La vida en cuatro versos: «Los días fueron piedras; luego, arena; después, aire. Y ahora son, por fin, nada». El universo resumido en una métrica hermosa. El conocido y también el otro, el que solo se entiende a través de lo que no podemos ser. De la fuerza torrencial con la que uno irrumpe en su propia historia a la evanescencia con la que se libra de ella en el último estertor. Nos damos mucha importancia, pero somos honda levedad, un halo apenas perceptible en la noche de los tiempos. No hay excepción. Se repite cada vez, con todos, y con los clubes deportivos, mucho más. Las razones simplistas han tenido gran acogida desde que el mundo es mundo. Nos decimos: encaja, lo entiendo, tiene sentido... entonces es verdad. Y como todo lo que se considera cierto, no admite discusión. En ese silogismo se ahoga mucha gente, la mayoría. En esa construcción gramatical vamos a extinguirnos. 

El Hércules es una bandera deshilachada que ondea en un mástil oxidado anclado a la popa de un viejo galeón de madera invadido por la carcoma. De lejos, entre la bruma, impresiona, pero si te acercas, te das cuenta deprisa de que será imposible librarle de un destino fatal, ese al que no logra dar esquinazo, que le persigue donde va, haga lo que haga, decida lo que decida. Es triste, es frustrante, es injusto, es tremendo, es insoportable, pero es verdad, por eso duele tanto a tanta gente.

Pacheta y Cubillo fueron despedidos a pesar de que sus equipos estaban en zona de promoción

La aleatoriedad del azar se ríe del Hércules y de todos los que lo integran, dentro y fuera. A cada palmadita en la espalda le siguen 20 zancadillas. Y así es muy difícil avanzar. Dieciséis entrenadores han sido atropellados desde la última caída a la extinta Segunda B. Dieciséis en ocho temporadas, una de ellas incompleta por culpa del covid. Ahora, con perspectiva, analizándolo sin la tiranía del presente inmediato, es imposible inferir que todos fueran incapaces de cumplir el objetivo. No resulta creíble. ¿Qué sucede, pues, dónde está el gran error?

Lo más básico (y lo más difícil) es buscar en la pirámide de poder a quien más tiene y arrebatárselo. Lo que nadie te puede garantizar después de eso (aunque se antoje lo más justo) es que el descabezamiento solvente un mal ocasionado por múltiples dolencias.

El desastre no es exclusivo del Hércules, aunque lo parezca. Ni obedece solo a una causa. Hay muchas y una buena parte se provocan desde fuera por la propia idiosincrasia de una plaza tan atrayente como ingobernable. Es un símbolo de la ciudad y eso salpica a demasiadas personas, a demasiados estamentos y atrae infinidad de intereses, no siempre nobles, a ratos disruptivos.

El caso del preparador burgalés explica bien la suerte de una entidad deshilachada a la que su entorno le exige algo que nadie puede garantizar

Por el conjunto blanquiazul han pasado 16 técnicos con filosofías distantes, con propuestas muy alejadas entre sí, pero solo dos han logrado empezar y acabar la campaña en el banquillo desde que, en la temporada 2011-12, lo consiguió Juan Carlos Mandiá. Planagumà lo repitió en la 2018-19 y Sergio Mora en la última. Ninguno de los tres terminó alcanzando el objetivo y su tarea encontró quien la cuestionara con fiereza armado de argumentos. El resto –Pacheta, Manolo Herrero, Vicente Mir, Tevenet, Luque, Siviero, Claudio Barragán, Visnjic, José Vegar, Jesús Muñoz, Antonio Moreno, Cubillo, Alejandro Esteve y Manolo Díaz) también fracasó, alguno dos veces.

Pacheta, Herrero, Tevenet, Vicente Mir, Siviero, Planagumà, Cubillo y Sergio Mora. INFORMACIÓN

Pacheta, el paradigma

El caso de José Rojo sirve para tener una visión global de los motivos que lastran al Hércules desde hace mucho. El preparador burgalés llegó a Alicante justo cuando el equipo había caído a Segunda B tras un paso efímero por Primera y tres años fallidos en Segunda. El aroma del fútbol profesional se sentía con fuerza, se respiraba con naturalidad. 

