Opinión

Chaves Nogales como arma arrojadiza

Me alegra coincidir en algún gusto con el presidente de la Generalitat. Soy un gran admirador de Manuel Chaves Nogales desde que hace una eternidad leí su magnífica entrevista/biografía/reportaje Juan Belmonte, Matador de Toros. Chaves se adelanta muchísimos años a Tom Wolfe mezclando los géneros, en lo que se llamó luego el nuevo periodismo. Hace unos días Mazón leyó en las Cortes Valencianas un fragmento del libro de Chaves A sangre y fuego, sobre la Guerra Civil, que posteriormente entregó al sindic socialista. Obviamente trataba de defender esa supuesta ley de concordia, que borra la de memoria histórica, al que le empujó el orgulloso ganador de la guerra, como se autodenomina el torero vicepresidente del partido innombrable.

Sobre eso de que la pluma es más poderosa que la espada tengo muchas dudas, pero mejor es tirarse libracos a la cabeza que no mandobles y en eso le alabo el gusto a Mazón. Chaves Nogales fue un periodista de raza que contaba las cosas como las veía, sin fanatismos políticos, pero ni era historiador ni era su intención serlo y mucho menos sentar cátedra ochenta años después. Los relatos cortos que componen A sangre y fuego están escritos con urgencia, entre el año 36 y 37, es decir, muy al principio de la Guerra Civil. Verdad es que relata barbaridades de ambos bandos, más del republicano que era el que conocía de cerca y en el que vivió el comienzo de la guerra hasta su temprano exilio. Y desde luego que estaba en contra de todos los totalitarismos y de las indignidades que se perpetraron en la contienda. Como cualquier hombre de bien, diría yo.

Creo saber de lo que hablo. Soy nieto de un fusilado en Madrid en esos primeros meses del 36, al que pusieron contra la tapia del cementerio de El Pardo algunos cobardes fascinerosos que decían defender la República. El delito de mi abuelo César era ser hijo de mi bisabuelo Antonio que fundó y dirigió sindicatos obreros católicos y una cooperativa de previsión social. Y tengo la convicción de que era mucho más republicano y tenía más conciencia social que los cobardes que le sacaron a empellones de su casa y apretaron el gatillo en nombre del «pueblo» o vaya usted a saber qué ideales.

Pero me he ido por los cerros de Úbeda. Me pasa cada vez que se menciona la Guerra Incivil. Perdón. Pensé yo que en esta admiración por Don Manuel me había quedado solo y ya nadie recordaba al insigne periodista. Me alegro haber errado, pero ya que estamos, recomendaría a Mazón leer, y me comprometo a regalárselo la próxima vez que nos veamos, la fantástica serie de artículos reunida en La España de Franco, donde ya en el año 38 se adelanta a lo que será el régimen dictatorial del invicto Caudillo. Porque lo malo no fue la guerra, por horrible que fuera, lo peor fue la posguerra, la venganza de ese bando victorioso que reclama para sí el individuo que se sienta a la derecha de Mazón. Esos cuarenta años grises de plomo, donde, por poner de nuevo el ejemplo de mi familia, nunca jamás se habló de la muerte de mi abuelo. Y eso que habían ganado los teóricamente suyos y era un mártir de la gloriosa cruzada, pero el miedo fue tan espeso que impedía siquiera nombrarlo.

Lo único que nos faltaba es esa consellera de justicia para la que Franco es solo un personaje histórico, como Alejandro Magno, Popeye o Vlad el Empalador, toma ya. Cumple el principio trumpista de escribir la historia a su medida. Terraplanismo en estado puro. Si Mazón no la cesa, y no la cesa porque le es imprescindible para seguir en el sillón, ya puede regalar libros de Chaves Nogales, que credibilidad, cero patatero, y cómplice hasta la médula. Mira que lo siento, porque hemos compartido algunas cosas, illo témpore, y esperaba más. Pero así es el poder: matarías y venderías a tu madre por seguir.

Para ese plan de alforjas, en vez del libro de Chaves, podía haber regalado dos libros seguramente más del gusto de sus socios por lo que cuentan: Madrid de corte a checa escrito, muy bien por cierto, por Agustín de Foxá o Una isla en el mar rojo de Wenceslao Fernández Flórez. Leídos hoy son un ajuste de cuentas panfletario, pero al menos responden a atrocidades de la guerra y experiencias personales traumáticas, las mismas que hubiera podido contar mi abuelo César si hubiera sobrevivido. Casi un siglo después y viendo lo que pasó, seguir empeñados en ese relato no es de nostálgicos sino de inconscientes. O peor.

Ni todo vale ni todos son iguales ni los dictadores que mueren en la cama son inocentes abuelitos. En la historia hay seres anodinos y luego verdaderos criminales a los que el mundo permitió hacer sus barrabasadas. No se les paró los pies cuando se podía y luego ya resultó imposible. Recuerden que primero vinieron a por los judíos, pero como yo no era judío, no hice nada; luego fueron a por los gitanos y como no pertenecía a su etnia les dejé hacer, luego a por los homosexuales y lo mismo y al final, cuando me tocó la china, no había nadie que pudiera defenderme.

Aunque no esté en su caso, siento un gran respeto por todos los familiares que intentan cerrar una página muy dolorosa de la historia. De alguna manera habrá que terminar y si encontrar a sus parientes enterrados en una cuneta les trae la paz, bendita sea. Desgraciadamente hay quienes siguen empeñados en reivindicar una victoria como si los cuarenta años siguientes hubieran sido una merienda campestre.