Un artículo de Tomás Mayoral

La IA lo acelera todo. Decíamos el lunes que Steve Jobs tardó once años en volver a Apple después de que su consejo de administración le expulsara de la empresa que él mismo había creado. Sam Altman ha tardado cinco días en regresar a OpenAI como consejero delegado tras un despido fulminante. Eso pasaba un viernes y hoy, miércoles, ya es el CEO de un renovado consejo de administración construido a su medida. Si eso no es correr, que venga una red neuronal y lo vea.

En 120 horas, Satya Nadella, el hombre al que Bill Gates eligió como sucesor en Microsoft (no sabemos si Satya será de los “vagos” que tanto le gustan a Gates para su personal, pero tuvo un ojo clínico en la elección), ha urdido lo que se ha calificado como una “Jugada maestra” que coloca a la empresa de Redmond en una posición más dominante aún, si cabe, de la que tenía antes de este culebrón de OpenAI en la carrera desbocada por el desarrollo de la Inteligencia Artificial y su gigantesco negocio. Satya ha demostrado que tenía plan A, plan B y plan C y ha maniobrado con una elegante habilidad.

No era fácil. Ahora hemos terminado de encajar las piezas que faltaban lo sabemos. A Altman le echan el viernes, pero el domingo ya está de vuelta en las oficinas de OpenAI para hacerse cargo del consejo. Ese día, sin embargo, no pudo ser. La rebelión del personal a ritmo del sentencioso “OpenAI is nothing without its people” que exhibió Mira Murati y el resto de trabajadores de la empresa en sus cuentas de X (a los que Altman respondió uno por uno con un corazón) había sido un golpe duro, pero no mortal para los adversarios del anterior director ejecutivo.  De hecho, aún se revuelven ese mismo domingo y hacen un último intento de control al nombrar CEO a Emmet Shear, fundador de Twitch y un decidido partidario de frenar la IA tal y como Altman quería desarrollarla. Emerge entonces un Nadella inmenso y da el golpe definitivo sobre la mesa: contratar en Microsoft a Sam Altman y al ya ex presidente Greg Brokman. No hizo falta más porque ese gesto bastó para señalar que si no volvía Altman, OpenAI se hubiera desintegrado.

El nuevo CEO recordó en un mensaje en X que su único empeño de estos días era mantener su criatura viva, fuera donde fuera: “Amo OpenAI y todo lo que he hecho en estos últimos días ha sido para mantener unido este equipo y su misión. Cuando decidí unirme a MSFT el domingo por la tarde, estaba claro que ese era el mejor camino para mí y el equipo. Con el apoyo de la nueva junta directiva y de Satya, espero volver a openai y aprovechar nuestra sólida asociación con msft”.

A lo que Nadella respondió: “Nos alientan los cambios en el tablero de OpenAI. Creemos que este es un primer paso esencial en el camino hacia una gobernanza más estable, mejor informada y eficaz. Sam, Greg y yo hemos hablado y acordado que tienen un papel clave que desempeñar junto con el equipo de liderazgo de la OAI para garantizar que la OAI continúe prosperando y desarrollando su misión. Esperamos aprovechar nuestra sólida asociación y ofrecer el valor de esta próxima generación de IA a nuestros clientes y socios”.

El culebrón, lejos de darnos la imagen de cachondeo que algunos, como Musk, han querido reflejar (utilizando incluso vídeos, viralizados a nivel mundial, de “Risitas”, el del “cuñao” en un programa de Jesús Quintero) ha conseguido la atención mundial sobre la IA, ha reforzado a Altman, a OpenAI y, por supuesto, a Microsoft. Elon Musk, perejil en todas las salsas, también se ha llevado su minuto de gloria porque, al fin y al cabo, toda esta historia se ha cocido en X, su maltrecho ex Twitter, que ha demostrado una vez más su funcionalidad en lo inmediato. Pero por mucho que se empeñe en ridiculizar la situación, el liderazgo ahora es de Nadella y Microsoft.