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Ignorancia inclusiva

Ignorancia inclusiva.

Desde un sector de la más pueril y enfurruñada política, desde el acotado páramo, asimismo, de la más desorientada sociedad, que de su mano se encamina a oscuras al vacío, cegada por embustes y demagógicos aspavientos, y como la reiterada gota testaruda que primero acaricia la roca para después, con el tiempo, acabar perforándola, así, brotando desde aquel triste flanco, ese rumor insistente, ese ataque despiadado y tenaz al lenguaje, esa ola encrespada y furiosa rompe, cada mañana, en el ya hastiado muro del sentido común.

No podemos culpar a nuestros mayores por desdeñar el lenguaje. En ocasiones, su indiferencia nos enerva, sus argumentos infantiles nos desquician: la lectura habitual puede sanar esos tropiezos cotidianos, puede corregir esas faltas de ortografía que tanto daño nos hace encontrar en sus mensajes, pero nunca hay tiempo, nos dicen, nunca hay un minuto. No hay tiempo para la literatura, para sumergirse en la brevedad de solo cinco páginas al día, pero existe, apenas sin esfuerzo en hallarla, una inmensidad de horas que consagrar a la turbia pantalla de un televisor, a extraviar y contaminar la mente frente a programas zafios que no aportan riqueza intelectual alguna, sino un caudaloso raudal de vergüenza y pudor ajenos. Sin embargo, aun cuando las excusas de nuestros mayores carecen de peso y de lógica, no podemos culparlos, pues el cariño y la ternura nos lo impiden.

Sí podemos lamentar, desde luego, el desprecio al lenguaje al que somete invariablemente la juventud, o, para sorpresa nuestra, alguna esfera del mundo artístico, de ese mundo precioso y singular que tan rápido, tan a pecho se ha arrogado siempre el amor a la literatura, un mundo en el que hoy, a través de algunas desafortunadas declaraciones, podemos advertir tantos enemistados con el lenguaje, tanta apatía, tanta audacia: qué difícil es comprender el sentido exacto de una obra sin conocer a fondo sus matices. Una coma puede cambiarlo todo, puede cambiar un mensaje, un género, puede transportarnos de la ingenuidad a la picardía, de la bondad a la más furtiva amenaza. Hoy, numerosos textos llevados a escena son paja, son majaderías. Como lo fueron antes, pues no todo lo garabateado en el pasado luce sobresaliente. Pero el tiempo, que es un cruel y hermoso tamiz, ha filtrado únicamente lo valioso, un tiempo que también sentenciará mañana, categórico, la vulgaridad, tan ajena a la maestría, de muchas creaciones modernas.

Antes, ser ignorante era motivo de enorme sonrojo. Hoy, es motivo de alta vanidad y desafiantes orgullos. En este desalentador contexto, en esta charca en que naufragamos, avispados sectores de la política más iletrada y ceñuda y de la sociedad más comparsa y vociferante se empeñan, alzando y agitando el puño, pues la ocasión la pintan calva, en desgarrar todavía más el lenguaje, que no tiene voz propia ni armas, que no tuvo nunca vocación de enfrentar, sino de aunar. Y el desenlace se augura, por fuerza, lastimoso y desolador. Se empeñan, tozudos, en arrastrarnos y hacernos partícipes a todos, por rabioso decreto, de su ignorancia inclusiva.

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