Baix Vinalopó

El tirón de sentirse pájaro en Santa Pola

Los lanzamientos en parapente desde el Cabo se consolidan como referente turístico y cada vez lo demandan más adolescentes y jubilados

J. R. Esquinas

J. R. Esquinas

«Hace unos años me dicen que me pagan un vuelo en parapente y era un no rotundo, veía la muerte asegurada del miedo que me daba». Bea Sue, de San Juan Playa, se inició en este deporte hace aproximadamente cinco meses y su visión ha cambiado rotundamente. Reconoce que hay que tenerle «mucho respeto» pero que es seguro si uno es responsable. Estar en el aire para ella: «inexplicable, estás contigo misma». Sobre todo la sensación «de libertad», de controlar la vela, ver paisajes a vista de pájaro y descender hasta tocar tierra. Asegura que no da vértigo como se cree.

Esta alicantina es una de tantas aficionadas que en los últimos años se vienen animando por esta modalidad de paracaidismo que atrae a más público, de todas las nacionalidades y edades, por lo que han quedado atrás aquellos tiempos en los que sólo los más aventureros se lanzaban a vivir la experiencia.

Santa Pola es uno de los mayores escaparates de esta práctica porque el entorno del Cabo reúne las condiciones perfectas para iniciarse: «es un vuelo fácil», dicen quienes lo han experimentado.

El parapente lo relacionaban con algo peligroso, raro, y se ha normalizado, es para cualquiera»

Ariel Luis Martins

— Instructor de vuelo

Se admiten al año cerca de un centenar de días para planear, es decir, una vez cada tres días aproximadamente, que se tienen que programar en base a que las condiciones climatológicas acompañen y el aeropuerto lo autorice, porque si hay maniobras con drones o se declara un incendio, por ejemplo, esta práctica no puede celebrarse.

El tirón de sentirse pájaro en Santa Pola | FOTOS DE TONY SEVILLA

El tirón de sentirse pájaro en Santa Pola | FOTOS DE TONY SEVILLA / j.r.esquinas

Luego, deben seguir la normativa aérea mundial y en el caso de la villa, la altura máxima es de 180 metros por encima de la línea del mar y la zona de despegue y aterrizaje no puede pasar de unos 300 metros a cada lado.

Más seguridad

Por otra parte, en los últimos tiempos se han hecho esfuerzos para mejorar la seguridad y minimizar el impacto que la práctica pueda tener con el entorno. El Club de Vuelo de la villa marinera, más conocido como Parapente Santa Pola, lleva 18 años enseñando a volar desde lo más alto de Gran Alacant y se ha convertido en uno de los referentes por su metodología, basada sobre todo en un aprendizaje práctico, personalizado y también en el que impera el compañerismo.

Sentirse pájaro en Santa Pola

Tony Sevilla

La entidad llegó a un acuerdo con el Ayuntamiento hace unos meses para regular la práctica, tras quejas de residentes de urbanizaciones próximas que denunciaban que había quienes incumplían las normas y sobrevolaban por encima de las viviendas. Tras unos años de incertidumbre y conflicto, en la que incluso la administración llegó a plantearse cerrar la zona de lanzamiento, el colectivo ha reforzado el control y a cada persona que acude a volar, aunque no forme parte del club, se le registra para comprobar que tiene en orden los permisos y seguros de responsabilidad civil obligatorios.

Límites

Los propios miembros del club se han organizado y funcionan como «delegados» para vigilar que reine la armonía, e incluso entregan trípticos con normas para sensibilizar sobre cómo debe realizarse el deporte y qué límites no se deben sobrepasar. Desde el club reivindican que la actividad no se demonice por las imprudencias de unos pocos porque entienden que es saludable y un completo recurso turístico.

«No sabría estar encerrada en un despacho, necesito verlo todo desde arriba y disfrutar el paisaje»

Raquel Martínez

— Instructora de vuelo

En la actualidad el club tiene más de un centenar de socios y hay un goteo continuo de alumnos, a los que la entidad llama cariñosamente «pichones». «He volado con muchos chicos, y recuerdo a uno que era tetrapléjico y solo podía mover el cuello. Lloró al verse flotando, y si hay algo bonito es eso», apunta Ariel Luis Martins, instructor del club. Sólo hablando con él unos minutos uno puede intuir la pasión que siente siendo «biplacero». Sobre todo le reconforta ver cómo hay personas que cambian su forma de ver la vida gracias al parapente.

