Esperando a Godot

Los muchachos del zinc

La pregunta que indefectiblemente surge tras este relato es por qué los Estados Unidos se han empeñado tantos años en intentar controlar ese país después del fiasco que habían sufrido los soviéticos al tratar de hacer lo mismo.

Afganistán, la guerra que no existe, traslado de un marine fallecido en Afganistán en 2020

Afganistán, la guerra que no existe, traslado de un marine fallecido en Afganistán en 2020 / SCOTT SERIO/efe

Daniel McEvoy

Daniel McEvoy

Estas últimas semanas he estado haciendo un trabajo de evaluación de docentes que aspiran a pertenecer al cuerpo de Catedráticos de Enseñanza Secundaria. Una de las tareas que ello supone es acudir a una de sus clases para verificar su desempeño en el aula. Es un cometido gratificante, pues uno se sorprende de forma muy positiva del modo en que los profesores desarrollan su labor en el aula. Precisamente, esta misma semana, en una magnífica clase de Física y Química de 1º de Bachillerato he descubierto a una escritora bielorrusa, Svetlana Aleksiévich, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015. En concreto, el libro que salió a colación ese día fue Los muchachos de zinc, publicado en 2019.

Se preguntarán ustedes qué tiene que ver la literatura con la química. Tendrán que esperar un poco antes de que se lo desvele, pero se asombrarán de la buena idea que tuvo la profesora de estos alumnos. Primero les quiero hablar de la obra de Aleksiévich a la que me refería y que narra la guerra en la que se empeñó la Unión Soviética en Afganistán y que causó la muerte de cientos de miles de personas de ambos bandos (las cifras oficiales hablan de 50.000 bajas entre muertos y heridos del lado soviético, pero son cifras que jamás se han podido confirmar). Los dirigentes del Kremlin querían imponer el relato de que la contienda no era tal, sino una misión de mantenimiento de la paz, fruto de su «deber internacionalista»; la realidad es que pronto empezaron a llegar los cadáveres de muchos chicos, que no eran soldados profesionales, en ataúdes de zinc. 

Los muchachos de zinc narra la historia de lo que allí ocurrió a través de los testimonios de los soldados, los oficiales y las enfermeras destinados en Afganistán, así como de las madres, las esposas y los hermanos de los que nunca regresaron. Engarzando esas historias, Svetlana Aleksiévich nos muestra la cruda realidad de las perdurables consecuencias de aquel conflicto, la pérdida de la inocencia de muchos jóvenes, la vergüenza de los veteranos retornados y abandonados a su suerte, la preocupación por los que tuvieron que dejar atrás sobre aquel terreno hostil… A lo que habría que añadir la controversia que suscitó la propia publicación de la obra, puesto que muchos no querían aceptar la realidad de lo que había sucedido en Afganistán.

La relación entre el relato de Aleksiévich y la química comienza con el propio título. ¿Por qué los ataúdes de esos infortunados eran de zinc y no de madera o de cualquier otro material más habitual para tal fin? En primer lugar, porque es un metal muy abundante y relativamente barato, pero también por sus características, especialmente porque es maleable, dúctil y duro. Además, el zinc tiene unas propiedades que lo convierten en un magnífico antiséptico (las cremas para el culito de los bebés lo utilizan) por lo que su uso para transportar cadáveres y restos humanos descuartizados, como ocurría en muchos casos, prevenía posibles infecciones de quien tuviera que manipularlos durante su traslado (como curiosidad, este elemento también es necesario para nuestro organismo, resultando vital para la formación de tejidos musculares y huesos, la transmisión sináptica entre neuronas y en numerosos procesos enzimáticos, además de para potenciar la libido).

La pregunta que indefectiblemente surge tras este relato es por qué los Estados Unidos se han empeñado tantos años en intentar controlar ese país después del fiasco que habían sufrido los soviéticos al tratar de hacer lo mismo. La respuesta también tiene que ver con la física y la química: los ingentes recursos minerales de tierras raras que posee ese país. El nombre de tierras raras induce a error, pues de lo que realmente se trata es de 17 elementos químicos (escandio, itrio y los quince elementos del grupo de los lantánidos). Para que se hagan una idea de la importancia de estos elementos les daré un par de ejemplos: el almacenado de datos informáticos, que cada vez se hace en equipos más pequeños y con mayor capacidad, debe parte de sus avances a las extraordinarias propiedades magnéticas del iterbio y del terbio; para evitar las falsificaciones de los billetes de euro se usa el europio, que tiene la peculiaridad de volverse luminiscente bajo una luz ultravioleta. 

El día que los talibanes tomaron el poder en Kabul con un avión intentando despegar

El día que los talibanes tomaron el poder en Kabul con un avión intentando despegar / SCOTT SERIO/Efe

En la actualidad, abandonado Afganistán por los americanos, son los chinos los que están tras el 1,4 millones de toneladas de lantano, cerio, neodimio y litio, entre otros muchos recursos minerales, que encierra el subsuelo del país asiático y que están valorados en unos 2,5 billones de euros. China, sin disparar una sola bala, controla ya el 90% de la producción y procesamiento de tierras raras, imprescindibles para la industria tecnológica de occidente; si a ello unimos el hecho de que su política energética no está supeditada a las restricciones que en Europa nos hemos auto impuesto como consecuencia de la Agenda 2030, auténtica religión laica que nos llevará a la ruina, hará que en pocos años dependamos del gigante asiático absolutamente para todo, si es que no lo hacemos ya.

Entretanto, en España tenemos unas políticas absolutamente erráticas en los tres pilares fundamentales para nuestro desarrollo: la política de producción de los minerales mencionados, la política energética y la política hídrica. En el primero de ellos, contamos con recursos sin explotar debido a las restricciones de todo tipo que imponen las administraciones. En el segundo, y en Elche tenemos un claro ejemplo con la proliferación de campos de placas solares, estamos abandonando lo que debería ser la apuesta más firme -las mini centrales nucleares, limpias y seguras- en aras de un falso y absurdo ecologismo. En el tercero, problema también acuciante en nuestra zona, se abandonó hace años la solución más factible -los trasvases entre cuencas- para satisfacer las exigencias de los nacionalistas catalanes.