Llinares, en la terraza del Voramar. david revenga

Benidorm vivió una situación insólita en el mes de marzo: el cierre de toda su planta hotelera por la crisis sanitaria. Los más longevos no recordaban un cierre así desde los inicios de la ciudad como capital turística y supuso un mazazo para los empresarios hoteleros. Llegó el verano y muchos abrieron de nuevo esperando poder aguantar el invierno; pero sus ilusiones se han vuelto a truncar por la falta de turistas y de reservas, lo que ha supuesto un nuevo varapalo profesional, pero también personal.

Es el caso de Gabriel Santiago quien, junto a su hermano Jesús, están al frente del hotel Bristol. Esta empresa familiar decidió cerrar el 15 de septiembre después de abrir el 15 de julio. Entrar en este alojamiento ya cerrado es hacerlo en absoluto silencio como si de un edificio fantasma se tratara. A lo lejos solo hay unas pocas luces encendidas, las del despacho y las estancias donde trabaja Gabriel estos días. En la cafetería está todo recogido, algunas telas tapan televisores o las sillas y en los pasillos no se oye nada. La piscina no tiene tumbonas.

Precisamente, esa tranquilidad es la que impactó al empresario el primer día en que la crisis sanitaria dejó al hotel sin clientes: «bajé al parking y lo vi sin coches y todo en silencio y me entraron ganas de llorar». Un sentimiento que recorrió a muchos cuando las calles de Benidorm se vaciaron como nunca y que sigue poniendo los pelos de punta cuando se recorren ahora algunas zonas como el Rincón de Loix.

Gabriel Santiago ha sentido en sus carnes toda la vida lo que es ser hotelero. Su bisabuela ya tenía una pequeña pensión y de ahí fueron teniendo diferentes hoteles en Benidorm hasta el que ahora es el hotel Bristol que comenzó con su madre. Precisamente cuando tomaron la decisión él y su hermano de volver a cerrar en septiembre, cómo se lo tomarían sus padres era una de sus preocupaciones: «ellos tienen experiencia en el sector y les influye doblemente, por ellos y por nosotros».

El joven empresario asegura que «me ha costado mucho cerrar» y que la decisión es «muy triste» y pero también considera que fue la más sensata ante la situación actual. «Pensábamos aguantar hasta finales de octubre o fiestas de Benidorm pero los últimos días de agosto se empezaron a notar pocas reservas» y los datos no eran muy positivos por lo que «decidimos proteger a los trabajadores y a las familias». Asegura que «las consecuencias económicas las puedas afrontar pero no las de salud». Pero había más: «venías a trabajar y estabas nervioso, por ti y por los trabajadores» e incluso por los clientes.

Para él, la decisión se generó «tristeza» e «inseguridad» porque «a lo mejor no puedo volver a abrir». Afirma que «estamos confiados en Semana Santa pero no sabemos». Con todo, indicó que «todos los que se mantienen abiertos tienen todo mi apoyo».

Pero lo personal no es lo único. Con una reforma reciente que acabaron en julio de 2019, también le preocupa la situación económica: «por ahora podemos aguantar», aseguró. Y le pesa además haber tenido que parar algunos proyectos nuevos para el hotel que «con tanto ilusión habíamos pensado».

Medio siglo abiertos

Francisco Llinares es otro de los empresarios que ha puesto sobre la mesa la decisión de cerrar el hotel Voramar. A día de hoy, su fecha prevista es entre el 18 y 21 de octubre, aunque afirma que las cosas cambian cada día y podría retrasarla. Este alojamiento abrió sus puertas en 1965 cuando él tenía 2 años y sus padres estaban al frente del hotel. Caminar esta semana por el alojamiento es hacerlo aún entre clientes pero quizá en unas semanas todo volverá a quedar a oscuras como ocurrió en marzo. El propietario recalca ese silencio de los pasillos que solo recuerda de cuando era pequeño y jugaba en ellos. «Hay veces que me levanto y pienso que estoy en una película. Pasar por el Paseo de la Carretera y verlo vacío en pleno septiembre da escalofríos».

La decisión que se plantea no habría querido tener que tomarla nunca: «es una situación muy rara. En toda la vida del hotel, nadie lo habíamos visto. En Benidorm nadie la había visto ni esperaba». Le «afecta anímicamente» y más por esa impotencia de que «es un problema que la solución no está en tus manos, si pudieras hacer algo… incluso intentamos llegar al máximo porque no queremos cerrar. Todos los días nos reunimos para verlo pero no hay demanda». Y es que asegura que trabajan día a día o semana a semana para todo: «es una situación que cambia todos los días en cuanto a las reservas. Un día ves que estás al 50% y al día siguiente ves que la previsión es al 40%. Es cambiable, no se pueden hacer previsiones de ninguna clase».

Como Gabriel Santiago indicó a este diario que «personalmente es muy triste, te afecta anímicamente. Pero no solo a nosotros sino al personal del hotel. Hay gente que lleva más de 40 años trabajando fijos aquí y les afecta también mucho…». El hotel Voramar, como otros, solo había cerrado algunos meses en los últimos cuatro años para hacer una reforma. Así que tener que cerrar sin fecha de vuelta hace mella en el empresario. «Estás todo el día pensando en el trabajo. No te lo quitas de la cabeza. Es lo que has hecho toda la vida y lo que hicieron tus padres», afirmó.

Ambos son solo dos ejemplos de los muchos que hay en Benidorm: hoteles que llevan abiertos desde hace décadas y que han mantenido su actividad, y por tanto la de la ciudad, todo el año recibiendo a miles de clientes.