Coja usted amigablemente al loro. Lo saca de la jaula y le retuerce el pescuezo, (morirá con celeridad). Prepare agua caliente. Poco a poco vaya desplumándolo. Con un cuchillo mediano de carne corte a la altura del esternón, permitirá separar las pechugas y abrir la caja torácica. Efectúe un pequeño golpe de muñeca, logrará abrir el abdomen. Una vez hecho el canal, extraiga los intestinos y el estómago, hígado y riñones y apártelos en un plato. Del tórax limpie pulmones y corazón. Vuelva a lavar con agua caliente al loro abierto en canal. Decapítelo y tire su cabeza con el resto de la casquería. (Si el pico fuese poderoso podrá entretenerse en su limpieza, -otro día explicaremos la manera-). Sofría ajo en una sartén con aceite de oliva. Salar el higadito y los riñones. Una vez fritos los ajos, ponga las vísceras y déjelas hacer hasta que caramelicen.

Por otro lado salpimentar al loro abierto en canal. Pochar en una cazuela previamente calentada con mantequilla. Poner una hoja de laurel y media cebolla. Cuando adquiera color dorado vierta vaso y medio de buen vino blanco. Dejaremos que hierva hasta que reduzca, entonces añadir dos cuartos, más o menos, de agua. Cerraremos la cazuela y estará a fuego medio durante quince minutos. Entretanto pasaremos por la batidora y el chino el sofrito de ajo y vísceras. Lo mezclaremos todo apenas cinco minutos antes de apagar el fuego.

Servir la carne trinchada y la salsa. Acompañar con un buen pan y caldo, pudiéndose usar, si lo desea, alguna pluma de mondadientes. Notará, al poco de la ingesta, como el espíritu del loro se apodera de usted. Repetirá todo lo que escucha y un deseo irrefrenable de comer pipas sin sal o pistachos le invadirá. Así que cuando coja usted amigablemente al loro, poco antes de retorcerle el pescuezo, procure dejar bien abierta la puerta de la jaula. Será su morada eterna.

Que aproveche.