La costumbre es pegajosa, se adhiere a la conducta, se extiende como una mancha de humedad en un rincón. Hay que plantarle cara, recordarle que existes y tienes voluntad, que a pesar de su enorme fuerza, se le puede y se le debe combatir. No hacerlo, te deja a merced de los fantasmas, de los que tienen peor trato, esos que te convencen de que nada puede cambiar, que el bucle es infinito, que tu suerte está echada.

Después de ver fracasando al equipo ocho años seguidos con peor o mejor pericia, el herculanismo trata de aferrarse a un ideal, al que representa la revolución de los novatos, dentro y fuera del campo. Gente que no recuerde a nada ni a nadie, futbolistas y técnicos que hayan elegido, sin que alguien se lo exigiera, asumir sin acicates todo el peso de la responsabilidad de acabar la Liga en lo más alto, ser campeón en Navidad y también en mayo. Desde el primer día que se pusieron la camiseta o entraron en la oficina, Paco Peña, Ángel Rodríguez y los 18 futbolistas dados de alta este verano, incluido Marcelo Djaló, han sostenido que solo había un camino: ganar, ganar y volver a ganar.

► Una anomalía con un mérito enorme

Es muy difícil lograr lo que han conseguido el secretario técnico y el entrenador, reunir talento suficiente sin apenas tiempo y ponerlo a funcionar como bloque desde el primer partido, resultar reconocible incluso cuando fallan las fuerzas. Es tan anómalo como meritorio, por eso se han vuelto a escuchar ovaciones en el estadio con el público puesto en pie.

Viniendo de donde se venía, con toda la bruma, la ponzoña, el hastío generalizado, la fatiga mental, el vacío emocional, empezar bien la competición era más importante que nunca en una entidad adicta a fastidiarlo todo al más mínimo vaivén. Objetivamente, era difícil presagiar la evolución del proyecto, menos aún creer en que podría salir algo noble del modo de terminar el pasado ejercicio y del tiempo malgastado para iniciar el siguiente. Pero a veces, muy pocas, la fe de unos pocos doblega a la tozudez de muchos... por fortuna para la humanidad.

► Ideas muy claras, perfil bajo y mucha paciencia

El Hércules que cayó en manos de Paco Peña no fue un regalo y, sin embargo, el excapitán lo sintió así a pesar de que lo más sensato habría sido seguir dentro de un proyecto en el que la probabilidad de morir calcinado fuera infinitamente menor. El secretario técnico lo cambió todo. Con un talante tranquilo, conciliador, consiguió reducir la lista de nombres que la propiedad pretendía renovar a solo dos, un par de jugadores de la casa, Raúl Ruiz y Nico Espinosa, para quienes pisar el césped del Rico Pérez es una ilusión forjada desde la infancia.

Ese fue su segundo triunfo, el primero, tomarle la delantera al Pontevedra y elegir a su entrenador, un tipo al que de verdad no le asustase el reto de cargar con el peso de la responsabilidad. Su discurso cala y se sostiene en el tiempo con hechos, que es lo que cuesta de veras. Nadie cree que todo irá bien en adelante, que no habrá bandazos, días difíciles o momentos muy malos, pero cuando lleguen, que llegarán, mejor estar en manos de alguien que jamás pierde la perspectiva.

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► Los mejores tienen hambre, líderes que empujan.

El Hércules saltó al césped el domingo sin futbolistas del año pasado. Con ellos se adelantó y con uno de los once, el más deslumbrante, resolvió el choque. Alvarito, Víctor Eimil, Maxi Ribero lo tienen todo para ganar dinero, pero es que además ansían demostrárselo a ellos y a la grada, quieren triunfar y saben que a su lado hay perfiles brillantes dispuestos a vaciarse por una causa que está por encima de ellos, la del equipo. Son listos, viniendo de donde vienen, saben perfectamente que solo no se va a ningún destino memorable.