime Siles, sin olvidar a César Simón, que tanto quiso a su primo y maestro. Quedan otros nombres como el peso de los novísimos, entre ellos, Luis Antonio de Villena o Guillermo Carnero, que reivindicaron su talento y su obra. Y otro amigo, el excelente Francisco Brines, que siempre recordaremos por su obra poética.

Este libro es muy valioso, coordinado por Manuel Valero, que sigue defendiendo un mundo hondo y verdadero, que sigue reivindicando el universo de un poeta y un prosista que debemos leer, para aprender mucho, porque en tiempos de banalidades enfrentarse a un paisaje como el que vertebra Juan es una revelación. A mí, particularmente, me descubrió a Juan, Paco Brines, y ya se ha quedado en mi vida para siempre. Larga vida a un escritor que es un gran maestro de nuestra cultura, un ejemplo, no solo para el universo alicantino, sino para todo amante de la palabra, orfebre que fue tejiendo con esmero y en silencio el gran Juan Gil-Albert.