El tirón de sentirse pájaro en Santa Pola

El tirón de sentirse pájaro en Santa Pola / j.r.esquinas

Eso fue lo que le ocurrió a Raquel Martínez, su pareja, que aprendió de él hace siete años y ahora también es instructora en la misma escuela. «¿De qué vas a vivir cuando seas mayor, del aire?» Al final se cumplió

la pregunta retórica que le hizo su madre. Ahora no se imagina trabajando entre cuatro paredes y reitera que cada vez se trabaja más en tecnología para lograr equipos más seguros y para que la modalidad sea más conocida a nivel mundial.

Normalizado

Desde la entidad explican a INFORMACIÓN que la gente antes tenía un concepto equivocado y relacionaba esta modalidad «con algo peligroso, con algo raro, y ahora se ha normalizado» y niegan que sea de riesgo. Destacan que el público es muy diverso y que está incluso teniendo tirón entre jubilados y niños, ya que incluso ahora tienen a un adolescente de 13 años formándose. Hay quienes vienen de clubes de otras provincias recomendados y turistas extranjeros.

Bautismo

Desde la escuela reseñan que la actividad se separa en dos bloques. Por un lado ofrecen vuelos tándem «de bautismo» que cualquiera puede contratar para volar en un parapente biplaza con un instructor en el que el usuario se deja llevar y va a disfrutar simplemente.

Y luego está la opción de volar de forma autónoma. Para ello los interesados tienen que hacer un curso de iniciación y estar federados. Para conseguir el último paso deben hacer un examen de piloto y presentar la cartilla de vuelos, detallan desde el club.

El tirón de sentirse pájaro en Santa Pola

El tirón de sentirse pájaro en Santa Pola / j.r.esquinas

Este diario ha comprobado cómo se prepara a un futuro piloto. «Lo primero que hacemos es practicar los inflados, simulacros de despegue, conocemos el material». A esa primera etapa la denominan ‘Campa’ y puede durar entre tres o cinco días, aunque varía según el alumno. Luego se hace algún vuelo didáctico con el biplaza en el que la persona recibe las instrucciones. «Ya cuando el alumno tiene practica de suelo hace sus primeros planeos y siempre hay dos instructores, el que asiste el despegue y el del aterrizaje, por lo que van con una emisora y guiados al 100%», narra Martins. Poco a poco van recibiendo menos información hasta que aprenden por su propio pie.

«El primer descenso es inexplicable, estás contigo misma, no da vértigo y ves la vida de otra manera»

Beatriz Sue

— Alumna escuela de vuelo

Beneficios

Todos los usuarios preguntados coinciden en que la aventura les aporta beneficios. «Simplemente estar en la naturaleza es sano, estar en sitios bonitos, luego muchas veces tienes que caminar, inflar la vela, estás activando el cuerpo, y no es exigente. También se generan una serie de hormonas del mismo vuelo como dopamina, endorfina, por lo que si tienes una serie de problemas y vas a volar cuando aterrizas los problemas se ven de otra manera», sostiene el instructor.

La primera vez que Mario Ruyales «flipó» con el parapente fue hace dos décadas, de niño, cuando vio sobrevolar por encima de su casita de campo de El Tiemblo, Ávila, a pilotos en unos campeonatos de la época.

«Conocí a la madre de mi hijo volando, estamos enganchados porque para nosotros nació un estilo de vida»

Mario Ruyales

— Piloto

Con el tiempo voló en Los Pirineos y Castejón de Sos hasta que conoció la escuela de Santa Pola, donde se formó, y en el último lustro ha llegado a competir en ligas autonómicas y nacionales. Para él esta actividad es adictiva, y no porque sea de «sensaciones fuertes» si no porque «siempre aprendes y quieres más». A su pareja, y madre de su hijo, la conoció volando y desde entonces comparten un estilo de vida que por nada del mundo cambiarían.