Me pone sobre la pista de los enmascarados un articuento casual de Millás, al que leo entre vapores descafeinados. Esa imagen, Obama con la máscara de Obama tomando algo en una cafetería, asalta mi mente. Comprendo todas las ocasiones inusuales del mundo. Monzó, por ejemplo, planteaba en otro cuentoarte, la siguiente situación: todos los pasajeros que embarcaban en el vuelo Barna- Mallorca, portaban ensaimadas en su mano. Las azafatas no daban crédito. Incluso preguntaban ¿vamos o venimos?. ¿Se puede ir hasta Mallorca con una ensaimada mallorquina, tal vez con una sobrasada?. ¿O es preceptivo venir desde la isla con el condumio?. ¿Puedo llevar una navaja de Albacete hasta Albacete, o he de tornar con la navaja?. Uno se pone en la tesitura del descontrol. He encargado una careta con mi rostro, una máscara de mi mismo. Me la pongo en todas las ocasiones y soy yo debajo de mí. ¿O tal vez soy yo mismo encima mío?. Decido inquietar al vecindario: entro con la compra al hiper en vez de salir con ella, Acudo con el coñac a mi coñaquería particular, entro con tabaco al estanco, con billete al autobús y con castillos de arena ya hechos a la arena de la playa.

Advierto que la noticia se propaga y que algunos imitan mis pasos. Máscaras de otros que esconden a otros debajo de sí mismos. O tal vez encima, nunca se sabe. Todos actuamos en una comparsa buscando lo que nunca seremos. Fustrados, henchidos o huídos, contrarios a uno mismo. Enmascarados como Obama, con ensaimadas mallorquinas.