Tempestades en el Olimpo

A partir de una histórica llamada telefónica de Stalin a Pasternak, Ismaíl Kadaré reflexiona sobre las difíciles relaciones de los escritores con un poder dictatorial

Ilustración de Pablo García

Ilustración de Pablo García / Moisés Mori

Moisés Mori

Algunos hechos parecen probados, atañen a dos escritores de primera línea. En mayo de 1934 se detuvo en Moscú, acusado de actividades contrarrevolucionarias, a Ósip Mandelstam; se abría así para el gran poeta ruso un periodo de cárceles y confinamientos que terminaría con su muerte, cuatro años después, en un campo de trabajo siberiano. En junio de 1934, a los pocos días, por tanto, de la detención de Mandelstam, Stalin hizo una llamada telefónica a Borís Pasternak. Y a partir de aquí comienza la oscuridad, las distintas versiones sobre los términos exactos de esa breve conversación en la que Stalin le habría pedido a Pasternak su opinión sobre el poeta detenido.

Ismaíl Kadaré (Gjirokastra, 1936) recoge y comenta en Tres minutos (texto firmado en 2018) hasta trece versiones diferentes de ese breve diálogo entre el tirano soviético y el futuro premio Nobel de Literatura, del papel desempeñado por Pasternak en aquel delicado momento. El novelista albanés acude para ello a datos aportados por los historiadores, a testimonios de gentes cercanas al círculo familiar e intelectual de ambos poetas, así que, por un motivo u otro, y aun con muy diferente relevancia, acaban compareciendo en estas páginas desde las esposas de los dos autores (Nadiezhda Mandelstam, Zinaida Pasternak) a otros muchos personajes de la vida rusa, principalmente escritores de aquellos días (Ajmátova, Shólojov...). Pero sin apartarse de los hechos, del análisis y significación de esos tres minutos telefónicos, la imaginación de Kadaré acaba por convocar asimismo a algunos fantasmas habituales de su mundo narrativo (Macbeth, los clásicos griegos, el Infierno de Dante) y, por supuesto, no se olvida de Albania ni de su propia historia bajo un régimen totalitario. De modo que el libro que comentamos es algo más que un mero informe sobre un hecho específico; no carece de encrucijadas, de tormentas, de bifurcaciones, de pesadillas. Podría decirse que su género es indeterminado, pero en último término, su autor es un excepcional novelista.

La primera de las versiones que analiza Kadaré (o versión oficial de la conversación entre el tirano y el poeta) es la que consta en los archivos del KGB: el camarada Stalin le pregunta al camarada Pasternak qué puede decirle de Mandelstam, y su atemorizado interlocutor contesta con evasivas: «Lo conozco poco. Él es acmeísta, mientras que yo pertenezco a otra corriente. De modo que no puedo decir nada de Mandelstam».

La actitud de Pasternak, su falta de compromiso, el hecho de no haber intentado al menos algún gesto en favor de un poeta que era su amigo, no deja al autor de El doctor Zhivago en el mejor lugar; al punto de que el dictador, según ese expediente oficial, le habría colgado el teléfono bruscamente tras pronunciar estas despectivas e inquietantes palabras: «Pues yo sí que puedo decir que es usted un pésimo camarada, camarada Pasternak».

Entre las trece versiones de esos tres minutos hay diferencias notables y no conviene sacar conclusiones apresuradas. No obstante, lo sustancial del caso no estaría tanto en la reacción concreta de Pasternak durante esa llamada como en la llamada misma, en el hecho de que el escritor se viera en ese trance, desnudo e inerme ante la omnipotente e impenetrable voluntad del tirano. Es decir, más que el caso Pasternak, lo más negro y escalofriante de todo esto es justamente la oscuridad, la proliferación de suposiciones, el general espanto que pone de manifiesto esa maldita conversación y, en particular, el temblor de un artista ante los arbitrarios rayos del poder.

