La biblioteca de los libros felices

La biblioteca de los libros felices

La biblioteca de los libros felices / José María Asencio Gallego

José María Asencio Gallego

José María Asencio Gallego

Los libros están vivos. Esos objetos rectangulares, llenos de letras y, en ocasiones, de alguna que otra ilustración, pese a no moverse, pese a reposar tranquilos sobre las baldas de cualquier estantería, son capaces de sentir, de sufrir y de apreciar el tacto de una mano amiga. Y, además, aunque muchos no lo sepan, también hablan; pero lo hacen en silencio, de modo que, sólo en un silencio más profundo, alejado del mundanal ruido de las calles, de los coches y de la mal llamada civilización, en un silencio tan hondo como el alma humana, podremos escucharlos.

Esto que les cuento, querido lectores, es verdad. Y lo es y puedo decirlo alto y claro porque yo mismo lo he visto con mis propios ojos. Nadie me lo ha contado. Nadie ha adornado su historia para hacerla más atractiva. Simplemente que un día, por suerte, fui invitado a un lugar y pude comprobar que aquello que unos pocos locos murmuraban era cierto, y que yo, incrédulo y tal vez, a veces, demasiado racional, al principio me negué a creer.

Todo sucedió a principios de este año, en Alicante, en el segundo piso de un edificio situado en el centro de esa ciudad. La hora, al caer el sol, más o menos durante el crepúsculo vespertino. Y los protagonistas, dos personas, una real y otra, aunque pétrea, de gran importancia: Manuel Desantes, catedrático de Derecho Internacional Privado en la Universidad de Alicante y, lo que ahora nos interesa, creador, promotor y sumo sacerdote de este templo de la cultura, y su inseparable Don Biblio, la representación figurativa de todo cuanto ocurre en su interior.

El lugar en cuestión no es otro que la Biblioteca de los Libros Felices. Un lugar único, no sólo en España, sino en todo el mundo, ya que únicamente allí, dentro de las cuatro paredes y el techo que lo resguardan del exterior, cualquiera de nosotros, con el preceptivo permiso y en el marco del ritual que se celebra, puede acariciar, oler y escuchar lo que tiene que decirnos un incunable. Los libros, muy escasos y valiosos, impresos durante el siglo XV, desde aquellos primeros salidos de la imprenta de Johannes Gutenberg, hacia mediados del citado siglo, hasta los libros impresos antes del día 1 de enero de 1501.

Una colección, la que reposa en esta biblioteca, que contiene 4.200 volúmenes organizados por siglos, materias y autores, entre los que destacan: 16 incunables; 45 post-incunables, los impresos en Europa en las dos primeras décadas del siglo XVI, entre 1501 y 1520; 350 ejemplares posteriores del siglo XVI; 500 del siglo XVII; y 1.500 del siglo XVIII. Y ello sin contar otros muchos ejemplares, del actual siglo XXI, incluso, que los visitantes pueden donar durante las ceremonias de aproximación y devoción por la cultura que allí se realizan.

Y fue allí donde pude acariciar (que no tocar, pues los libros son, como antes he dicho, seres vivos y no simples objetos) y conversar en silencio con Dante Alighieri, a través de una edición de su Divina Comedia de 1481, con Aristóteles, mediante la lectura de su Física, editada, en esta ocasión, en 1496, y con los enciclopedistas franceses Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert, en presencia de una magnífica edición de su Enciclopedia, la primera de la historia en su género.

La memoria, que proviene del estudio de la historia; la razón, del conocimiento de la filosofía; y la imaginación, del desarrollo de la poesía. Todas estas cosas y muchas más me contaron los libros.

Y todo gracias a Manuel Desantes que, en un mundo cada vez más mecanizado, deshumanizado y postmoderno, ha logrado abrir un paréntesis de sublimidad en la vulgar existencia en la que, por desgracia, cohabitamos todos. Y esto, queridos lectores, no tiene precio.