Y si no es ahora, ¿cuándo?

Los más excluidos

La respuesta a la situación de las personas sin hogar no puede ser en absoluto represiva, como en alguna ocasión se ha planteado. Ellas no tienen la culpa de su situación, y no se les puede hacer la vida más difícil de lo que ya es.

Mendigos pasando la noche al raso bajo el Pont del Bimil.lenari, en Elche

Mendigos pasando la noche al raso bajo el Pont del Bimil.lenari, en Elche / INFORMACiÓN

La semana pasada tuve la oportunidad de salir una noche, acompañando a otros voluntarios, a llevar cenas a personas sin hogar. Fuimos primero a dar la cena a las personas que iban a pasar la noche en el Centro Social de Palmerales -habilitado por el Ayuntamiento de Elche como albergue provisional durante la reciente ola de frío-, y a continuación recorrimos distintos puntos de la ciudad en los que pernoctan personas que viven en la calle, deteniéndonos en cada uno a charlar un momento con ellos y a entregarles también una cena. Las tres horas que pasé realizando esta tarea me han impactado profundamente. Es una experiencia que cualquiera debería realizar al menos una vez en la vida, pues permite acercarte a una realidad desconocida, que no te deja en absoluto indiferente.

Pienso que lo primero que adviertes es, sin duda, que entre las personas sin hogar hay una enorme variedad, y que son muy complejas y heterogéneas las razones que pueden conducir a una persona a vivir en la calle. Entre ellas hay, desde luego, hombres y mujeres con graves problemas de adicciones al alcohol o las drogas. Pero hay otros que simplemente se han quedado sin trabajo y que, por carecer de ingresos y de apoyo familiar (en algún caso por ser inmigrantes), se han visto abocados a esa situación. Hay personas que tienen posibilidades de reinserción social y quieren trabajar y alcanzar una vida más digna, y otras que se han acostumbrado a ese género de vida y no quieren dejar de vivir en la calle.

Una voluntaria se entrevista con un indigente que duerme junto a la fachada del instituto Carrús, en Elche

Una voluntaria se entrevista con un indigente que duerme junto a la fachada del instituto Carrús, en Elche / INFORMACiÓN

Hay personas que tienen posibilidades de reinserción social y quieren trabajar y alcanzar una vida más digna, y otras que se han acostumbrado a ese género de vida y no quieren dejar de vivir en la calle.

Factores

Pero inmediatamente percibes también que, sean cuales sean las circunstancias y factores que subyacen a su situación, por encima de todo son personas. Personas que te tratan con educación, quieren hablar contigo, te llaman amigo, te dan las gracias por la pequeña ayuda que les prestas, y te desean las buenas noches. Una de las cosas que más me impresionó fue que los voluntarios a los que acompañaba, que han realizado estas salidas en muchas más ocasiones (para mí, en cambio, era la primera vez), conocen por su nombre a muchas de estas personas sin hogar y conocen muy bien las circunstancias de cada una. Es decir, para ellos han dejado de ser seres anónimos y se han convertido en alguien, en personas a las que se conoce y con las que se empatiza. Y, como consecuencia, también las personas sin hogar conocen y llaman por su nombre a algunos de los voluntarios.

Y eso sí, pienso que puede afirmarse que este es el colectivo más excluido de la sociedad. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad -por las responsabilidades públicas que he desempeñado, por mi trabajo en el área de la discapacidad o por las actividades de voluntariado que he podido desarrollar durante los últimos tres años- de conocer y tratar a muchas personas en riesgo de exclusión social o situación de vulnerabilidad. Pero nunca había tenido la oportunidad de acercarme directamente a las personas que viven en la calle, con las que percibes que están fuera de los muros de la sociedad; hasta el punto de que se trata de un colectivo que, por carecer por su propia naturaleza de tejido asociativo o de instancias de representación, parece a veces invisible. Por lo demás, no es -al menos en Elche- un colectivo muy amplio (las personas sin hogar en nuestra ciudad no alcanzan el centenar, se sitúan más bien en torno a 60 ó 70), pero eso no significa que podamos ignorarlas.

Para ellos han dejado de ser seres anónimos y se han convertido en alguien, en personas a las que se conoce y con las que se empatiza. Y, como consecuencia, también las personas sin hogar conocen y llaman por su nombre a algunos de los voluntarios.

Instalación de camas para pasar la noche en el albergue provisional instalado en Elche

Instalación de camas para pasar la noche en el albergue provisional instalado en Elche / INFORMACiÓN

Por ello, surge enseguida la reflexión: ¿qué podemos hacer? Evidentemente, no es este un campo en el que sea especialista, y no tengo las soluciones. Pero sí quisiera apuntar algunas ideas para la reflexión. La primera de ellas es que, desde luego, la respuesta a la situación de las personas sin hogar no puede ser en absoluto represiva, como en alguna ocasión se ha planteado. Ellas no tienen la culpa de su situación, y no se les puede hacer la vida más difícil de lo que ya es. En segundo lugar, pienso que este es un ámbito al que difícilmente pueden llegar las Administraciones públicas; a este colectivo alcanza con mayor facilidad y eficacia la acción de las entidades sociales, como las que, en nuestra ciudad, han colaborado en el dispositivo de emergencia habilitado en el Centro Social de Palmerales: Conciénciate, Cruz Roja, Dya, Cáritas y Protección Civil. Lo que sí pueden hacer las Administraciones públicas es, por un lado, apoyar (también económicamente) la labor de todas estas entidades, y, por otro, habilitar recursos (albergues, viviendas sociales) para facilitar la reinserción social de quienes pueden y quieren reinsertarse. Es preciso, asimismo, facilitar y aligerar los trámites para la obtención de ayudas sociales, y promover acciones formativas para que al menos una parte de las personas sin hogar puedan obtener un empleo. Y habrá casos en los que lo único que se puede hacer es lo que ya se hace: que, a través de las entidades sociales, estas personas cuenten al menos con un acompañamiento y con un apoyo en su calidad de vida.

En todo caso, sepamos que estas personas existen. Que están ahí y que no podemos olvidarlas. Que no están ahí por su culpa, sino por un cúmulo de circunstancias que les han arrastrado a la calle. Y que son personas, ciudadanos como nosotros, que interpelan a nuestras conciencias y a las que tenemos la obligación de atender.