Polémica por unas patatas bravas servidas en un bar de Alicante

Un cliente del establecimiento muestra su descontento y publica una fotografía de la tapa que le pusieron

Una tapa de patatas bravas en una imagen de archivo

Una tapa de patatas bravas en una imagen de archivo / Shutterstock

Posible delito gastronómico cometido en un bar de Alicante. El cliente que ha puesto en conocimiento lo sucedido es Hara Amorós, que ha publicado la fotografía de una comida que pidió en un establecimiento de la provincia. El afectado en este presunto crimen culinario ha querido de esta forma dar fe de lo ocurrido, aunque siguiendo el refranero popular ("se dice el pecado pero no el pecador") ha evitado desvelar el nombre del negocio donde se produjeron los hechos.

El pecado en cuestión, a criterio del presunto damnificado, radica en el plato de patatas bravas que le pusieron en el local en el que, por lo que parece, comió recientemente. Tomando como referencia la fecha en la que hizo pública su experiencia, los hechos se remontan presumiblemente al pasado fin de semana, concretamente, al 12 de marzo. El usuario eligió Twitter para contar lo sucedido y mostrar una imagen de la tapa que le sirvieron para expresar su descontento. 

Lejos de lo que podría intuirse, el problema no es ni la salsa (cuya receta original es en ocasiones supuestamente mancillada), ni el precio (a veces abusivo para lo que, por mucho que sea una de las reinas de los bares, es sólo una tapa). El motivo de la queja del cliente es el corte de la patata, un detalle que para la mayoría de consumidores puede pasar desapercibido, pero que para los fundamentalistas más devotos de la patata brava más tradicional puede llegar a ser toda una afrenta.

"Me he pedido unas patatas bravas en Alicante, pero me han traído unas Lays con salsa brava", señala con cierta indignación el usuario en su tuit, en alusión a la forma laminada de las patatas, similares a las de la marca que menciona. Su mensaje ha recibido más de una decena de comentarios, y la mayoría dejan claro que apoyan su postura. "Estafa", "indecencia" o incluso un "yo hubiera denunciado" son algunas de las duras respuestas que ha generado el tuit original, avivador de una polémica que suele acompañar a una tapa que es icono de la hostelería y gran representante de la clase media de la cocina nacional.

Pero a pesar de ser patrimonio de nuestra cultura gastronómica, la realidad es que las patatas bravas no poseen un gran valor histórico. Su origen se remonta a mitades del siglo pasado, por lo que ni siquiera es un plato centenario, aunque eso sí, está envuelto de un particular halo de misterio. ¿En qué momento exacto aparecieron? ¿Cuál es su receta original? Son algunas preguntas sin respuesta que rodean a este imprescindible aperitivo, cuya rápida expansión por toda España obligó a los cocineros a improvisar su receta, que ha experimentado innumerables variaciones que han acabado borrando el rastro de la primigenia.

Más allá de la salsa, foco principal del conflicto, lo que sí indican algunas fuentes es que el plato debe ser servido con su ingrediente principal cortado en forma de dado, una regla que se saltan muchos de los miles de bares y restaurantes que tienen esta tapa en su carta de entrantes. Uno de estos locales disidentes es el establecimiento alicantino que, para disgusto de uno de sus últimos clientes, dispone las patatas en finas láminas, en contra de lo que dice una tradición, que, todo sea dicho, no es la más estricta ni rígida de la historia. 

De hecho, sus diversas interpretaciones o las diferentes maneras de prepararlo o presentarlo forman parte del encanto del plato, reflejo de las diferentes culturas que conviven en la gastronomía española. Más o menos picante, con las patatas finas o gruesas, en cualquier caso, se trata de una tapa ya emblemática que ha construido su fama a partir de sus innumerables diferencias, inapreciables para el consumidor ocasional, pero visibles para los adeptos a la religión más brava de la cocina nacional.