Plaza de toros de Alicante. Domingo, 7 de agosto de 2022. Corrida de toros extraordinaria, fuera de abono. José Tomás, en solitario. Absoluto “lleno de no hay billetes”. Se lidiaron cuatro toros de distintas ganaderías (el 1 de Juan Pedro Domecq, el 2 de Garcigrande, el 3 de Victoriano del Río y el 4 de Domingo Hernández) bien presentados y de dispar juego. Noble pero endeble el 1, excelente el 2, aplaudido en el arrastre, exigente el 3, desrazado el 4. José Tomás, de sangre de toro y oro. Ovación desde el tercio, dos orejas, oreja y ovación tras aviso. Y al séptimo día, domingo 7, apareció José Tomás en el paseíllo como un mito viviente. Al séptimo día, Dios soñó el toreo porque hacerlo como lo interpretó José Tomás en el segundo acto no está al alcance ni de los dioses. Y en el séptimo día del octavo mes del año 2022, el maestro madrileño cuajó en Alicante una faena colosal. Entre divina y celestial. Memorable el toreo al natural: soberbio, cristalino. El toreo luminoso, un cortocircuito de pureza, belleza y emoción. Una antología al natural. Un recital con la mano izquierda, la mano de los mejores de la historia del toreo. “Azulado”, el segundo de Garcigrande, despegado, fue un toro de bandera. Hubo un quite colosal por gaoneras, por meritorio: el embroque en la misma barriga. La seda fucsia, que esperaba la embestida, como dejada caer. Y vendrás, pensaría el maestro. Las banderillas llevaban los colores de la bandera azteca. En México se doctoró el maestro de Galapagar y en Aguascalientes casi perdió la vida. Un guiño biográfico.

Unos estatuarios en los medios fueron soberbios de ajuste. El “garcigrande” fue bravo, a más, humillaba, repetía. Las excelencias de la bravura se fusionaron con las excelencias al natural. Hubo una serie de siete, ocho !o nueve, diez, once, doce! naturales con la plaza enloquecida. Un espiral de belleza. Quince naturales en una serie, contó una señora del tendido. Asombroso: una tormenta de emoción que trepó por los tendidos hasta las andanadas. Los ayudados finales, genuflexo el maestro, fueron una belleza. Poesía a dos manos. Dos orejas de ley. El descanso, más que para merendar el personal, que también, vino fenomenal para digerir tanta belleza y para masticar la inigualable inmensidad de su mano izquierda.

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El gran José Tomás revoluciona la plaza de toros de Alicante Héctor Fuentes

“Violonchelo”, un castaño y bien hecho toro de Juan Pedro, abrió plaza y de salida evidenció poca fuerza. Las manos por delante, la cara muy suelta. El madrileño lo recibió con chicuelinas de distinto compás, una de ellas extraordinaria, y una media a pies juntos soberbia. Una escultura. Brindó al público y prologó a pies juntos. Sin apretar el torero, el toreo en redondo fue templado, sin exigencias. Con la izquierda no se pudo ver la mejor versión de José. Faena sin gran relieve con una serie con la derecha, ya con las medias arrancadas del toro, cumbre de cadencia y suavidad. Una buena estocada se quedó sin premio.

El tercero fue un tío de Victoriano del Río, serio, hondo. Ajustadísimo fue un quite por chicuelinas en los medios, con el compás cerrado. Sensacional bregó Sergio Aguilar y fenomenal en los palos anduvo Rafael Viotti. El toro tenía y tuvo poder. José lo pudo con un inicio antológico de suavidad y sutileza. El trazo, el temple, la cadencia. Qué ritmo, qué tacto, qué delicadeza. Qué manera de torear. Fue tan severo el temple, valga la paradoja, que el toro pareció afligirse. Pero no. Tras un derrote seco, el torero quedó angustiosamente atrapado en los lomos del toro. Afortunadamente, una paliza sin aparentes consecuencias. Unas manoletinas constituyeron el emotivo epílogo. Y otra estocada hasta la gamuza precedió la tercera oreja de la tarde. Tres estocadas en tres toros.

