Opinión

¡Suelta los perros de la guerra!

Dicen que la Edad Media fue una época en la que la humanidad creía en toda clase de supercherías y patrañas: desde que el fin del mundo iba a ser pasado mañana a que el cielo caería sobre sus cabezas o que el Barsa alguna vez volvería a ganar la Champions. Las redes sociales eran lentas y las teorías de la conspiración se transmitían por mercaderes y juglares en ferias y mercados. Se convertían así los ambulantes en los influencers del momento, con la ventaja de que nadie les podía rebatir sus cuentos y consejas y el inconveniente de que, en vez de ingresos millonarios, apenas vendían cintajos para el sombrero o una vara de tela para un refajo a las humildes lugareñas.

No es extraño que el mercachifle de turno se inventara historias con la seguridad de perturbar el sueño de los confiados rústicos. Así nacieron las serpientes de verano que, luego, generaciones de periodistas revisitaron, cuando agosto era un mes reseco de noticias. En esencia la comunicación tampoco ha cambiado tanto, porque es verdad que hubo un momento en que el pueblo confiaba en los profesionales y en los medios acreditados, pero eso ya es historia: cualquier ágrafo con un teléfono móvil influye con un story más que Larra en toda su carrera. O sea: hemos retrocedido hasta el juglar del medioevo.

Cualquier bulo tiene las mismas posibilidades de ser tenido por cierto para urbanitas como lo fue en su momento para aldeanos. Así hay montones de gentes, incluso con alguna formación, que creen que el hombre no llegó a la Luna, que la Tierra es plana, que las vacunas son el medio para implantarnos un chip y controlarnos (como si no tuvieran bastante con la televisión o internet) o que Elvis sigue vivo.

Si fueran pocos, sería hasta gracioso. Cuando crecen en progresión geométrica dan miedo. Se suponía que la civilización acabaría poco a poco con el oscurantismo y se está produciendo el fenómeno contrario, siempre suponiendo que nos encontremos en un momento de progreso y no de barbarie, que es mucho suponer. También es verdad que la culturización es un proceso lento, ya que el ser humano es cabezota y poco proclive a dejarse cultivar. Quien valore favorablemente la inteligencia media del homo sapiens, es que no me ha acompañado a algunas reuniones, en los que el personal tenía el nivel del gorila de montaña o, si me apuran, del paramecio. Y no señalaré esta vez a ninguno de mis clásicos, aunque me quede con las ganas.

Lo cierto es que convencer a un tipo que cree que la Tierra es llana como el tablero de una mesa de que es redonda como una bola de billar, conduce a la melancolía. Si encima es político y ejerce algún tipo de responsabilidad, es como para desear que los dinosaurios colonicen de nuevo el planeta. O un alienígena con cinco patas, siete ojos y dos cerebros.

Cada vez hay más seres que se cuestionan las verdades más obvias para creer en las teorías menos plausibles. No es extraño que el Perro Sanxe ladre y la mitad salga corriendo a cumplir sus deseos y la otra a acordarse de sus muertos. Si yo fuera El estaría encantado de ser capaz de sembrar al mismo tiempo tanto amor y tanto odio. Lástima que su táctica tenga el copyright de todos los dictadores que en el mundo han sido, de Jerjes a Ceaucescu. Da igual lo que haga; no tratará de convencer a extraños sino de reforzar a los suyos.

Pero en la trinchera de enfrente lo hacen igual o peor. El otro día la mano derecha de Feijóo, Tellado, dio en el Club Informacion toda una lección de no decir verdad ni aceptar reproche alguno, convirtiéndose en una máquina implacable de denuestos. Grita Devastación y suelta los Perros de la Guerra, como tan bien escribía Shakespeare en “Julio César”.

Se encuentran los políticos de ahora con amplios espacios de la sociedad proclives a recibir cualquier mensaje, siempre que se arroje al enemigo. Pero igual creerían en dios que en el demonio, o, mejor dicho, creen en un dios que para sus rivales es Belcebú y a la inversa.

Quizá yo esté equivocado y la Tierra sea plana. Tampoco he viajado al espacio exterior para verla desde fuera y cualquier mindundi, con la maquinita de falsificar imágenes, es capaz de hacer que incluso parezca un cubo perfecto perdido en mitad del éter. Debe tener su aquel marchar en sentido contrario por la autopista pensando que todos, menos tú, han errado la dirección.

Las sectas (y las religiones) forjan su cohesión en la persecución y el martirio. En esencia son contrarias a lo que la sociedad bien pensante considera dogmas de fe y se crecen en la hoguera. Por eso es tan peligroso crear víctimas. Perro Sanxe lo sabe y convierte a sus partidarios en fanáticos terraplanistas. Y sus enemigos rabian por verse pillados con el paso cambiado y suben la apuesta y el vocerío. Me da el pálpito que esto no puede acabar bien.