Litigios de frontera

Los tabúes deshojados

Siles visto por Francisco Herrera.

Siles visto por Francisco Herrera. / ManuelValeroGómez

Manuel Valero Gómez

Aunque probablemente suponga traicionar el agravio de esa complicidad que los años –cuando no la edad– han considerado llamar confidencia, debo admitir que conocí al profesor y escritor José Siles González en las más extrañas circunstancias. Vecinos de caseta durante una pesada y veraniega tarde de Feria del Libro, (ese torpe invento elucubrado para ganarle unas pocas migajas a la página impresa), todavía recuerdo cómo el rechazo a una joven y ponderosa vanidad nos fue haciendo cómplices frente a un empalagoso y sudado horizonte vespertino. Si primero fue el saludo pródigo y cortés, (nadie negará que un sombrero de jipijapa ayuda a generar confianza), pronto encontramos una trinchera común en nuestra simétrica admiración por la obra de Enrique Cerdán Tato, a quien (según sus propias palabras) había tenido la suerte de tratar gracias a la concesión del Premio Ciudad de Villajoyosa por El hermeneuta insepulto (1993).

Poco después, vencido por mi interés y la dudosa curiosidad de la lectura, fui conociendo la socarronería de los protagonistas de su narrativa, medidos con un humor atrevido y disidente que bien podría ilustrarse con ese citado funcionario hermeneuta que lava su conciencia en la barra de un bar o, por ejemplo, aquel condenado a muerte –con severos ataques de ardor– llamado Erik Bikarbonato. Cartagenero de vocación y cartagenerista de pasión, (pues no siempre son correspondidos en un mismo abrazo la oriundez y el fútbol), ya poseía por entonces un nutrido historial de publicaciones que, además de La última noche de Erik Bikarbonato (Premio Café Iruña) y El hermeneuta insepulto, contaba con referencias como Resaca estigia (1986), La delirante travesía del soldador borracho y otros relatos (1995) y El latigazo (1997). Por otro lado, y quizá menos conocida, Siles González también ha desarrollado una prolífica trayectoria como poeta gracias a Protocolo del hastío (1996), La sal del tiempo (2006) o Los tripulantes del Líricus (2014).

Sin embargo, entre toda su bibliografía, quisiera destacar su trabajo más reciente, un poemario que lleva por título El desamparo del tabú en flor, aparecido en la editorial Verbum. Bajo la consagración del tabú como recurso retórico, (esa «escoba gigante de la Revolución francesa» de la que habla Marx), recoge textos felices como «Alquiler de almas», «El bar del infierno», «Tanta infinitud…cansa» o dos sonetos que sirven de interludio al conjunto. La insistente presencia de contrarios (oxímoron) o determinados giros destacables, (resalto ese gerundio imposible construido en «Alguna vez brilló el sol en el paraíso»), delimitan los contornos (y convencionalismos) dibujados por una moral burguesa al abrigo de un concepto de «sociedad civil» que nadie ha sabido definir como Poulantzas. Sin lugar a dudas, todos nosotros necesitamos una mentira para seguir adelante con la miseria de nuestras vidas. La última vez que lo vi, (por refrendar esa conocida máxima de Eagleton sobre el capitalismo), seguía tan batallador como siempre. Se trataba de un acto académico donde el profesor José Siles González, catedrático de la Universidad de Alicante con un currículo investigador decisivo en la historia de la enfermería y la antropología de los cuidados, era reconocido como miembro numerario de la Academia de Enfermería de la Comunitat Valenciana. Aunque también sea dicho, me pareció adivinar en el cansancio de sus ojos rasgados, entre la sospecha y una amabilidad sonreída, que por su cabeza no pasaba otra cosa que quitarse la medalla asignada por tal logro académico y salir al patio de la facultad para fumarse uno de esos puros con los que ahora –cariñosamente– logra enfadar a sus compañeras de departamento.