Sobra gente, falta humanidad

En mitad de la compleja situación pasaron de largo cuatro vehículos por la calle, la mayoría aminoró la marcha y decidió acelerar, a pesar de que les hice gestos de que se trataba de una emergencia

Un agente socorriendo a un hombre en el suelo en una imagen de archivo

Un agente socorriendo a un hombre en el suelo en una imagen de archivo

Carmen Tomàs

Carmen Tomàs

Salí de la redacción a medianoche, como los días en los que me toca estar, junto a mis compañeros, hasta que el periódico que llega a los lectores pasa a rotativa. Llegué al coche casi corriendo y no arranqué la marcha hasta que el vaho de los cristales no se había desvanecido. Sabemos que estas noches está haciendo un frío considerable en Alicante y todos estamos deseando llegar calentitos a casa para acurrucarnos al lado de la estufa. No apetece otra cosa.

El caso es que anoche me disponía a hacer el camino habitual, ver The Last Of Us y dormir tranquila, cuando, encontrándome en la calle San Juan Bautista (San Blas), observé la figura de un hombre tendido boca abajo en la acera. No se movía y no había nadie más alrededor: observé por los retrovisores y eché la vista hacia delante, pensando automáticamente en si le habían agredido. Una de las razones por las que siempre bajo en coche a casa es que es más seguro. Además, cuando puedo acompaño estos viajes con los mensajes de WhatsApp de alguna amiga, en los que nos comentamos si hemos llegado bien a casa. La figura del hombre seguía sin moverse.

Paré el coche y bajé, haciendo una lista mental de lo que tenía que hacer en estos casos y llamé a emergencias mientras comprobaba las constantes del señor, que pudo decirme su nombre y su edad perfectamente, “tengo frío”, me dijo, angustiado. Le dolía mucho la cadera, por lo que opté por no moverlo. Pude comprobar también que se había dado un golpe en la frente, aunque no se había hecho ninguna brecha. Seguía haciendo un frío de narices y le pregunté si se había caído: “Evidentemente, no estoy así por gusto”, me dijo con toda la razón del mundo y con un deje de humor que me hizo sonreír. “¿Es usted de Alicante? Vienen ya los médicos”, le dije para entretenerlo, me contestó que sí, que de toda la vida y volvió a repetirme que tenía mucho frío. No supo decirme cuánto tiempo llevaba en el suelo ni yo puedo asegurar si alguien más lo vio tendido.

Lo que ocurrió después me tiene aún pensativa y disgustada.

En mitad de la compleja situación pasaron de largo cuatro vehículos por la calle (que como bien sabrán los vecinos, es bastante estrecha y da poco lugar a la especulación), la mayoría aminoró la marcha y decidió acelerar, a pesar de que les hice gestos de que se trataba de una emergencia. Para entonces yo ya había avisado a una amiga que vive a dos calles y bajó a acompañarnos hasta que llegara la ambulancia: una espera larga de 40 minutos, realmente acelerada por la tercera llamada (yo había llamado ya dos veces) que la Policía Nacional realizó.

Y se preguntarán, ahora, cómo ha aparecido la policía en mitad del relato: Los agentes llegaron al lugar alertados por dos operarios de los servicios de limpieza de Alicante que fueron los únicos transeúntes que sí observaron, preguntaron y pararon para echarnos una mano con aquel hombre. Buena gente que, durante la espera y el estrés, nos contaron otras anécdotas vividas en estas noches de Alicante, donde unos duermen en sus casas y otros, como el señor que se subió dándonos las gracias entre lágrimas a la ambulancia, tienen que hacerlo en la calle.

Ayer pudimos comprobar que lo raro es pararse y ayudar: es muy fácil pasar de largo en el anonimato de las calles a oscuras. Solo espero que, si un día me ocurriera algo a mí o a un ser querido, tengan la suerte de cruzarse con personas como las que conocimos la pasada noche. Después de esto, ¿a quién le va a apetecer ver una de zombies?