Me llamo Carlos y tengo ocho años. En el colegio me llaman "Tembleque", porque no paro quieto. Me levanto de la silla a cada rato y me peleo con los compañeros día sí y día también. Mi profesora dice que no me aguanta y no hay día en que no me expulse de la clase. Mis compañeros se ríen conmigo, aunque a algunos les impongo y veo como huyen de mí en el patio. Por las tardes me gusta ir con mis amigos a la Rambla para jugar a saltar el río. Desde los puentes, el Vinalopó parece un hilo de agua, pero os aseguro que es difícil abarcarlo de un salto. Siempre sufro accidentes: cuando no me caigo al río, tropiezo jugando al fútbol o me peleo con algún chico de la calle. Si no preguntadle a mi madre que está harta de que la llamen del colegio, del centro de salud y hasta de la ComisaríaÉ Porque menuda la montamos el otro día en la Glorieta, pero os aseguro que la culpa fue de los otros niños... Y que conste que quien rompió la nariz de la Dama de Elche no fui yo, fueron los otros. Hablo mucho y rápido y a veces no me entienden porque tartamudeo. Aún no sé fumar, pero aprenderé pronto porque un amigo le robó tabaco a su padre y quedaremos a fumar a escondidas. Dicen que mola tragarse el humo y que cuando fumas te haces más alto y yo quiero ser más alto que nadie.

Los sábados vamos al centro comercial. Jugamos a probarnos zapatos y a ver quien consigue que no lo pillen comiendo gratis chucherías. Ah, no os he dicho que también tengo quemaduras por los brazos y piernas y es que me gusta mucho la Nit de l'Albà. BuenoÉ en realidad lo que me gusta son los petardos. Mis amigos y yo competimos a ver quien aguanta más con la mecha encendida antes de soltar los truenos. Yo soy valiente, de los que más dura, pero mi amigo Pepe es el mejor. A él le falta un dedo y es que no le tiene miedo a nada. Al contrario, todos lo temen y yo por eso lo admiro y me quiero parecer a él.

Me gustan los videojuegos, sobre todo si hay sangre. Y las series de la tele: Chin-Chan, los Simpson y los manga. No hago deberes porque total no los entiendo. Y me aburro. La profesora ya ni me pregunta, da por hecho que tengo el curso perdido. La pedagoga del cole es simpática, pero muy pesada con la monserga de que me tengo que portar bien y hacer los deberes. Ella dice que me ayudará en todo, pero yo no necesito ayuda. Cuando sea mayor ya encontraré un trabajo con el que ganar mucho dinero y comprarme un coche y más videojuegos.

Fue ella, la pedagoga, la que me mandó al médico. Mi madre me acompañó a regañadientes: "con las cosas que tengo que hacer en casa y cuánto que hacer me dasÉ Y todo por tus tonteríasÉ". Sé también que a mi padre no le gustó que fuera: "lo que necesita este niño son palos; para qué tanta historia...". Mi madre se sentó frente al médico con las piernas cruzadas y un gesto cariñoso que nunca le había visto antes. Incluso me agarró del brazo antes de hacer que me sentara. El médico no se presentó y sin mediar más palabras me preguntó: "¿y qué le pasa a este niño?". Mi madre no supo muy bien qué decir: "que no quiere estudiar y es algo travieso en el colegio, pero en el fondo es buen niño". Yo no dije nada, sólo me callé y asentí con la cabeza cuando el médico sin nombre me preguntó si me costaba concentrarme. Nos explicó que "yo era un niño TDAH". Yo sabía que era muchas cosas, pero nunca me habían llamado así. Mi madre sorprendida preguntó: "¿y eso es grave?". El médico no respondió, me recetó unas pastillas y me mandó volver en un tiempo. Al salir había varios niños más esperando. Los miré y vi en sus miradas mi misma expresión desafiante. "Deben ser niños TDAH", pensé. Mi madre tiró de mí con fuerza y salimos a la calle: "Corre, Carlos, que aún tengo que comprar el pan antes de que cierren. Si no me hicieras perder el tiempo con tus tonterías...". Por la noche mis padres discutieron, como casi siempre. Pero esta vez por mis pastillas. "¿Treinta euros?, que se tome Juanolas", decía mi padre con voz iracunda. Mi madre bajaba la cabeza: "pues para que te lo gastes en el bar, mejor que le sirvan a tu hijo". Me metí en la habitación con la consola. Mataba marcianos con una pistola espacial, y entre disparo y disparo oía a mi padre gritar y a mi madre llorar. Ya no hablaban de mí: ahora era de la madre de mi padre, del hermano de mi madre, de lo vago que era mi padre, de lo gorda que estaba mi madre... Y yo, a disparar marcianos, cada vez con más rabia, pensando que todo pasa por mi culpa. ¿O será por mi TDAH?

Cuando me acosté ya no se escuchaban gritos. Entre las sábanas me pregunté lo de siempre: ¿estarán muertos? Tuve miedo, pero me dormí pensando en que al día siguiente había quedado con Dani para ir a tirar piedras al tren en la salida del túnel de Altabix.

Por la mañana mi madre me dio la primera pastilla. "Venga, hijo, que el doctor dice que con ella te portarás bien y aprobarás". Me fui al cole refunfuñando porque me costó tragarla. Cuando llegué estaban la pedagoga y la profesora esperándome: "¿Y te mandó medicación?". Ambas respiraron aliviadas. Me senté en mi pupitre y miré las palmeras del patio tras la ventana. Ese día me porté bien. Y al otro. Y durante unos cuantos más. Todos me felicitaron, hasta la profesora de inglés que es la que más manía me tiene. Pero al cabo de unas semanas volví a ser el de siempre, con mis mismas "tonterías" que diría mi madre, con mi falta de "palos", que dice mi padre. "El que no aprobará el curso", que dirían mis profes, el "Tembleque", como me llaman mis amigos.

Y en casa todo sigue igual. Claro, que eso no lo sabe nadie: ni mis profes, ni mi médico, ni siquiera creo que mis propios padres se den cuentaÉ Al fin y al cabo yo soy un "TDAH", ¿qué más da lo demás?

P.D. Carlos existe. Con otros nombres, con otras circunstancias, con otros síntomas. En el niño que está inquieto por algo, en el que agrede porque se siente agredido o en el que pide auxilio de la manera en que puede y que a veces es a través de la mala conducta. Cada día visito algún "Carlos" en la consulta de psiquiatra infantil. A veces sus historias familiares no son tan complicadas, pero otras lo son aún más. Respetar a un niño significa mirar más allá de su síntoma, entender que el niño no está solo en el mundo y que lo que le pasa no es casual, sino el fruto de su interacción con su entorno relacional. Medicar es una opción válida que sin duda ayuda al que sufre malestar, pero resulta a todas luces insuficiente si no se brinda un apoyo más global. Es injusto pedir a un niño que cambie si antes sus figuras de referencia -incluidos los profesionales que los atendemos- no cambian. ¿Cómo pedirles respeto, si tantas veces los adultos no los respetamos?

Nota: TDAH son las siglas diagnósticas para los "niños hiperactivos" (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad);. q