Esperando a Godot

La mentira y la sonrisa

Si una persona que ha estudiado Comunicación Audiovisual sólo es capaz de vomitar insultos, farfullar frases inconexas y como coda lanzar la rima fácil de “Ayuso, pepera, los ilustres están fuera”, el resto de los alumnos y los profesores de esa carrera deberían hacer una profunda reflexión.

Ayuso, abandonado el martes la Universidad Complutense de Madrid

Ayuso, abandonado el martes la Universidad Complutense de Madrid / Ricardo Rubio

Daniel McEvoy

Daniel McEvoy

La mentira, seguramente con razón, siempre ha sido una circunstancia social que ha padecido muy mala prensa en comparación con otras como el secretismo, por ejemplo. De hecho, la mayoría de los estudios sobre la mentira que se han abordado desde un punto de vista filosófico en la cultura occidental han concluido que es algo negativo.

Retomando a San Agustín, del que hablamos largo y tendido la semana pasada, consideraba la falsedad como un hecho especialmente pecaminoso, puesto que aleja al hombre del don divino de la verdad. Para Kant mentir era tan pernicioso para el orden social que defendía que era preferible decir la verdad, aún a costa de ponernos en peligro a nosotros y a nuestros semejantes, que mentir. Incluso la mayoría de los filósofos del lenguaje contemporáneos son de la opinión de que el engaño socava los mismos cimientos del orden social.

Desde el campo de la sociología, por el contrario, la cuestión se aborda desde una perspectiva muy diferente. Para los estudiosos de este ámbito la mentira no ha de ser una cuestión consustancialmente negativa. Ni que decir tiene que otras disciplinas como la psicología, la antropología y, por supuesto, la política abordan este fenómeno de una forma diametralmente opuesta a los filósofos. De hecho, en una comparativa multi cultural, en el que la antropología juega un papel determinante, se ha demostrado que lo que consideramos contar una mentira puede variar de una cultura a otra, no ya solo de una comunidad lingüística a otra; incluso se ha llegado a apreciar de una manera nítida que dentro de un mismo grupo humano puede tener diferencias apreciables de una clase social a otra.

Sea como fuere, si hay dos características absolutamente intrínsecas al ser humano esas son la capacidad de mentir y en el polo opuesto la de sonreír. Por una parte, la mentira fabrica o distorsiona la realidad y la información, lo que supone un esfuerzo mental que otros animales no son capaces de llevar a cabo. El mentiroso debe aplicarse mucho más que el sincero para crear eventos que no han sucedido o para describirlos de una manera que permitan múltiples interpretaciones. Pero no sólo el mentiroso debe desplegar esos esquemas mentales, sino que en muchas ocasiones cualquiera de nosotros que deba contar una verdad incómoda también ha de encontrar las palabras y los mecanismos adecuados para reducir el efecto potencialmente negativo en las emociones de su interlocutor.

"La mentira fabrica o distorsiona la realidad y la información, lo que supone un esfuerzo mental que otros animales no son capaces de llevar a cabo"

El acto del pasado martes en Madrid, con Ayuso saliendo de la Universidad

El acto del pasado martes en Madrid, con Ayuso saliendo de la Universidad / Ricardo Rubio

Contagiosa

Por otra parte, la sonrisa es una forma de comunicación no verbal que se ejecuta bien de forma intencionada o no como una forma de interacción ante otras personas y ante determinadas situaciones, a la que se atribuye la capacidad de crear una energía positiva y de acrecentar la eficiencia de la comunicación. Una sonrisa sincera es la forma de lenguaje corporal más contagiosa y persuasiva a la hora de infundir y transmitir bienestar tanto en el que la realiza como en el que la recibe y desempeña un papel primordial en el establecimiento y mantenimiento de nuestras relaciones sociales a lo largo de nuestra vida.

La sonrisa es una forma de comunicación no verbal que se ejecuta bien de forma intencionada o no como una forma de interacción ante otras personas y ante determinadas situaciones, a la que se atribuye la capacidad de crear una energía positiva

España siempre ha sido un país de pillos y mentirosos, desde los tiempos de los famosos pícaros que se relataban en las novelas del Siglo de Oro, pero también un lugar en el que nos hemos regalado siempre amplias y francas sonrisas. Por desgracia, los tiempos que corren, especialmente en el ámbito de la política, están propiciando que la mentira se torne en cinismo y que la sonrisa esté desapareciendo.

Baste como ejemplo lo acaecido el pasado martes en la Universidad Complutense de Madrid durante el acto de nombramiento de estudiantes ilustres. Sin entrar en los pormenores del suceso, me choca como una horda de energúmenos puede llamar fascistas a los que acuden a un acto académico en una institución que si por algo debe caracterizarse es por el respeto y por la libertad de cada cual a tener y a expresar sus propias ideas. Pero lo más curioso es que haya ministros, incluido el titular de Universidades, que lo justifiquen. Va a resultar que los fascistas son los que se llaman a sí mismos antifascistas.

Isabe Díaz Ayuso, durante su intervención en el acto del pasado martes en la Universidad

Isabe Díaz Ayuso, durante su intervención en el acto del pasado martes en la Universidad / Alejandro Martínez Vélez - Europa Press

Esperpento

Pero el esperpento no quedó ahí. Una joven, cuyo nombre voy a citar, no porque sea relevante, sino porque dentro de poco la verán ustedes de candidata de Podemos o de enchufada en algún periódico adicto a la causa, Elisa María Lozano, tomó la palabra para demostrar que el único nombramiento injustificado no era el de Ayuso como alumna ilustre, sino el suyo como mejor alumna de la promoción. Si una persona que ha estudiado Comunicación Audiovisual sólo es capaz de vomitar insultos, farfullar frases inconexas y como coda lanzar la rima fácil de “Ayuso, pepera, los ilustres están fuera”, el resto de los alumnos y los profesores de esa carrera deberían hacer una profunda reflexión.

El día 28 de mayo de este año se van a celebrar elecciones municipales en toda España y autonómicas en gran parte del país. Las encuestas (aunque en el caso concreto de Elche y de la Comunidad Valenciana parecen mucho más ajustadas) muestran vientos de cambio a favor de la derecha. Tengo mala experiencia en ese sentido porque lo he padecido en carne propia cuando fui concejal en Elche (ya lo he dicho en otras ocasiones, todos tenemos un pasado oscuro), pero espero que esta vez si la derecha se hace con muchos ayuntamientos y autonomías todos sepan aceptar el resultado de una forma democrática y, a ser posible, con esa sonrisa que nos distingue del resto de los animales.