El Real Madrid sucumbió por tercer año consecutivo a orillas de la final de la Liga de Campeones, ensanchó la sequía continental que lastra el club en los tiempos recientes y dejó entrever el final de una era, la del portugués Jose Mourinho en el banquillo blanco. A falta de que la final de la Copa del Rey haga balance de un año abrupto, plagado de sinsabores y, pase lo que pase, por debajo de las expectativas generadas en la apertura, el ciclo de Mourinho echará el cierre con menor brillo del prometido.

El técnico del Madrid afrontó la rueda de prensa posterior a la eliminatoria contra el Dortmund como el inicio de un epílogo anunciado. Alrededor de la sala de conferencias del estadio Bernabéu aún retumbaban los ecos de las gargantas secas de miles de seguidores que dejaron su alma en el cemento de la grada. Gente que se aferró al carácter del pasado que era capaz de hacer realidad un milagro. Acudió sin reservas a la llamada de socorro del club, de los jugadores, para intentar restaurar el hundimiento en el Westfalenstadion. Mourinho, sin embargo, no hizo mención alguna a la entrega de una afición de la que siempre ha sospechado.

El técnico del Madrid empezó a dejar claras sus intenciones de futuro tras el triunfo de su equipo en Old Trafford, cuando selló el pase para los cuartos de final de la Champions, después de una eliminatoria agónica ante el United. Mourinho, lejos de ensalzar el mérito de sus jugadores, que lo hubo, y de cerrar filas con ellos, realzó el infortunio y la injusticia a la que fue sometido su rival en lo que se vio como propaganda personal para un devenir en el fútbol de las islas.

No va el falso recato con el carácter del entrenador luso, encargado de proclamar en cuanto la ocasión lo requiere, los brillos cuantiosos de su palmarés. Uno de los pocos que, entre otras cosas, presume de tener dos Ligas de Campeones con dos equipos distintos. Sin embargo, en su trienio madridista, Mourinho ha logrado una Liga, una Supercopa y una Copa. Dos, si gana al Atlético el próximo día 17. Un bagaje nada espectacular de un preparador que, con las semifinales europeas, alardea de haber devuelto al Madrid a la elite continental, de haber recuperado la condición de cabeza de serie y lograr un buen balance económico. Insuficiente equipaje para una entidad que se alimenta de títulos.

En plena rueda de prensa que hizo suya Mourinho, el técnico no habló de fútbol. Ni del esfuerzo de unos hombres que acabaron abatidos sobre el campo. Que dejaron en el vestuario las cuentas pendientes para aunarse alrededor del balón y tirar hacia el mismo lado a base de épica. En busca de un objetivo común. Todos a una para devolver al Madrid a la primera línea del torneo más grande.

Apagados los focos, sobre la hierba quedaron tendidas sombras en cuestión. El talante heroico no puede disimular el déficit futbolístico del equipo, lastrado cuando hace suya la pelota. Cuando carece de espacios. Fue evidente ante el Dortmund, que mostró más fútbol que el conjunto madridista, carente de recursos y de solución cuando debe cambiar de guión y dar otro aire a un encuentro a pesar del indudable potencial de la plantilla.

A la hora de jugar, no supo. Los delanteros quedaron en evidencia. Higuaín baja un peldaño en las grandes ocasiones. Benzema es presa habitual de su inestabilidad. Sin Marcelo, lesionado durante casi todo el curso, los laterales carecen de profundidad. De Ozil también se esperaba más. Y Xabi Alonso ha llegado al tramo final con la lengua fuera. Solo la determinación de Cristiano, rotundo durante todo el año, y el centro de la zaga, con el compromiso de Sergio Ramos y la irrupción de Varane, han estado al nivel esperado.