El 3 de enero de 1982 nacía José María Dols Samper. A él le gusta contar que, cuando todavía estaba en el vientre de su madre, su padre la invitó a torear una becerra. "Para que el niño sea torero". La sangre taurina corría por sus venas. Sin duda, ser hijo de un gran torero deja una marcada huella genética, como se ha visto con el paso de los años. Su progenitor fue, sin duda alguna, uno de los mejores exponentes de la torería del último cuarto del siglo XX y, junto a Luis Francisco Esplá, representante máximo de lo que se ha denominado "tauromaquia mediterránea", tan amplia de matices y estéticas al tiempo que acentuada en un sello diferencial.

La vida del nuevo José Mari viene marcada hacia lo taurino desde siempre. De esta manera, la celebración de su comunión fue vestido de corto y tuvo lugar en al coso taurino de la Plaza de España. La foto de tres generaciones, con su abuelo Pepe Manzanares, novillero, banderillero e importante mentor de varios toreros importantes de la ciudad, junto a su hijo y su nieto presagiaba la continuidad de la saga.

Sin embargo, la decisión de dedicarse en cuerpo y alma al arte de Cúchares no llegó pronto. José Mari vive como cualquier chaval la adolescencia, termina sus estudios de bachillerato y llega a comenzar los estudios universitarios de veterinaria. Pero la decisión de seguir el dictamen de la enorme afición que corre por sus venas no puede esperar más. Con 19 años, y siempre con la complicidad de su madre Yeyes, la más importante mentora espiritual del torero en ciernes, decide trasladar su decisión a su padre, que anda por ese tiempo fuera del circuito taurino, y el maestro decide que, si quiere probar suerte, quién mejor para ayudarlo que él.

El momento de pisar por primera vez un ruedo para lidiar una res brava llega el 29 de abril de 2001, en la localidad granadina de Campotéjar. Las maneras y la frescura del nuevo Manzanares sorprenden a propios y extraños, y el fogonazo corre como la pólvora por los mentideros taurinos. Padre e hijo entrenan duro, comienzan a vivir en torero, y a veces surgen desavenencias. Juventud contra madurez; rebeldía contra sapiencia.

Y llega el debut con picadores el 22 de febrero de 2002 en Nimes, con un novillo de Victoriano del Río, la misma ganadería que lidiará en la celebración de su décimo aniversario. Enseguida se hace un hueco entre la novillería, y pasa esa etapa hasta que toma la alternativa. Todo el mundo cree que su padre volverá a vestirse de luces ese día 24 de junio de 2003. Pero no lo hace. Una relación de luces y sombras. Aunque en el momento de la ceremonia hace acto de presencia junto a Ponce y Rivera Ordóñez, y oficia simbólicamente la cesión de trastos. José Mari rompe a llorar como un niño, como hará cuando le corte el añadido a su padre en Sevilla años después. Es un espíritu sensible. Otra vez asomarán las lágrimas a sus ojos cuando recoja el trofeo Santa Faz por esta tarde. La tarde del doctorado supone un hito en su particular historia y en la de la plaza, con el toro de la ceremonia, Virreino. Tres orejas y un rabo. El delirio de una afición, de su gente, que observa al nuevo matador como la esperanza de un futuro lleno de alegrías.

En 2004 vuelve su progenitor para, según declaraciones propias, enseñarle el camino correcto. Hacen historia anunciándose juntos en Monóvar, Sevilla y Alicante. Tras temporadas de altibajos, en 2006 es apoderado por la casa Matilla y comienzan los éxitos. Todo no es bonito, y el dengue, una hernia de disco grave y lesiones de ambas manos le hacen caer, aunque se recupera con mayor fortaleza. A pesar de los obstáculos, la Maestranza lo adopta con tres puertas del Príncipe. Conquista México a lo grande. Madrid se rinde a sus pies en 2011.

Y Alicante lo sigue adorando, lo arropa durante su boda en 2010, lo quiere en sus carteles de Hogueras, lo mima en el albero. Y él responde a su gente. Ya es un torero para la historia, que hoy celebra en su primera década.