Palabras que nunca debieron ser inventadas

Existen palabras que al oírlas paran el mundo. El Cáncer es una de ellas.

Tenía quince años cumplidos. A esa edad otros niños pasan el día pensando en amigos, él sólo tenía un sueño, llegar a ser mayor.

Su padre me contó su historia: -«Un día te piden autorización en el colegio para la típica revisión médica y tú firmas el papel sin más, pero días más tarde suena tu teléfono. Es el médico que quiere verte. No te dice nada, pero sabes que algo pasa.

-Hemos visto algo extraño- te comenta cuando te reúnes con él -Aún no sabemos que es-. Luego llegan cientos de pruebas hasta que un día te dicen el diagnóstico -Leucemia- y todo tu mundo desaparece. A partir de ese momento tu vida sólo tiene un nombre: cáncer.

Durante los días siguientes, te dedicas a simular una sonrisa que, ante él, enmascare tu dolor. Después llegan los tratamientos y, por fin, la esperanza de un posible trasplante. Ahora toca marcharse en busca de ese milagro. Ya lo hemos arreglado todo, pero falta nuestro perro. Él no puede venir y a mi hijo le agobia mucho que se quede viviendo en una jaula o que pueda sentirse abandonado ¿Conoces a alguien que pueda quedárselo y que lo cuide como necesita y merece, mientras tanto?-

Desde aquella conversación han pasado ya muchos meses, casi un año, y, afortunadamente, todo acabó saliendo bien. Hoy el perro vive de nuevo con su familia y la enfermedad ha comenzado ya a ser sólo parte del pasado. Durante todo el proceso, el perro estuvo viviendo siempre en una familia y, afortunadamente, el trasplante fue todo un éxito. Sí, la historia terminó bien, pero ¿Qué hubiera pasado si no hubiéramos conseguido que una familia cuidara a su perro? ¿Cómo habría afectado a su recuperación? Si la salud psíquica es tan importante como la física, sobre todo en situaciones tan delicadas como ésta ¿Por qué no hay nada previsto para este tipo de casos?