El toro que cerró plaza, de Domingo Hernández, tuvo mucho genio y poca raza. Disparo, que dicen ahora. Hermosos los lances del recibo a pies juntos, codilleados, cuando el codilleo es virtud porque anhela el ajuste y la pureza. Volvió a brindar al público el maestro madrileño. La faena fue un intento por convertir en brisa la tempestad del genio, por pulir matices y barnizar la poca raza del toro, que tuvo emotividad y aparente celo. Tras fallar con los aceros, saludó desde el tercio.

El acontecimiento José Tomás colapsa la ciudad

Alicante, tomada y conquistada por aficionados de todas las latitudes del Planeta Toro y de turistas de todo el mundo, era una caldera que hervía por todas las arterias de la ciudad. Las taquillas con el “no hay billetes” en 20 minutos, los hoteles con el “sold out”, los restaurantes hasta los topes. En estos tiempos de general desprecio político, institucional y mediático hacia la Fiesta de los toros, que un torero ponga boca abajo una ciudad, sin fiestas y fuera de feria, parece ciencia ficción. O un milagro; o todo junto. Pero no. Milagros a Lourdes; o a Galapagar.

Desde la Feria de Hogueras y, sobre todo, desde que el empresario Nacho Lloret destapó la bomba informativa anunciando que “Josétomás” iba a estoquear cuatro toros en el coso de la Plaza de España, Alicante se convirtió en la capital mundial de la tauromaquia. El Gordo había tocado en pleno agosto en Alicante. Días atrás, en las páginas de INFORMACIÓN, se podía leer que el fenómeno turístico del año -un torero llamado José Tomás- iba a generar un impacto económico en la ciudad de 3,5 millones de euros. El toreo como motor económico. Gracias a un torero como artífice y protagonista, gracias al toreo como reclamo, y gracias al empresario Nacho Lloret, que ha sabido gestionar con discreción las negociaciones para contratar al maestro madrileño. Al César, lo que es del César.

En 20 minutos se agotaron las entradas vía internet. La locura desatada. El toreo en plena globalización. Una encerrona, como se dice -por cierto, mal dicho en España-, o un “sólo”, como se dice en Francia, con más criterio semántico y con el nítido paralelismo del ámbito musical. “Josétomás”, permítase la licencia ortográfica, como una unidad y un todo, en concierto. Como una fusión fonética de su nombre compuesto y como metáfora de su toreo, en el que torero y toro cohabitan en una misma baldosa. Mientras hay periodistas que tratan de descifrar la fluctuación de las taquillas con ímpetu demoscópico o vocación sociológica para interpretar presente y futuro de la Fiesta, al maestro madrileño da igual que lo anuncien en agosto en Alicante o en diciembre en el Ártico. Un fenómeno sin parangón que se lleva todo por delante.

Hasta Alicante llegaron gentes de todo el mundo, del toro, de la esfera cultural, artística y social. Los toros como acontecimiento nacional, tal como escribió el alcalde socialista y madrileño Tierno Galván. Qué lejos queda el “Viejo profesor” de quienes se creen, antitaurinos sin rubor intelectual, alumnos aventajados de la supuesta izquierda.

El maestro de Galapagar, que hace tambalear cada ciudad donde torea como un movimiento sísmico, fue un volcán también en el ruedo mágico. Pisó, como suele pisar siempre, la arena por donde queman los pies, el espacio de fuego donde los toros ven invadidos su espacio. En ese hábitat del toro, gravita y se engendra el toreo de José. Y claro, la lava de la emoción del toreo puro trepa por los tendidos y abrasa a las gentes como las olas rompen en la orilla del mar. Como un fenómeno natural, con la intensidad cristalina de lo genuino.