Potente clasicismo

Una de esas dilatadas óperas que se reponen frecuentemente. De Puccini, el más popular de principios del siglo XX y el último compositor del «bel canto» italiano. «Tosca» (1900) se sitúa en Roma, cuando Napoleón venció a Austria en la batalla de Marengo, el 14 de junio de 1800. El libreto de G. Giacosa y L. Illica está basado en la obra homónima de V. Sardou y exhibe su historia de amor, algunas grandilocuencias melodramáticas, contenido político y una evocación del terror totalitario. Estas intenciones no las suprime el paso del tiempo. El drama, marcado por la fatalidad y con tendencia melancólica, admite distintas posibilidades teatrales. Hablamos de un convencional pero cuidado montaje dirigido por Aglaia Mudrea, de la Ópera Nacional de Moldavia Maria Biesu, que interviene en este espectáculo con el instinto teatral de G. Puccini. Los hallazgos melódicos están al servicio de una mejor caracterización del ambiente, y la continuidad del discurso musical compone las emociones que acogen la soprano de origen ucraniano, Olga Perrier, la trágica heroína, y el tenor argentino Ignacio Guzmán. Defiende ideas liberales y conforman un dúo con hondura y relevantes voces. Relucen la musicalidad, la fuerza dramática y el talento. Le condenan. El feroz jefe de policía propone a Tosca un trato: si amorosamente se entrega a él, simulará la muerte del pintor. Ella le asesina y la descubren. Entre otros, el barítono argentino Fernando Álvarez posee una sólida imagen y un notorio vigor vocal. Despunta el registro bajo y muy sólido del español Armando del Hoyo, además de otros españoles que también contribuyen a alentar los pasajes y a poner de relieve los objetivos escénicos y de la partitura. La potente dirección de la orquesta es del valenciano José Escandell. Y los numerosos aficionados aplaudieron mucho al coro y a toda la compañía Leonor Gago Artist Management, con asiento en Barcelona. Es preciso un carácter más contemporáneo para que el género viva mejor y atraiga a los jóvenes.