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Xavier López

Su problema también se llama homofobia

Los amigos de Samuel, durante la concentración celebrada en A Coruña en repulsa por el asesinato del joven.

Abandonada por sus verdugos herida de muerte en el ascensor de un edificio del barrio de la Albufereta, Lyssa da Silva fue asesinada el 20 de julio de 2015. El principal acusado reconoció que la emprendió a golpes contra ella tras descubrir su identidad trans. El juez le rebajó la pena a diez años de prisión por haber confesado el crimen y descartó el agravante por odio, a pesar de la confesión que evidenciaba el móvil tránsfobo que desató la violencia.

El aumento del machismo, el racismo y la lgtbifobia tiene mucho que ver con la normalización de la ultraderecha en las instituciones del País Valenciano, España y a nivel internacional. El negacionismo hacia la violencia de género en la permanente y desesperada búsqueda del agravio que para ellos sufren lo que entienden como “los hombres”, la culpabilización de las gentes racializadas de los males económicos y sociales de nuestro país y la guerra contra la educación afectivo-sexual en la diversidad en las aulas o la apuesta por las terapias de conversión para “curar” la homosexualidad, son la base para que tanto en los espacios públicos como incluso en los hogares se haya desatado este clima de hostilidad e incluso de hostigamiento.

El 2 de julio de 2021, Samuel Luiz Muñoz fue asesinado por una brutal paliza propinada por una manada lgtbifóbica en las calles de A Coruña. La última palabra que escuchó Samuel antes de morir fue “maricón”. Esto ocurrió solo tres meses después de que en el Tossal, en Alacant, una persona fuera perseguida por un grupo que se organizaba a través de las redes sociales dedicado a la caza del homosexual.

La brecha que separa la reacción social ante los asesinatos de Lyssa y de Samuel puede explicarse a través de diferentes casuísticas. Por citar algunas desde los positivo: Los avances legislativos han permitido una mayor protección para el conjunto del colectivo. Y además, mediáticamente el emerger de referentes LGTBI fundamentalmente en el deporte, la cultura o la política y la popularización de productos televisivos de masas Made in Spain con historias protagonizadas por personajes diversos en su identidad sexual o de género, como Veneno de los Javis o Maricón Perdido de Bop Pop han contribuido a formar de alguna manera activistas de base a través de los potentes discursos políticos que subyacen en sus guiones, como contrapeso modesto a la misoginia, machismo y lgtbifobia habitual que campan mayoritariamente por los medios. Gentes dispuestas a decir basta.

Sin embargo, los seis años que distancian estos crímenes también nos arrojan que las diferencias a la hora de tratar ambos casos no fueron tantas. Mientras Lyssa era nombrada en masculino en diferentes titulares y artículos de prensa, se la tildaba de travesti y se obviaba el componente discriminatorio y de odio de su asesinato, con Samuel no fue demasiado distinto. A pesar de que los testimonios presentes durante la brutal paliza aseguraron que la discusión tuvo su origen al ser insultado por su orientación sexual, la investigación y algunos medios de comunicación han parecido empecinados en descartar hasta el último segundo el agravante de odio. Sólo la pura confesión de uno de los asesinos reconociendo tener “un problema con los gais” contribuirá con suerte a que el crimen de Samuel no tenga el sello de impunidad con el que se cerró el de Lyssa.

Y ese problema llamado homofobia (y seguro también lo tiene con migrantes y con mujeres) que describe uno de los acusados, es la punta del iceberg de la exhibición del discurso que ampara la discriminación y la agresión y que ha calado e impregnado buena parte de nuestra sociedad, incluso en multinacionales que se han atrevido a hacer apología de la exclusión en su publicidad. Paradigmático ha sido soportar ver un anuncio en el que se consideraba irritante e insultante para un hombre tener pluma y en el que se promocionaba una pseudo conversión hacia la masculinidad estereotipada y normativa consumiendo una chocolatina helada. ¿Cuál es el mensaje que se envía al público potencial si no el de que hay que combatir lo femenino en los hombres?

Afortunadamente en estos seis años sí ha cambiado la respuesta. La campaña publicitaria ha sido retirada tras la presión ejercida desde los movimientos sociales, una heroicidad nada comparable con la de Ibrahima y la de Makate, gallegos de origen senegalés que pusieron sus cuerpos de escudo para proteger a Samuel, pero que indican que contra la lgtbifobia, el machismo y el odio hay reacción.

Una reacción nada enmudecida por las amenazas de algunos representantes de Vox contra quienes denunciamos la connivencia de la ideología de ultraderecha con la extensión de la violencia. Denuncias que sólo buscan amedrentar y devolvernos al imperio del silencio y los armarios. No lo conseguirán, su problema también se llama homofobia.  

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