Y ahí comenzó el drama. Caminar sin los pies en el suelo pensándote mejor de lo que eres te lleva a la equivocación sistemáticamente porque todos los diagnósticos no están dirigidos al enfermo real, si no a la imagen que cada cual se hace de él. La idealización es maravillosa, pero, como la autoayuda, solo actúa en tu cabeza, en tu credo, en realidad no cura, el drama sigue ahí cuando cierras el libro.

Pacheta asumió el control del Hércules tras probar fortuna en Soria (con descenso), Oviedo (sin suerte) y Cartagena (entrando a mitad de curso). Tenía una idea clara, la suya. Sobria, pragmática. Incluso ganando, se le cuestionó la propuesta con vehemencia. La prensa [hoy pido perdón] fue implacable con su conservadurismo, con su poco gusto por la elaboración, por su juego directo y su inclinación por la pierna dura.

Llegó a situar al equipo líder, pero en aquel momento nadie lo valoró. Como recién descendido, era lo mínimo exigible. Ahora, tras ocho años de travesía por el fútbol con rozaduras, es más fácil aceptar que se fue injusto con Pacheta, que lo tuvo muy difícil para triunfar y que en cuanto se le torció un poco la cosa, le llovieron palos sin cuartel. Empató dos partido tras el parón de Navidad. Enlazó cuatro jornadas sin ganar, las dos últimas con derrota, y se le despidió cuando el equipo era cuarto (a 7 puntos del líder).

La urgencia abona la mayor parte de los desastres. El burgalés se marchó a Tailandia y, cuando regresó a España, firmó tres ascensos (dos de ellos a Primera) y se quedó a las puertas de una permanencia en la máxima categoría que parecía increíble cuando el Huesca recurrió a él a la desesperada. 

Azares

Es imposible saber qué habría ocurrido de haber sido tan pacientes con Pacheta (o con David Cubillo) como con Sergio Mora, pero es la demostración empírica de que no hay una fórmula exacta, de que el tinte de azar que tiñe la existencia pesa casi tanto como las ganas que se ponen para que salgan bien las cosas.

Siviero, que ha subido con el Intercity a Primera RFEF, fue cesado en su cargo en el Hércules en la jornada 9 después de un empate. Planagumà, que hizo lo más difícil (reconectar a la masa social con su equipo) salió por la puerta falsa en su segundo año demonizado por quien le fichó y vapuleado por el entorno, con un sector de la prensa como punta de lanza [vuelvo a pedir perdón].

103 ENTRENADORES

Ha tenido el Hércules en sus cien años de existencia

►El británico Alejandro Finning fue el primero que lo hizo como profesional (fue en la temporada 31-32), casi diez años después de la fundación del club.

28 PARTIDOS

Se disputaron en el curso 19-20 antes de ser suspendido

Tras usar 5 técnicos (Planagumà, José Vegar, Jesús Muñoz, Viente Mir, y Antonio Moreno) el Hércules era antepenúltimo y estaba en zona de descenso justo antes del cese de la competición al decretarse el estado de alarma en todo el país.

El ahora segundo de Quique Sánchez Flores en el Getafe fue destituido aquí el curso pasado, el de la muerte definitiva de la Segunda B, siendo segundo (a cinco puntos del líder, los mismos que tenía sobre el cuarto, que delimitaba la promoción). Carmelo del Pozo trató de atajar con esa arriesgada medida una deriva peligrosa que iba más allá de la propuesta futbolística, afectaba a la salubridad de un vestuario en el que empezaba a ser notable la toxicidad por la arbitrariedad indisimulada con la que el preparador repartía los protagonismos. Dar vueltas sobre la conveniencia o no de aquella maniobra no ayuda en nada, pero sí explica lo ocurrido con Mora.

Nadie decide en contra de sus intereses a conciencia. Todos buscan lo mejor, pero hay tantos vectores de opinión yendo y viniendo, tantas filias, tantas fobias, tantos rencores acumulados detrás de cada frustración deportiva, que resulta muy difícil que algo salga bien en lo estrictamente futbolístico.

El error es inherente a la condición humana, lo mismo que el miedo, el odio, la codicia o la vanidad. La verdad ya no le importa a nadie (o a muy poca gente), lo que sí tiene valor es dar con el relato que provoque la emoción que interesa para llegar primero a la meta sin importar si es falso, lograr que sean las vísceras las que piensen. El Hércules está ya muy descosido y quien crea, dentro y fuera, que no ha contribuido, se equivoca... y mucho.