Como es bien sabido, Ismaíl Kadaré ha pasado buena parte de su vida bajo la dictadura de Enver Hoxha (fallecido en 1985), pidió asilo político en Francia, en 1990, ya en la etapa presidencial de Ramiz Alia, el heredero del déspota. Y de modo similar a otros artistas e intelectuales del llamado campo socialista, su trayectoria en esos años, y más concretamente su relación con el régimen de Hoxha, ha sido objeto de no pocas y contrapuestas versiones (no en vano ha titulado uno de sus ensayos El peso de la cruz). Conque la obra literaria de Kadaré, seguramente porque proyecta así su propia circunstancia de escritor en una dictadura, se ha inclinado con facilidad a situaciones semejantes, a recrear el enfrentamiento en la cumbre de personajes históricos o de ficción con el tonante -y siempre envidioso- Júpiter o Zeus de turno, caso de Mehmet Shehu, de Banquo, de Prometeo, de Lin Biao, incluso de Enver Hoxha ante el todopoderoso dios del Kremlin. Así que las presiones sufridas por Pasternak en aquellos tres tenebrosos minutos no deberían suponer sino un episodio más, apenas ciento ochenta segundos de un periodo infinito que incluye, sin ir más lejos, el trágico destino de Mandelstam. Sin embargo, en la página 43, antes de pasar a la relación y comentario de las trece versiones, el propio autor no deja de plantearse a sí mismo: «¿Y a ti por qué te interesa tanto este tres minutos?».

Tempestades en el Olimpo

Ismaíl Kadaré Tres minutos Traducción de María Roces González Alianza 152 págs. / 18,50 euros / Moisés Mori

El particular interés por la figura de Pasternak, el origen en definitiva de este libro («homenaje, siquiera sesgado»), va poco a poco perfilándose en sus páginas. Se suscitó ya en los años 1957-60, cuando un joven y prometedor Kadaré fue becado para ampliar su formación en el Instituto Gorki de Moscú, pues durante esa estancia ocurrió el caso Zhivago (o lo que aquí se llama la nobeliada). Recuérdese que El doctor Zhivago fue prohibido en la URSS, que Pasternak hubo de publicar la novela en Italia (1957), que se le concedió el Nobel al año siguiente («año escandinavo»), que fue obligado finalmente a renunciar al premio; cuando poco después muere (1960), aún el estudiante albanés está en Moscú.

A su etapa rusa dedicará Kadaré El ocaso de los dioses de la estepa (1978), una novela de claro sustrato autobiográfico en la que se marcan distancias con las directrices soviéticas y donde la campaña oficial contra el autor de Zhivago está muy presente, constituye el capítulo central de esa crítica. Por otra parte -leemos en Tres minutos- Kadaré escribía sobre Pasternak, ideaba El ocaso de los dioses de la estepa, cuando la dictadura albanesa ya había roto con la URSS, aunque ponerse de parte de Pasternak seguía siendo en la Albania comunista «igualmente condenable», «era inimaginable». Además, fue entonces, mediados de los setenta, cuando su propio nombre -evoca Kadaré- empieza a figurar entre los candidatos al Nobel y, en consecuencia, él mismo pasa a interpretar parecido papel, a revivir -dice- «su calvario».

Ese suplemento escandinavo -entre real e imaginario- parece decisivo; el interés por el autor de Zhivago es pues antiguo, dura más de tres minutos: cuarenta años. Es cierto que los lazos con el escritor ruso se han mantenido asimismo a través de una hija suya con quien el albanés coincidió en el Instituto Gorki y con la que no se ha perdido el contacto, pero el Nobel, la rocambolesca peripecia de ese premio censurado, convierte la figura de Pasternak en un espejo para quien ha vivido su particular nobeliada o calvario, aquel que tantas veces ha visto pasar ese triunfo por delante de su casa sin detenerse nunca.

Ochenta y ocho años parecen minutos suficientes para que el autor de El Palacio de los Sueños reciba al fin ese merecido premio.