Tribuna

Turismofobia política

Varias turistas asomadas al balcón de un apartamento vacacional en Benidorm.

Varias turistas asomadas al balcón de un apartamento vacacional en Benidorm. / David Revenga

Darío Martínez Montesinos

Darío Martínez Montesinos

Aunque la turismofobia, ese descontento de los ciudadanos ante la presencia descontrolada de turistas y sus efectos, seguramente nos parezca un invento conceptual exótico y algo anecdótico; la mayoría de nosotros hemos podido comprender empáticamente alguno de los aspectos sobre los que se forma este neologismo, bien por causarla, bien por sufrirla.

La turismofobia política, en cambio, es el miedo patológico de algunos políticos por abordar el modelo de desarrollo turístico y, por tanto, pensar a largo plazo en el modelo de país. Si hay un tema que esté relacionado con una gran parte de las cuestiones que nos deberían preocupar y sobre el que, sin embargo, se está pasando de puntillas, seguramente por todas las espinas que lo rodean, este es el turismo, el modelo de desarrollo turístico al que aspira la Comunitadad Valenciana. Aunque el caso de la Comunidad no ha llegado todavía al de Baleares y no sufrimos con la misma gravedad los problemas a los que se enfrentan ciudades como Barcelona y Madrid con los apartamentos turísticos; resulta evidente que estamos recorriendo ese mismo camino y que un modelo turístico basado en su explotación intensiva hace aflorar las contradicciones y nos enfrenta a sus consecuencias, no solo medioambientales, por los constatados efectos de la crisis climática, por mucho que algunos la nieguen, sino también sociales y culturales.

Con sociales, me refiero, entre otros, a la cuestión de los apartamentos turísticos y su relación con el aumento del precio de los alquileres en algunas zonas o la escasez de oferta, que, si bien no son seguramente un problema grave en la actualidad, lo serán y es responsabilidad política abordarlo; y con culturales también me refiero al modelo de desarrollo de las ciudades, de las zonas costeras, de los centros históricos y su pérdida de identidad, de los recursos turísticos, del aumento de la población europea que decide vivir aquí su jubilación en núcleos culturalmente aislados, etc., y que no se puede obviar de un plumazo como una cuestión relativamente exclusiva a la oferta y la demanda.

Sería interesante que oyéramos hablar más sobre el modelo de desarrollo turístico que defienden las distintas opciones políticas, porque se verían obligados a hablar de sostenibilidad y cambio climático, etc. y, en definitiva, del modelo por el que apuestan; si aspiramos a un modelo sostenible y de calidad o de intensidad, basado en la cantidad.

Por la importancia del turismo en nuestra economía, a nadie se le escapa que es uno de nuestros sectores fundamentales y estratégicos y como tal hay tantos intereses en juego, que suelen prevalecer las políticas conservadoras, como con la agricultura y el agua. Como suele ocurrir en política, se tiende más a intentar mitigar las consecuencias del modelo establecido que a intentar transformar ese modelo previendo las posibles consecuencias. Se evitan fricciones, tensiones y posicionamientos.

A la vista está que no soy, ni lo pretendo, un experto en turismo, pero sé que parte del éxito del turismo en nuestra provincia está en su clima, en unos servicios de calidad y competitivos, en una oferta cultural amplia, diversificada y reconocida, que incluye la parte gastronómica, en las conexiones con Europa, en la promoción, etc., pero también en unos servicios públicos, como nuestro sistema público de salud, que ofrecen seguridad y estabilidad frente a otros destinos más económicos. En este sentido, quizá cuanto más sostenibles y habitables sean nuestras ciudades, cuanto más desarrolladas estén socialmente, cuanto más auténticas y genuinas sean culturalmente, más atractivas resultarán como modelo de ese otro tipo de turismo que se dice sostenible.

Resulta muy tentador dejar que el mercado se autorregule siguiendo la lógica liberal de la oferta y la demanda, si esto no fuera una entelequia, lo que desde un punto de vista político es el invento del siglo, pues reduce la actividad política a la del espectáculo. Tan tentador, como recordar qué ha sucedido con nuestro litoral como resultado de una política que se remonta a los años 70 basada en un proceso urbanístico espontáneo, sin planificación, a escala local y, por tanto, fragmentado. Igual que la sostenibilidad urbanística sigue siendo una asignatura pendiente, en muchos casos difícil de revertir, convendría que nos explicaran con más detalle qué modelo valenciano se busca, cómo se pretender abordar todos estos retos antes de que nos tengan que explicar que las consecuencias son nuevamente irreversibles, como nuestras costas.